APRENDIENDO A SER SANTO

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Los comienzos del Opus Dei estaban resultando difíciles. «Me puse a trabajar», relatará el Beato Josemaría, «y no era fácil: se escapaban las almas como se escapan las anguilas en el agua», sin despedirse siquiera del Fundador.

Don Josemaría desconoce las inquietudes de Zorzano, pero se acuerda del antiguo compañero, que trabaja en Andalucía: «Bueno..., noblote... Muy piadoso no es, pero es de una vida limpia... Yo creo que el Señor le podría dar vocación a esta criatura...».

Año y medio antes había fallecido santamente Mercedes Reyna, una de las primeras Damas Apostólicas del Sagrado Corazón. Don Josemaría, que le había administrado los últimos Sacramentos, encomienda a su intercesión la vocación de Isidoro.

El sábado 23 de agosto Isidoro sale de Málaga para sus vacaciones en La Rioja, vía Madrid. En la capital, casi al mediodía del domingo 24, acude al Patronato de Enfermos, en la esquina de las calles de Santa Engracia y Nicasio Gallego, para visitar a su amigo sacerdote. Don Josemaría no está. Zorzano decide tomar un tranvía, en Santa Engracia, para almorzar en la Puerta del Sol y hacer tiempo hasta la salida del tren rumbo a Logroño. Pero algo le impide realizar su propósito y se queda deambulando por Nicasio Gallego.

El Beato Josemaría estaba visitando a un conocido, enfermo aquellos días. De pronto —dirá— «me sentí desasosegado —sin motivo— y me fui antes de la hora natural de marcharme». La madre del enfermo pregunta por qué no se queda un poco más. Sin saber muy bien por qué, el sacerdote se va.

Por la calle de Santa Engracia se encamina hacia su casa. En vez de pasar de largo por delante del Patronato, para tomar directamente la calle de José Marañón donde vive, don Josemaría dobla por Nicasio Gallego, lo que supone rodear la manzana. Y allí, junto a un solar, se encuentra con Zorzano, cuya llegada ignoraba.

Sorpresa y saludos. Isidoro dice:

—¡Cómo me alegro de encontrarte! He preguntado en la portería y me han dicho que no estabas. Ya iba a coger ahí, en Santa Engracia, un tranvía que me llevase a Sol, para comer allí en un restaurante y marcharme luego al tren, porque mi familia está en el Norte. Pero una seguridad de encontrarte me ha traído por esta calle.

Uno y otro advierten que aquello no es casualidad, sino Providencia divina. Y el ingeniero entra, sin más, en materia:

Yo quería verte porque tengo que consultarte una cosa.

—¿Qué cosa?

Zorzano explica sus inquietudes de entrega a Dios.

—Pero, si yo te llamaba para....

El asunto no es para ser despachado, a toda prisa, en una esquina. Don Josemaría e Isidoro pasan a la iglesia del Patronato, donde rezan una estación al Santísimo. Quedan citados para esa tarde, en el mismo lugar, a la hora de la Bendición.

El Fundador no suele consultar las decisiones referentes al Opus Dei, que son competencia suya personal. Pero lo que está ocurriendo presenta una serie de circunstancias extraordinarias, y en ese tipo de materia no se fía del propio juicio. Habla por teléfono con su confesor, que le dice rotundamente: «¡Pues qué va a hacer! ¡Tomarlo!». Le aconseja exponer al amigo, a grandes rasgos, la Obra y sus labores apostólicas.

Por la tarde, en casa de don Josemaría, Isidoro cuenta sus deseos de entrega al Señor y sus dificultades. Entre ellas, «¿cómo resolver el problema si me debía a los míos económicamente, por reveses de fortuna?». Pero quien habla, sobre todo, es el Fundador.

Explica cómo existe, desde el 2 de octubre de 1928, un camino nuevo para dedicarse por completo a Dios, sin abandonar el mundo y sus quehaceres, convirtiendo esas circunstancias y tareas en materia de santidad, en ocasión de servicio a la Iglesia y a las almas. Los miembros de la Obra procurarán que Cristo reine en las relaciones laborales, en la universidad, en la vida de las empresas, en el mundo de las artes, de la medicina, de la prensa, de la diversión, en la convivencia familiar y social... Todo ello, como la levadura que actúa en el interior de la masa. La idea no es «penetrar» en el mundo civil, para evangelizarlo, porque los miembros del Opus Dei no necesitan «penetrar» en un mundo que nunca han dejado. Esto lo comprende muy bien Zorzano, que ya está en los Ferrocarriles Andaluces, en la Escuela Industrial, en la Sociedad Excursionista de Málaga, en la Mutualidad Ferroviaria o en el naciente Colegio de ingenieros.

Es imposible que Isidoro captara por completo, desde un principio, toda la riqueza del espíritu del Opus Dei. Pero de algo es plenamente consciente, según lo hará notar, a la vuelta de los años: «¡El Padre vio la Obra desde el primer momento tal como es y va a ser! ¡El Padre desde el primer momento lo vio todo! Yo lo puedo decir».

El panorama que se despliega ante sus ojos «era precisamente ideal» que Zorzano andaba buscando, sin hallarlo, «y que creía irrealizable por tratarse de aunar factores de diversos matices». También advierte que lo de hoy no son meras coincidencias fortuitas:

El dedo de Dios está aquí. Y aquí me tienes. Ya está. Ya sé para qué he venido a Madrid.

El 24 de agosto es el día de San Bartolomé Apóstol, a cuya protección encomienda el Beato Josemaría la nueva vocación, que considera como un favor concedido por Dios a través de la intercesión de María Santísima, Medianera de todas las gracias, a quien atribuye Zorzano eldon recibido: nunca había dejado de acudir a Ella y —escribirá— «mis oraciones diarias llegaron a conmoverla intercediendo por mí, valiéndose precisamente de lo que yo estimaba más: el éxito en mi profesión [...]».

Esa misma noche sale Isidoro hacia Logroño. Va radiante con las luces que acaban de transfigurar su existencia. Se siente como el navegante que ha llegado a puerto: «Me encuentro ahora completamente confortado; mi espíritu lo encuentro ahora invadido de un bienestar, de una paz, que no había sentido hasta ahora». Es consciente de comenzar «una nueva era» en su vida.

Las circunstancias en que habrá de transcurrir su nueva vida no van a resultar precisamente cómodas. Se avecinan tiempos difíciles para España. Hace sólo una semana, el 17 de agosto (1930), se han reunido en San Sebastián representantes de todas las fuerzas antimonárquicas. Preparan el ya inevitable movimiento revolucionario y, sobre todo, «la colchoneta en la que había de caer fatalmente el cuerpo nacional cuando llegase la hora del cambio de régimen» (Miguel Maura).

En La Rioja, los Zorzano festejan el reciente ascenso de Paco al grado de teniente. El nuevo destino del joven oficial será Tetuán, en el Marruecos español.