4. Supo querer

Extraído del libro "Apuntes" sobre San Josemaría Escrivá de Balaguer, escrito por Salvador Bernal y editado por Rialp

Uno de los secretos de Mons. Escrivá de Balaguer fue su gran cordialidad. A su lado era fácil sentirse comprendido, arropado, empujado hacia el amor de Dios. Su corazón desbordaba cariño: hacia Dios, hacia los hombres, hacia el mundo. Amar al mundo apasionadamente es el título de la homilía que predicó en 1967 en el campus de la Universidad de Navarra. Un título a la medida de su corazón. Pues en él cabían las penas y las alegrías, los cuerpos y las almas, lo grande y lo aparentemente trivial.

Ha asombrado a muchos la prodigiosa memoria del Fundador del Opus Dei. Ex abundantia enim cordis os loquitur: dice la Escritura que de la abundancia del corazón habla la boca (Mt., XII, 34). Mons. Escrivá de Balaguer, porque sabía querer, advertía ‑y recordaba‑ cientos de pequeños detalles que parecían no tener importancia.

La anécdota sucedió un día de 1974 en Brasil. Hacía trece años que Rafael Llano no le veía. El Fundador del Opus Dei respondió a su saludo con la melodía italiana ‑Tímida é la bocca tua‑ que solía entonarle amablemente en Roma, mucho tiempo atrás, haciendo alusión a las dimensiones no pequeñas de la boca de Rafael y de sus hermanos, casi todos socios de la Obra. Por la tarde, le comentaría:

‑Recuerdo que una vez había mucha gente. Vi a uno y le dije: tú eres fulanito. Y me contestó: sí; ¿en qué la boquita! ¿Te acuerdas?

Rafael respondió que sí, que a toda la familia les gustaba ser reconocidos por la boca, y por la canción. Al oírla por la mañana, se había echado a llorar.

La cordialidad del Fundador del Opus Dei era tan espontá­nea, que sorprendía incluso a los que convivían con él. Como sucedió en México, un día de 1970:

En una esquina del vestíbulo principal de ESDAI (Escuela Superior de Administración de Instituciones), obra apostólica promovida por la Sección de mujeres del Opus Dei en México, estaba Victoria, una asociada de la Obra, con su madre anciana, que quería, aunque sólo fuera, ver pasar al Padre. Cuando le dijeron a Mons. Escrivá de Balaguer que era la madre de dos auxiliares del hogar y dos obreros, los cuatro, socios de la Obra, se acercó para decirle que los acababa de ver en Montefalco. Sin dar tiempo a reaccionar a los que estaban a su alrededor, la señora se arrodilló con un gesto de agradecimiento y de respeto, y se empezó a inclinar para besarle los pies. ¡Eso no, hija mía, eso no! Inmediatamente, Mons. Escrivá de Balaguer se puso de rodillas. Somos iguales, hija mía, somos hijos de Dios, con la diferencia de que yo no soy más que un pobre pecador, por el que hay que rezar mucho. El gesto fue tan rápido, que nadie sabía qué hacer. Victoria intentaba levantar a su madre. Don Álvaro del Portillo esperaba poder ayudar a Mons. Escrivá de Balaguer a levantarse. Fue un minuto. Fue largo. Nadie hablaba... Nadie se movía. Sólo se escuchaba la voz afabilísima del Fundador del Opus Dei diciendo cosas a la anciana que, cubierta la cabeza con su rebozo, lloraba. Cuando se retiró, esa campesina decía con voz entrecortada por los sollozos: "Hoy ha sido el día más feliz de mi vida".

Para don José Orlandis, Mons. Escrivá de Balaguer era "el más cordial, el más afectuoso, el más entrañable de los hombres: era, verdaderamente, el Padre. A nadie he conocido con mayor capacidad de amar, de amar a todos, teniendo para todos los brazos bien abiertos. Parece imposible que un mismo hombre pudiera ser a la vez tan de Dios y tan profundamente humano".

