Aquel día, en la Sede central del Opus Dei en Roma la vida seguía su curso normal, y todo parecía indicar que esa fiesta de la Virgen sería un día más de trabajo en la cálida primavera romana. Pero...
"Al mediodía, era la una menos diez -recuerda Encarnita Ortega-, Don Alvaro le puso (al Padre) una inyección de una nueva marca de insulina retardada; después bajaron los dos al comedor porque era la hora de comer (...).
El Padre (...) desde hacía bastantes años sufría de diabetes, y estaba pasando una temporada en la que la enfermedad se había agudizado. Todas las semanas se le hacían análisis y cada vez el resultado era más negativo, a pesar del régimen alimenticio tan riguroso y de la alta dosis de insulina que se le aplicaba.
De repente, ya en el comedor, sentado, tuvo un shock anafiláctico, se dio cuenta de que se moría y le pidió la absolución a don Alvaro y como don Alvaro quedó, por la sorpresa, un poco desconcertado, el Padre le inició la fórmula y quedó ya sin sentido".
Era un shock anafiláctico. Don Alvaro del Portillo, después de darle la absolución intentó que tomara algo de azúcar. Se avisó rápidamente al médico. Y a los pocos minutos, lentamente, el Fundador empezó a recobrarse, aunque se había quedado ciego.
Vino el médico, que se quedó extrañado de la situación: habitualmente una reacción de ese tipo solía ser mortal casi de necesidad. Sin embargo, don Josemaría se repuso y recobró la vista al cabo de varias horas. Y desde aquel día la diabetes quedó totalmente curada. Había sido una caricia de su Madre la Virgen en el día de la fiesta de Montserrat...
"Dios quiso que se recuperase -recuerda Encarnita Ortega-. Y pocas horas después cuando pudimos verle -nos llamó a María José Monterde y a mí, que éramos las que nos habíamos enterado-, para tranquilizarnos nos decía:
-Personalmente estaba muy tranquilo, aunque me daba pena irme de vosotros. Pero, por todo lo que habéis pedido por mí al Señor, El os ha oído y me concede una nueva etapa fecunda.
Como nosotras permanecíamos un poco alarmadas -era lógico-, para alejar toda preocupación se puso a realizar un trabajo en el que pidió nuestra colaboración y lo salpicaba de detalles de buen humor y de proyectos de nuevas actividades.
Su paz ante la vida y ante la muerte fue una lección más de serenidad y de abandono total en los brazos de Dios".