Mi trabajo en la FAO

Tengo 81 años y soy del Opus Dei desde hace tres, aunque he tenido una estrecha y constante relación con la Obra desde hace más de medio siglo, en buena parte como cooperador. Mi mujer es supernumeraria desde 1971

Fernando Barrientos

He trabajado en el campo internacional con la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) como Ingeniero de Montes. Esto me ha exigido hacer continuos viajes por el mundo y me ha permitido conocer a fondo la realidad social de numerosos países. Estuve viviendo dos años en Quito, en calidad de asesor forestal del Gobierno de Ecuador y posteriormente, ocho años en Santiago de Chile, en la oficina regional para América Latina. 

Fui responsable después de las relaciones exteriores del ICONA (Instituto para la Conservación de la Naturaleza), y continué cooperando con la FAO, actuando como consultor en varios países de América Latina y África. He participado también en la Comisión Forestal Mundial y en la Comisión Forestal Europea, ambas de la FAO.

Además del conocimiento del mundo forestal internacional y de los problemas sociales y económicos de tantas naciones, mis viajes me han permitido ver las numerosas iniciativas apostólicas que han promovido los miembros del Opus Dei en tantos lugares del medio rural, procurando contribuir al desarrollo de los más desfavorecidos con una profunda formación humana, profesional y cristiana.

Durante estos años he ido profundizando en las enseñanzas de San Josemaría, que recordaba la necesidad de servir a todas las personas, sin distinción de raza, nacionalidad o religión. Estas palabras me han alentado mucho en mi trabajo diario en un organismo internacional.

En la ciudad de Quito

He defendido siempre con ardor que el desarrollo forestal no se limita a la protección de los árboles y los montes: significa una ayuda directa a las comunidades humanas que viven en esas zonas, que son, con frecuencia, las menos desarrolladas del mundo. Por eso es necesario realizar programas forestales eminentemente sociales, basados en los recursos naturales disponibles, que permitan movilizar la abundante mano de obra desempleada. 

Siguiendo esta línea, he impulsado y he colaborado en proyectos de forestación y ordenación forestal en numerosos países. Aunque han pasado muchos años, recuerdo todavía la alegría con la que los treinta y dos miembros de una cooperativa pionera del altiplano ecuatoriano, al celebrarse el segundo año de repoblación de un programa de quince años, contemplaban las sesenta y cuatro hectáreas de bosque que se habían logrado, y de las que eran propietarios. Poco antes no poseían prácticamente nada: ni un sucre. Con un nudo en la garganta por la emoción de la escena -y por el cui con el que me agasajaron– agradecí a Dios haber podido colaborar con aquellas gentes. 

He tenido la fortuna de que cuatro de mis nueve hijos hayan seguido en cierto modo mi trayectoria profesional, aunque por diversos derroteros. Pienso que les he contagiado mi ilusión por el desarrollo social y humano de las personas que viven en estos medios, porque desde pequeños me han visto vibrar con estos ideales.

Santiago de Chile

Llevo varios años jubilado, lo que no significa en absoluto que esté mano sobre mano. Antes pensaba que la jubilación era un tiempo pasivo, y ahora –al pensar en mi propia experiencia y en la de tantos conocidos míos- compruebo que es todo lo contrario. Veo con alegría como tantas personas de mi entorno –muchos de ellos supernumerarios y cooperadores del Opus Dei- están más activos que nunca y vuelcan su experiencia profesional, en la medida de sus posibilidades y fuerzas físicas, en distintas tareas de ayuda a los demás, colaborando como voluntarios en diversas ong, como el Banco de Alimentos, Cooperación Social, Desarrollo y Asistencia, etc. Confío en que esto contribuya a crear un mundo más grato a los ojos del Señor.

Todavía me quedan algunos retos profesionales con los que no contaba. Yo, que por mi trabajo, he conocido tantos mundos, me he dado cuenta de hay un mundo que desconozco por completo: el del ciberespacio. Y para ayudar a los demás, en estos tiempos que corren, hay que introducirse en él. Por lo menos, para saber enviar y recibir un email o para poder escribir un artículo como éste. Por eso, acabo de apuntarme un curso de informática que comienza la semana que viene, con la ilusión de utilizar el ordenador que me han regalado mis hijos, con un montón de programas que espero saber utilizar pronto, si Dios quiere.