Juan Pablo II, signo de contradicción

Juan Pablo II, signo de contradicción, es paradójicamente una figura entrañable y acogedora, la mejor referencia común que tenemos, el Padre en el que pueden confluir las inquietudes de una Humanidad cansada. Así lo presenta el filósofo Alejandro Llano, ex rector de la Universidad de Navarra, en un artículo publicado en la Gaceta de los Negocios.

Aún estaban tibios los rescoldos del marxismo en la vida intelectual europea cuando Juan Pablo II apareció en el panorama cultural contemporáneo como una figura que estaba llamada a poner manga por hombro el férreo orden ideológico que aún perduraba.

Hace 25 años eran pocos los que conocían al filósofo polaco Karol Wojtyla, y menos los que habían leído su libro ‘Signo de contradicción’. Lo que sabíamos los que estábamos en el ajo era que la ‘contradicción’ era el arma con el que la izquierda autocalificada de progresista pretendía dar la vuelta al mundo.

La sociedad avanzaba a fuerza de oposiciones de enfrentamientos, de acudir una y otra vez al oculto poder de lo negativo, considerado como la sangre universal, el latir de las entonces famosas estructuras.

Lo sorprendente de aquel pequeño libro era que la contradicción de la que se hablaba no provenía de ningún ideólogo revolucionario ni de líder social alguno. Quien representaba la contradicción era un niño llevado al templo en brazos de su madre para cumplir las ceremonias previstas por la ley mosaica. Y un anciano llamado Simeón proclamó el anuncio que se cumple de modo patente dos mil años después.

También hoy es un anciano el que sigue gritado, con voz quebrada, que Jesús es el signo de contradicción. Y tampoco ahora se tolera que alguien amenace el precario equilibrio de deseos y violencias con mensaje tan inoportuno. Como su Maestro, también él tiene que escuchar todos los días el insistente: “¡Quita, quita! ¡fuera, fuera!”. Es de nuevo el miedo a Dios y a quien representa lo divino en el hombre.

Temor que manifiestan sobre todo (a los medios de comunicación me remito) quienes hace 25 años se llenaban la boca con una terminología “dialéctica” adaptada para mentes inmaduras, y hoy militan con mayor radicalismo que nadie en las filas del neoliberalismo globalófilo.

Ni entonces ni ahora se preocupaban lo más mínimo de los pobres de este mundo. Y que el obispo de Roma venga a sacar por televisión a los cientos de millones de hambrientos que pueblan países ausentes de la geopolítica no se perdona en Davos, y quizá tampoco en Porto Alegre.

La contradicción comparece ante el presunto experto en cuestiones vaticanas, aficionado a calificar tendencias ficticias y clasificar a sus presuntos titulares cuando repasa el legado documental de este pontificado que sigue produciendo sorpresas tan llamativas como el reciente alegato ‘Iglesia en Europa’, de obligada lectura, aunque sólo sea para advertir que la Constitución Europea nacerá lastrada por la superficialidad y la mala conciencia si renuncia a comprometerse con las raíces cristianas que nos confieren identidad.

La doctrina social más inconformista y avanzada, con las que no saben qué hacer los neoconservadores, se integra con encíclicas de una innovadora profundidad teológica que se han de leer en un clima de oración y exigente tensión intelectual.

Juan Pablo II, signo de contradicción, es paradójicamente una figura entrañable y acogedora, la mejor referencia común que tenemos, el Padre en el que pueden confluir las inquietudes de una Humanidad cansada. Nadie como él defiende la causa de la paz en el mundo, con todos los riesgos que tal actitud lleva hoy consigo.

Es un Papa a la altura de nuestro tiempo. Sabe que las batallas decisivas no se libran en los campos de la economía y la política, sino en el amplio territorio de la cultura. De ahí que haya prestado mayor atención que ninguno de sus predecesores a universitarios, intelectuales, artistas, filósofos, y teólogos. Lástima que en ese empeño le hayamos dejado solo.

Pero quien celebra su jubileo es, sobre todo, el alegre pastor que conoce el lenguaje de los jóvenes, sus interlocutores preferidos, los que de verdad le entienden, con quienes se lo pasa realmente bien.

Nadie podrá olvidar la tarde en el Santiago Bernabéu ni la reciente de Cuatro Vientos, los encuentros de Pascua de Roma o las Jornadas Internacionales de la Juventud. Y no es extraño. Porque el Papa y los jóvenes coinciden en estar proyectados hacia el futuro, que es el lugar de la esperanza.

Alejandro Llano, La Gaceta de los Negocios