"El secreto ‑explica Orlandis, repitiendo lo que había escuchado al propio Fundador del Opus Dei‑ estaba, sencilla­mente, en que amaba a Dios y a los hombres con el mismo corazón. Amaba al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo y a Santa María, con el mismo corazón de carne con que había amado a su madre y con que amaba a sus hijos".

En 1974, en Sáo Paulo, le preguntaron:

‑Cómo hacer para que todas las personas quepan dentro de nuestro corazón y que nuestro temperamento no nos estorbe con su sensibilidad?

‑¿Qué te crees? Que el corazón humano es pequeñito y cabe una familia, y no cabe más? Toda la familia nuestra ‑somos miles y miles de personas, de distintas razas, de distintas lenguas, de distintos continentes...‑, todos caben. Ya verás qué fácil es. Si no te apartas del trato de Jesús, María y losé; si procuras tener vida interior; si eres hombre de oración; si trabajas, porque si no, no hay vida interior..., entonces el corazón se agranda. Esa pregunta me la hacía a mí mismo al principio (...). Señor, y cuando seamos muchos, qué sucederás Porque ahora los quiero tanto: pero, cuando seamos una multitud? Ahora somos muchos, muchos, muchos, y el corazón se ha hecho grande, grande: a la medida del Corazón de Cristo, en el que cabe toda la humanidad y mil mundos que hubiera...

Mons. Johannes Pohlschneider, obispo de Aquisgrán, escribió en el Deutsche Tagespost que el día 27 de junio de 1975 recibió, por teléfono, la noticia de la muerte totalmente inesperada del Fundador y Presidente General del Opus Dei. Se quedó profun­damente consternado, con la sensación como si, de repente, una estrella luminosísima se hubiese apagado en el cielo de la Iglesia: "Mucho más potentes aún que las fuerzas de su inteligencia eran los impulsos que su corazón irradiaba a su alrededor. Espontáneamente me viene a la cabeza lo que dice la Iglesia del gran apóstol de la juventud don Bosco, en el Introito de la Misa en la fiesta de este Santo: Dedit illi Deus sapientiam et prudentiam multam nimis, et latitudinem cordis quasi arenam quae est in littore maris. Esa latitudo cordis, en la que cabían todos y todo, pero muy especialmente el Amor de Dios y del prójimo, era la característica esencial de este sacerdote. Amaba, quería a los hombres en el sentido más verdadero de esta palabra, y se preocupaba y cuidaba de ellos".

A Mons. Escrivá de Balaguer le hacían sufrir la ignorancia, la miseria, el hambre de pan o de cultura, la enfermedad, el desconsuelo, la soledad... Y vivía a fondo aquellas escenas del Evangelio que hablan de la misericordia de Jesús, ante el dolor y las necesidades de los hombres: Se compadece ‑puede leerse en una de sus homilías‑ de la viuda de Naím, llora por la muerte de Lázaro, se preocupa de las multitudes que le siguen y que no tienen qué comer, se compadece también sobre todo de los pecadores, de los que caminan por el mundo sin conocer la luz ni la verdad.

De ahí surgía un propósito claro: tratar filialmente a Santa María, porque, cuando somos de verdad hijos de María com­prendemos esa actitud del Señor, de modo que se agranda nuestro corazón y tenemos entrañas de misericordia. Nos duelen entonces los sufrimientos, las miserias, las equivocaciones, la soledad, la angustia, el dolor de los otros hombres nuestros hermanos. Y sentimos la urgencia de ayudarles en sus necesi­dades, y de hablarles de Dios para que sepan tratarle como hijos y puedan conocer las delicadezas maternales de María.

