(MÁLAGA)

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Fundada, según parece, por los tirios, once siglos antes de nuestra era, y ocupada sucesivamente por fenicios, griegos, romanos, suevos, vándalos, visigodos y árabes (hasta la capitulación de estos últimos, en 1487, ante los Reyes Católicos), en las primeras décadas del siglo XX Málaga era una sosegada capital provinciana de aproximadamente ciento cuarenta mil habitantes.

La ciudad se asienta en la Hoya que forman las sierras de Mijas, Abdalajís y Alhama. Ocupa el fondo de una ensenada del Mediterráneo, en la desembocadura del Guadalmedina, por lo común casi seco, salvo cuando sus riadas proporcionan sustos y causan destrozos, como sucediera en 1907 ó en 1919.

Cuando llega Isidoro, el corazón urbano palpitaba en la, relativamente nueva, calle de Larios. La flamante arteria, cuyo trazado había hecho desaparecer tortuosas callejas y vetustas construcciones, era motivo de orgullo para los malagueños: allí estaban los principales cafés y despachos de bebidas gaseosas, el mejor comercio de la ciudad, el Círculo Mercantil y el Conservador, el Banco Hispano Americano (donde abre Isidoro su cuenta corriente)... El todo Málaga, en una palabra. Los malagueños y afincados pudientes tendían, sin embargo, a establecerse fuera del casco urbano: en Pedregalejo, la Caleta o el Limonar.

El clima de Málaga, nunca realmente frío, en verano puede resultar insoportable, de modo especial cuando soplan los vientos africanos o el llamado «terral», que a Isidoro no le sentará nada bien. En todo caso, no constituye una incitación al trabajo. El puerto y los pescados habían proporcionado tradicionalmente a la ciudad buena parte de sus ingresos, junto con los derivados de la agricultura —viña y caña, sobre todo— y las industrias consiguientes: licores, azucareras, etcétera. Las clásicas alfarerías malagueñas, varias factorías textiles y alguna ferrería completaban el cuadro fabril, incrementado con los talleres generales de los Ferrocarriles Andaluces.

Más propicio era el ambiente para las iniciativas culturales y de vida social. Pero esto, lo mismo que la multiplicidad de casinos y asociaciones recreativas, cuenta sólo para los estratos privilegiados, en los que, por su situación profesional, aterriza Isidoro. Buena parte de la ciudad tiene bastante con el esfuerzo para subsistir.

Eso lo sabe muy bien el Obispo santo, don Manuel González, que rige la diócesis a partir de 1917. En 1924 había presidido, en el Ayuntamiento, un encuentro de las fuerzas vivas locales. El Prelado denunció: «Málaga apesta en las casas de los pobres, donde duermen las personas hacinadas...». Se refirió también al «excesivo número de viejos prematuros en esta ciudad». Y añadió: «las escuelas son miserables: cuartos pestilentes en los cuales enferman el maestro y los niños que, hasta cuando sonríen, reflejan en sus ojos la maldita tuberculosis».

La incultura y la pobreza, subrayadas por los contrastes de clase, proporcionaban un fecundo caldo de cultivo para el sentimiento revolucionario. Uno de los focos extremistas radicaba en la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces, que tenía en Málaga sus oficinas centrales —donde trabaja Zorzano al principio— y los talleres generales.