Un centenario para la solidaridad

La vida del cristiano es una vida de servicio, a Dios y a los hombres. Así lo entendió el beato Josemaría y así lo predicó a miles y miles de cristianos. El servicio es capaz de dar sentido a una vida y llenarla de esa "paz y alegría" de la que tanto habló el Fundador del Opus Dei.

Afirmaba su fundador que el espíritu del Opus Dei se ajusta a las situaciones y tiempos diferentes como un guante a la mano. Y esto no por un camuflaje acomodaticio y oportunista, sino porque su mensaje, relativo a la búsqueda de la santidad en las diversas situaciones de la vida humana, impulsa el ejercicio de las virtudes por amor a Dios y al prójimo -que eso es la santidad, la identificación con Cristo- en cualesquiera que sean las circunstancias honestas en las que esa existencia está sumergida.

A la vez, el citado ejercicio de las virtudes, en las condiciones de vida cambiantes, es algo que no varía. Se puede escribir con una pluma de ave o con un ordenador, pero lo escrito debe reflejar la verdad, no ha de herir a nadie, puede constituir un servicio a los demás, etc. Además -ahora que se cumplen cien años del nacimiento del beato Josemaría y se ha aprobado el milagro que posibilita su canonización-, es lógico que los miembros del Opus Dei, y muchas personas que se forman a su sombra, quieran vivir -sin salirse del siglo veintiuno- el espíritu estimulante y lleno de novedad de los comienzos, como dijo en una ocasión Álvaro del Portillo, sucesor del beato Josemaría.

¿Y cómo fueron esos comienzos? Hubo sin duda mucha fe, una buena dosis de audacia, muy pocos medios humanos, un dinamismo lleno de iniciativa y sacrificio, y algo que no sé si es suficientemente conocido: el Opus Dei nació con unos cuantos estudiantes, artesanos e incluso algunos artistas, que se foguearon con su fundador entre los pobres y enfermos de Madrid y, luego, de otras ciudades. Así lo recordaba Josemaría Escrivá el 19 de marzo de 1975: «Fui a buscar fortaleza en los barrios más pobres de Madrid. Horas y horas por todos los lados, todos los días, a pie de una parte a otra, entre pobres vergonzantes y pobres miserables, que no tenían nada de nada; entre niños con los mocos en la boca, sucios, pero niños, que quiere decir almas agradables a Dios (...). Fueron muchas horas en aquella labor, pero siento que no hayan sido más. Y en los hospitales, y en las casas donde había enfermos, si se pueden llamar casas a aquellos tugurios... era gente desamparada y enferma; algunos, con una enfermedad, que entonces era incurable, la tuberculosis.»

Con él iban aquellos chicos jóvenes que, mientras prestaban su servicio a Dios y a los hombres, se fortalecían con la oración y el dolor de marginados y enfermos. En uno de aquellos hospitales surgió la primera vocación de una mujer del Opus Dei; allí tuvo el fundador la ayuda de un sacerdote -luego asesinado-, que fue de los primeros que le siguieron; y aquella moribunda que, después de un pasado amargo, se marchaba de este mundo diciendo: «Bendito sea el dolor. -Amado sea el dolor. Santificado sea el dolor... ¡Glorificado sea el dolor!» (Camino, 208). Y el hombrón-niño que, mientras limpiaba un objeto de suyo repugnante, decía, por lo bajo: «¡Jesús, que haga buena cara! »(cfr. Camino, 626).

Seguro que estaban muy presentes tantas vivencias de este estilo cuando anotó: «-Niño. -Enfermo. -Al escribir estas palabras, ¿no sentís la tentación de ponerlas en mayúscula? (Camino, 419).

Al revivir ese panorama de la inicial época madrileña, y el pensar en tantas tareas desarrolladas después en la periferia de las grandes ciudades, en labores educativas y asistenciales promovidas por el empuje del beato Josemaría, se siente el deseo de pensar que todo es poco para el que lo necesita, es preciso vivir el ansia de llegar a más, de luchar contra el hambre, por la salud, por los bienes de la cultura y, siempre, para llevar a Dios al que libremente quiera encontrarlo. Sí, es lógico que el centenario del nacimiento de Josemaría Escrivá se quiera vivir bajo el signo de la solidaridad, para estar a tono con lo que fue su vida y lo que es su espíritu. Como ha dicho Juan Pablo II al acabar el Jubileo del año 2000, ésta es la ocasión para lanzar una fuerte llamada a remediar los desequilibrios económicos y sociales existentes en el mundo del trabajo, y de gestionar con decisión los procesos de la globalización económica en función de la solidaridad y del respeto a cada persona humana.» (Novo millennio ineunte, n. 10).

Pablo Cabellos (Vicario de la delegación del Opus Dei en Valencia) // Levante