Su desvelo llegaba tanto a las grandes crisis de la humanidad, que afectan a las muchedumbres, como a los pequeños proble­mas que agobian a los que conviven cerca. Vivió y enseñó desde los comienzos de la Obra lo que reiteraba el 1 de octubre de 1967, en Tajamar:Se pasó el tiempo de dar perras gordas y ropa vieja. ;Hay que dar el corazón y la vida!

Darse al que está al lado, olvidarse completamente de uno mismo: era justamente una de las claves de su perenne alegría.

En el trato con los demás, subrayaba siempre los aspectos positivos de sucesos y personas. "No le he visto nunca pesimista, nunca, a pesar de todo; a pesar de las muchísimas con­trariedades, dificultades, y calumnias, que hubo de soportar. Siempre, abrazado a la fe en Cristo Jesús, navegó con se­renidad y caridad", acredita don Joaquín Mestre Palacio, Prior de la Basílica de Nuestra Señora de los Desamparados de Valencia.

Unos veinte días antes de morir, el 7 de junio de 1975, en una conversación con más de un centenar de socios del Opus Dei, del enorme corazón de Mons. Escrivá de Balaguer surgió, improvi­sado, un cántico a la alegría de vivir:

Estáis comenzando la vida. Unos comienzan y otros acaban, pero todos somos la misma Vida de Cristo: ;y hay tanto que hacer en el mundo! Vamos a pedirle al Señor, siempre, que nos ayude a todos a ser fieles, a continuar la labor, a vivir esa Vida, con mayúscula, que es la única que merece la pena: la otra no vale la pena, la otra se va, como el agua entre las manos, se escapa. En cambio, ;esta otra Vida! (...) ¿Qué queréis que os diga? Ya os lo he dicho siempre: que habéis sido llamados por Dios para que seáis santos, para que seamos santos, como enseñaba San Pablo. Sed perfectos así como vuestro Padre celestial es perfecto: esas son las palabras de Cristo. Ser santo es ser dichoso, también aquí en la tierra. Y me preguntaréis quizá: Padre, y usted ¿ha sido dichoso siempre? Yo, sin mentir, recordaba hace pocos días, no sé dónde fue, que no he tenido nunca una alegría completa; siempre, cuando viene una alegría, de esas que satisfacen el corazón, el Señor me ha hecho sentir la amargura de estar en la tierra, como un chispazo del Amor... Y, sin embargo, no he sido nunca infeliz, no recuerdo haber sido infeliz nunca. Me doy cuenta de que soy un gran pecador, un pecador que ama con toda su alma a Jesucristo. Así, que infeliz, nunca; alegría completa, nunca tampoco. ;Ay que lío me he hecho! Ayudadme a ser santo; pedid por mí para que sea bueno y fiel. Pero que no se quede todo en palabras; poned también obras, que el ejemplo arrastra.

También ocurrió en Roma. Lo firmó Jesús Urteaga en Mundo Cristiano. El Fundador del Opus Dei había advertido en la cara de un estudiante un gesto de contrariedad. Le preguntó qué le pasaba. Y cuando le dijo que estaba cansado, le contestó sonriendo:

‑Hijo mío, yo llevo cincuenta años haciendo las cosas a contrapelo.

Pero no era fácil notarlo, porque, como solía enseñar, muchas veces la mejor mortificación es la sonrisa. Diez días antes de su muerte, el 15 de junio de 1975, decía en otra conversación con un numeroso grupo de socios de la Obra:

Yo tengo la devoción de celebrar frecuentemente ‑cuando lo permite la liturgia‑ la Misa de la Santísima Virgen; me paree que os lo he dicho alguna vez. Y hay una vieja oración, en la que el sacerdote pide la salud mentis et corporis, y después la alegría de vivir. ;Qué bonito! Creen por ahí que la alegría de vivir es cosa pagana, porque lo que buscan es la alegría de morir, de suici­darse neciamente, suicidarse con estiércol hasta por encima de los ojos. Seguir a Cristo, buscar la santidad es tener la alegría de vivir. Los santos no son tristes, ni melancólicos; tienen buen humor.

