De Tarragona a Barcelona, pasando por Malabo (y II)

En esa época me acostumbré a escribir todos los días, y no exagero si digo que acabé enviando cientos y cientos de cartas...

La trascendencia de una sopa

Ya he hablado de la formación me dieron mis padres y de cómo conocí la Obra. Ahora me gustaría hablar de mi trabajo, que me parece especialmente bonito. Por muchas razones: porque ayuda a los demás a descansar, a reponerse, a rezar y a seguir luchando… y porque hay días en que la vida resulta especialmente dura; y cuando llegas cansado por la noche a casa, después de un jornada de brega y de frío, en la que has recibido más de un disgusto y más de dos, el simple hecho de encontrarte en la mesa con una buena sopita caliente y en su punto, es algo que te alivia y te reconforta, algo que te repone y te da nuevas fuerzas para acometer un nuevo día, diciendo: “Sí, sí, merece la pena”.

No hace falta que sea la gran sopa, la última sopa que ha salido: basta que esté hecha con esmero y con ese cariño que ponen las madres en todo lo que hacen.

Una sopa caliente. ¿Qué tiene esto de trascendente?, se preguntará alguno. Pues depende de lo que entendamos por trascendente, le diría yo. Porque habitualmente en nuestra vida se presentan muy pocas veces las ocasiones para hacer cosas trascendentales, como inventar la penicilina… Nuestra existencia suele estar hecha de mucha rutina y de pocos inventos; es una sucesión cosas pequeñas, de esas cosas que, como decía san Josemaría, valen mucho cuando se hacen por amor de Dios. No inventaremos la penicilina pero siempre podemos hacer la vida agradable a los demás. En mi caso, eso se traduce en preparar esa sopita caliente… ¡que suele sentar a veces mucho mejor que la penicilina!

Influir en el ambiente

Podría hablar de muchas facetas del espíritu de la Obra; pero quiero centrarme en unas enseñanzas del mensaje de San Josemaría que a mí me resultan particularmente atractivas: son las que recuerdan que los cristianos, si queremos ser fieles a Cristo, tenemos la obligación de influir cristianamente en nuestro ambiente.

¿Cómo podemos influir? De muchas maneras. Una de ellas es escribir, un hábito que adquirí cuando estaba en Sigüenza y me sentía tan lejos de mis padres y de mis amigas. En esa época me acostumbré a escribir todos los días, y no exagero si digo que acabé enviando cientos y cientos de cartas.

"Nuestra existencia suele estar hecha de mucha rutina y de pocos inventos; es una sucesión cosas pequeñas, de esas cosas que, como decía san Josemaría, valen mucho cuando se hacen por amor de Dios"

Ahora cultivo ese hábito por medio de mis cartas a los medios de comunicación y a las empresas, y coordino un aula de opinión. Es algo que me gusta mucho y pienso que es otro de los modos con los que puedo contribuir para mejorar nuestra sociedad.

Naturalmente, no se trata de escribir sólo para quejarse de lo que va mal, porque siempre hay personas que ponen en marcha iniciativas formidables y positivas, a las que les conforta y anima sentirse apoyadas, y recibir ideas o sugerencias.

Aunque en algunas ocasiones hay que escribir para rechazar iniciativas no tan positivas. No se trata de quejarse y de lamentarse sin más, que es algo totalmente estéril, sino de influir en el ambiente, en la medida de las posibilidades de cada uno.

¿Qué podemos hacer?, me preguntan en el aula de opinión. Y yo les pongo este ejemplo: un día vamos por la calle y vemos un escaparate, o un anuncio, en el que una industria de calzado se publicita por ese método tan original de usar como reclamo a una modelo ligerita de ropa. Normalmente en esos anuncios siempre ponen una dirección a la que poder dirigirse. Pues bien, les digo, podemos escribir a los responsables diciéndoles –siempre con corrección- nuestra opinión personal sobre aquello.

A mí, como mujer, me molesta ese concepto degradante de la mujer, presentada y vendida como “mujer objeto”. Pienso en mis cuatro hermanas, y realmente, no me gustaría ver a ninguna de ellas vestidas –más bien, desvestidas- como en esos anuncios…

Un prototipo de mujer

A veces, algunos medios nos venden un prototipo de mujer inaceptable. Sin embargo, se asume acríticamente. ¿Por qué? En unos casos, porque “está de moda”; y en otros, pienso yo, por simple frivolidad, o por “querer gustar”, sin pensar en las consecuencias. Y se olvida que no se puede perder en ningún momento la dignidad personal, ¡y menos con la excusa de vender zapatos!

A mi modo de ver todos estos aspectos están muy vinculados entre sí: la dignidad de la mujer, el sentido de la feminidad y el cultivo de formas. Quizá porque nos faltan modelos en este ámbito.

