Un curioso Rey Mago

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

El 6 de enero se celebró en Llar la fiesta de la Epifanía al modo habitual de los hogares españoles. Muchas de las que residían allí habían pasado unos días fuera, haciendo un Curso de Retiro, y al volver a Barcelona se encontraron con que Lía y las más jóvenes ya lo tenían todo dispuesto para la celebración de los Reyes. Había un magnífico trono improvisado en la sala de estar -compuesto por el sofá de la sala del piano, envuelto en una tela, y varios almohadones como escabel- y todo estaba dispuesto ya para recibir a los regios visitantes que vinieron, con toda la pompa y el boato que pudieron proporcionar las colchas de la casa. Melchor, Gaspar y Baltasar habían delegado sus funciones esta vez en Carmen Salgado, Ana María Suriol y Montse Grases, que fueron recibidas por la concurrencia entre grandes aplausos. Hubo pequeños regalos y bromas alusivas para cada una por parte de sus majestades, que no se olvidaron de sus propios regalos: Montse recibió una pequeña escultura de barro que representaba un borrico, y un alfiletero con la forma de un farol pintado de rojo.

Así era Montse: si le pedían que cantara para entretener a los demás, cantaba. Y si hacía falta bailar, bailaba. Y si le pedían que hiciera de rey mago, lo hacía; sin temor al ridículo, y sin timideces (con frecuencia esas "timideces" no son más que vanidad y complicación interior: qué pensarán, qué tal quedaré...). Desconocía la doblez. Le contaba a Lía con toda sinceridad las cosas que le salían bien y le salían mal en su empeño por incorporar a su vida el espíritu del Opus Dei. Confiaba en la gracia. Si lograba los puntos de lucha espiritual que se proponía, daba gracias a Dios; si no, luchaba por corregirse. Todo con sencillez, que es el sabor de la humildad. "Recibía las correcciones que se le hacían -recuerda Carmen Salgado- con mucha paz; escuchaba con atención, y luego, sonriendo, daba las gracias". Luchaba por tener la constancia, la docilidad y la fidelidad del borrico del que hablaba tanto en su predicación el Fundador del Opus Dei: "¡Bendita perseverancia la del borrico de noria! -Siempre al mismo paso. Siempre las mismas vueltas. -Un día y otro: todos iguales.

Sin eso, no habría madurez en los frutos, ni lozanía en el huerto, ni tendría aromas el jardín".

Montse sabía estar en su sitio, sin querer ser la sal de todos los platos, y procuraba pasar inadvertida; pero cuando le pedían que hiciese algo para divertir a los demás, hacía lo que hiciera falta -hasta de rey mago-. Aunque la pierna, después de aquel día de excursión, le molestaba un poco.