Un santo para el tercer milenio

Hace unos días, se publicaba la noticia de la próxima canonización del beato Josemaría Escrivá. Es una noticia que sin duda llena de júbilo no sólo a los miembros de Opus Dei, sino también a los cientos de miles de personas que en los cinco continentes hemos encomendado durante muchos años numerosos asuntos a su intercesión y hemos comprobado su valimiento.

Con la canonización, la Iglesia lo considera como una persona que vivió una vida santa, que está en el cielo y que debe ser honrado por la Iglesia Universal; un bien para todos los fieles querido por Dios, en palabras del Santo Padre Juan Pablo II en el día de su beatificación. Su labor pastoral y catequética, unida fielmente a la doctrina de la Iglesia, lo convierte en uno de los ejemplos más válidos, en un referente eficaz para la misión que encomienda al laicado el magisterio pontificio en la reciente carta apostólica Novo milenio ineunte.

Efectivamente, el mensaje apostólico del beato Josemaría Escrivá supone una gran aportación a la Iglesia de hoy, que así lo reconoce expresamente. En criterio de miembros del Consejo Cardenalicio procedentes de todo el mundo, el mensaje de este sacerdote santo se sitúa sin duda entre aquellos que han dado un nuevo dinamismo a la misión eclesial.

La historia de la Iglesia muestra con claridad indefectible una puntual intervención del Espíritu Santo en momentos precisos, al enviar líderes carismáticos que respondan a las necesidades que cada tiempo demanda y así el pueblo de Dios en el tercer milenio de su peregrinación encuentra en la enseñanza del Fundador del Opus Dei una poderosa fuente de luz (Card. Ruinni). El Señor, en palabras del Card. Hirayama, suscita santos entre nosotros según las necesidades de cada época y Mons. Escrivá es en esta edad nuestra el santo, el beato, cuyo ejemplo y santidad la Iglesia necesita.

Lo que enseñó, mostró con su ejemplo y por lo que murió, va dirigido al hombre de hoy, constituye precisamente la necesidad de que el hombre tomó en serio la vocación cristiana de santificación del trabajo en cualquier parte donde se realice y cualquiera que sea (Card. Sánchez). Son muestras de altos dignatarios de la Iglesia que resumen el reconocimiento del beato Josemaría como un apóstol de nuestro siglo (Card. Rosi).

En la noticia a la que me refiero se anunció también que, junto a la lectura del decreto de canonización del beato Josemaría Escrivá, se leía, entre otros, el correspondiente al capuchino Padre Pío, fallecido en 1968. La canonización de santos tan próximos en el tiempo como viene realizando la Iglesia constituye un gran acierto. Es poner como modelos de vida cristiana a hombres y mujeres de nuestras mismas generaciones, a quienes hemos conocido no sólo a través de sus escritos. Personas a quienes hemos visto y oído, bien personalmente, o en los documentos inmediatos de sus propias voces e imágenes que nos proporciona y reserva para el paso del tiempo el desarrollo tecnológico actual.

Pocos habrá que queden insensibles ante la llamada de Dios, al escuchar y apreciar en su más viva humanidad la predicación del beato Josemaría Escrivá, grabada en sus múltiples tertulias por todo el mundo. En ellas nos dejó testimonios patentes de ser un hombre de Dios que hablaba sólo de Dios y que impresionan sobremanera. Con toda naturalidad inserta en la más profunda espiritualidad, nos ha dejado como ejemplo su compromiso, en una lucha titánica de mejorar día a día, cara a Dios y cara a los hombres; el reconocimiento de sus propias flaquezas para proclamar de inmediato con el Apóstol, con Él todo lo puedo, sin Él no tengo nada, no puedo nada, no valgo nada, nada.

Con su optimismo y su alegría contagiosa nos abrió su corazón, un enorme corazón, para hacer constantes referencias a las grandezas del amor humano, para trasladarnos su profundo respeto a la justicia y si defensa de la libertad, la solidez de su vida de oración, su amor filial a María y la insistencia indudable de que es posible ser contemplativos en medio de las realidades mundanas con una constante presencia de Dios como él la tenía.

Amó con locura a la Iglesia e insistió siempre en la inquebrantable fidelidad al Papa. Todos sus escritos, homilías y testimonios de su memoria, y en definitiva el espíritu de la Obra que el beato Josemaría Escriva fundó rezuma ese ensamblaje de santidad y apostolado, de profundo respeto a los demás, de profesionalidad civil y responsabilidad cristiana mediante la santificación del trabajo y de la vida ordinaria que legó a la espiritualidad laical de nuestra época y que ahora la Iglesia va a reconocer en su plenitud, elevándolo a los altares.

Estoy seguro de que a muchos la noticia habrá llenado de inmensa alegría y agradecimiento a Dios, y que la canonización del beato Josemaría inducirá a otros muchos a acerarse a Dios a través del atrayente ejemplo y mensaje de este santo del siglo XXI.

Antonio Montoro Fraguas (Rector de la UCAM) // La Verdad (Murcia)