Ahora cultivo ese hábito por medio de mis cartas a los medios de comunicación y a las empresas, y coordino un aula de opinión

No es que yo pretenda ponerme de modelo; con esas cartas lo único que pretendo es transmitir a la sociedad ese estilo y ese conjunto de valores y de enseñanzas que aprendí en casa de mis padres. No era nada singular: era el estilo de vida propio de cualquier familia cristiana. Un estilo de vida que resulta hoy más necesario que nunca, porque lleva a saber estar, a saber vestirse y saber comportarse en todas las situaciones, públicas y privadas, de acuerdo con la propia dignidad.

Por eso, cuando estoy con chicas adolescentes y con jóvenes procuro transmitirles ese estilo, y les enseño a maquillarse y a vestir bien, con elegancia, de forma acorde a su edad y asequible para su bolsillo. Esto de la elegancia no sigue un canon rígido; y por eso, no tendría sentido que una chica de quince años fuera vestida del mismo modo que otra de cincuenta. Pero a los quince y a los cincuenta se puede ir bien vestida, moderna, elegante, atractiva, de forma coherente con la propia edad y las propias circunstancias, y sin nada que contradiga tu dignidad como mujer.

Dar catequesis

Otra cosa que me apasiona es dar catequesis. Lo he hecho desde que era adolescente, aunque antes de conocer la Obra yo tenía un concepto de la catequesis, como lo diríamos… un tantocumba: pensaba que bastaba con decirles unas palabritas a los niños y pasárselo genial con ellos. Algo de la fe les enseñaría, no digo yo que no; pero era sólo “algo”. Palabritas…

Luego gracias a la formación que he recibido en el Opus Dei he ido profundizando; y este año, cuando me propusieron dar catequesis en una parroquia, asumí el encargo con una actitud muy distinta. No se trata sólo de cantar y de aprenderse unas oraciones, sino de seguir el libro previsto, estar en contacto con el sacerdote de la parroquia, atender a las líneas pastorales que haya fijado, adaptarme a la mentalidad de los niños…

Tengo un grupo de ocho y puedo decir que es mucho más lo que recibo de ellos que lo que les doy. Son niños pillos y traviesos, como todos los niños, pero me conmueve ver la ilusión que tienen por aprender las verdades de fe y cómo desean recibir al Señor.

He comprendido que no basta con decirles unas palabritas: yo, como catequista, debo ir por delante, siguiendo la recomendación: “Maestro, primero tú”. No puedo transmitirles bien el Evangelio si no me esfuerzo por hacerlo vida de mi vida.

"En la catequesis trato de seguir el libro previsto, estar en contacto con el sacerdote de la parroquia, atender a las líneas pastorales que haya fijado, adaptarme a la mentalidad de los niños…"

Por ejemplo, si les hablo del sentido cristiano del sacrificio y les digo que tienen que luchar para vivir con sobriedad y no atiborrarse con chucherías, a continuación debo plantearme qué estoy haciendo yo para luchar en esas mismas cosas, a mi nivel… Entonces te das cuenta de lo que cuesta “ir por delante”.

Son niños y niñas de diferentes colegios, que sólo se ven durante la catequesis, y esos momentos son para ellos de una especial vivacidad: tanta, que a veces se me van un poco de las manos... Hasta que un día, cerca de la Navidad, comencé a pensar qué podía hacer para que esas clases fueran más gratas y al mismo tiempo más eficaces; y se me ocurrió escribir un cuento de Navidad en el que los protagonistas fueran ellos, con su modo de ser, con sus aficiones y su modo de hablar…

Se editó en la parroquia y se titula “Esa Noche tan especial”. Relata el encuentro de cada uno de esos niños, con sus nombres, con el Niño Jesús, la Virgen y San José. Recuerdo el día que se lo llevé: se emocionaron, y he visto desde entonces que les sirve en su trato con Dios y para aumentar su ilusión de recibir a Jesús.

Luego se me ocurrió otra idea que les podía servir para querer más al Papa: ¿por qué no le escribís –les propuse- una carta al Papa para pedirle que rece por vosotros, ahora que vais a hacer la Primera Comunión? Empezaron a dar saltos de alegría y cada uno le escribió y le dibujó lo que quiso: un corazón, un pokemon… y enviamos la carta a Roma.

Y para nuestra sorpresa, a las dos semanas justas recibimos la contestación. Nos enviaban una foto del Papa para cada niño y este texto:

Su Santidad Benedicto XVI les agradece este gesto de confianza y cercanía, a la vez que reza por ellos para que Jesús, al que pronto recibirán en la Eucaristía, sea siempre su mejor amigo y les ayude continuamente a crecer en la fe como buenos cristianos. Con estos deseos les imparte de corazón la implorada Bendición Apostólica, que complacido hace extensiva a sus familias y a la comunidad parroquial”.

Y esa es la pequeña historia de mi catequesis y de esos ocho niños, por los que os pido especialmente que recéis.