La democracia de la santidad

Hay quienes esperan que la felicidad se pose sobre ellos enviada desde el Estado, o bien que el dinero la atraiga, en forma de aerodinámico automóvil o fondo de pensiones. Hay quienes, sin embargo, creen en el hombre, en cada hombre en su libertad, en su capacidad de ser mejor cada día: de ser más (no de tener más). Artículo publicado en el ‘Ideal’ de Jaén.

Pero ser más porque ama, no porque aspire a ser una especie de superhombre. El hombre se crece (oh, paradoja) cuando se da.

San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, ha sido uno de estos hombres que se han entregado a los demás como Tomás Moro, Teresa (de Jesús) o la Madre Teresa, por citar algunos de los nombres del santoral. Escrivá proclamó que todos los hombres y mujeres, o sea, cada persona, puede ser santo, puede parecerse a Cristo. ¿Cabe más sentido democrático?

Para muchos, la democracia consiste fundamentalmente en depositar una papeleta en una urna.

Otros, como Escrivá, fundador del Opus Dei, sin pretender construir una filosofía política, han llegado mucho más lejos, al proclamar que cada persona, desde su lugar en la vida, puede transformar el mundo transformándose a sí mismo. Es la doctrina de la santificación del trabajo.

Trabajar bien con espíritu de servicio, de modo que ese trabajo contribuya al crecimiento personal en virtudes y al mejoramiento de las personas que nos rodean y aún del mundo mismo.

Pero San Josemaría no inventó nada. Simplemente recordó, o sea, avivó en nuestro corazón, la memoria del mensaje evangélico: todo ser humano, viva donde viva, tenga el trabajo que tenga, es libre y responsable, capaz de amar, y esto sin distinción de status social (funcionario, profesora, abogado, albañil, ingeniera, médico, recepcionista...) Es decir, cualquier profesión es válida para ser santificada si es honrada.

Por otra parte, lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado, dice Escrivá en el punto 795 de Surco. ¿Cabe decir más en menos? El fundador del Opus Dei sitúa la felicidad en la esfera personal. ¿No es eso creer en el hombre? Y en la capacidad de amar. ¿No es esto el Evangelio?

Pero, ¿qué es amar? No hay palabra más hermosa y, al mismo tiempo más manida que amor. Oigamos a Escrivá dos párrafos más adelante, en el mismo libro:

Amar es... no albergar más que un solo pensamiento, vivir para la persona amada, no pertenecerse, estar sometido venturosa y libremente, con el alma y el corazón, a una voluntad ajena... y a la vez propia.

Sufrimos y caemos con frecuencia en la tentación de encerrarnos en nuestra torre de marfil, en el paraíso de nuestras pequeñas mezquindades.

Nos protegemos en un estuche aterciopelado.

Que no nos molesten.

Escrivá se sitúa en una perspectiva radicalmente distinta. Si queremos hacer un mundo mejor, más justo, más humano, más cristiano, hemos de olvidarnos de nosotros mismos y entregarnos a los demás.

No tengo tiempo. No tengo suficiente dinero. Es la queja universal de las sociedades industrializadas. Pensamos que la solución debe venir de fuera.

No, la felicidad o infelicidad está en nuestras manos: en la actitud de entrega o de egoísmo con que afrontamos la vida cotidiana.

San Josemaría no confiaba sólo en las fuerzas del hombre. Sabía que, para creer en el hombre, se necesita creer en Dios. Sin su ayuda no podemos vencer los pequeños (y grandes) egoísmos que nos atenazan.

¿Gracias, Jesús mío!, porque has querido hacerte perfecto Hombre, con un Corazón amante y amabilísimo, que ama hasta la muerte y sufre; que se llena de gozo y de dolor; que se entusiasma con los caminos de los hombres, y nos muestra el que lleva al Cielo; que se sujeta heroicamente al deber, y se conduce por la misericordia; que vela por los pobres y por los ricos; que cuida de los pecadores y de los justos...

-¿Gracias, Jesús mío, y danos un corazón a la medida del Tuyo! (Surco, 813).

El amor apasionado de Escrivá a cada hombre nacía de su apasionado amor a Cristo.

Antonio Luque, vicario de la delegación del Opus Dei en Granada / Ideal