En esa alegría de vivir se fijó también el profesor Viktor 1 . Frankl, en sus encuentros romanos con el Fundador del Opus:

Dei, y la describe en términos precisos, técnicos: "Evidentemente Monseñor Escrivá vivía totalmente en el instante, se abría a .I completamente, y se entregaba a él del todo. En una palabra. para él debía poseer el instante todas las cualidades de lo decisivo (Kairos‑Qualitiiten)".

Su buen humor era contagioso, porque respondía a una alegría verdadera, que surgía de la paz de su alma en gracia w tenía también raíces de dolor: el dolor normal que acompaña,,: necesariamente la vida de todo hombre sobre la tierra. Se había fijado en los campesinos de su tierra, que pinchan las brevas, para que el fruto sea más dulce, y así aceptaba contento las contrariedades de cada día, viendo en ellas los alfilerazos con los que el Señor haría que su jornada fuera más fecunda y esperan­zada.

El 27 de junio de 1975 El Noticiero de Zaragoza publicaba un artículo de José María Zaldívar, que refleja el clima cordial que el Fundador del Opus Dei creaba a su alrededor, como por ósmosis. Había ido en octubre de 1960 a Zaragoza, para recibir la investidura como doctor honoris causa de su Universidad. José María Zaldivar acudió al Paraninfo de la Facultad de Medicina, donde se celebraba el acto, aunque llevaba unos días sin poder acercarse a los micrófonos en su diaria emisión de la radio, porque la inesperada muerte de su hermano le tenía en un hundimiento total. Había ambiente de fiesta en aquel Paraninfo. Mons. Escrivá de Balaguer entró "sencillo, abstraído de toda vanidad humana; sonriendo, familiar. Comprendí al verle cruzar aquella vía académica, que él nos demostraba ‑autor de Camino‑ su propio camino y su peculiar forma de caminar. La sencillez, la que engendra la paz en diafanidad de criterios; la rigurosidad suave que se puede crucificar con sonrisas". Tanto se conmovió José María Zaldívar que aquel mediodía volvió "a ser voz en la radio, a base de olvidar mis penas, contando la alegría del altoaragonés".

La anécdota llegó a oídos de Mons. Escrivá de Balaguer, que quiso saludarle. Zaldívar acudió a la cita. En el periódico, quince años después, no recoge el diálogo. Sólo habla de un abrazo, de una bendición y de un regalo: un ejemplar de Camino, con una jaculatoria escrita por la mano del Fundador del Opus Dei: Omrria ira bonum! ("Todo es para bien"). Y concluye José María Zaidívar: "Me ha correspondido en la vida, como a todo mortal, sufrir desde 1960 tantas casas que pocos sabrán... Pero ahí estaban las lecciones.

Su sobrenatural y humana alegría de vivir aparece en toda su fuerza cuando se enfrenta con un dolor tremendo, con una enfermedad incurable, con el lento consumirse de una vida. El Diario de Burgos publicó el 13 de agosto de 1975, el testimonio impresionante de un hombre que quería hacer pública su "deuda con Monseñor Escrivá de Balaguer". Así tituló su artículo Manuel Villanueva Vadillo: era un hombre joven cuando le diagnosticaron una parálisis progresiva, que le ha llevado a una palabras de Josemaría Escrivá de Balaguer, como silla de ruedas, sin ninguna esperanza de volver a andar. Allí aprendió, guiado por el Fundador del Opus Dei, el significado del dolor. Poco a poco fue descubriendo que el sufrimiento, aceptado y ofrecido por amor a Dios, le hacía corredentor con Cristo. Y comprendió el valor auténtico de aquellas palabras: los enfermos son el tesoro del Opus Dei.

Manuel Villanueva rememora cómo el Fundador de la Obra, cuando era un sacerdote joven fue a buscar los medios para hacer la Obra de Dios en los hospitales: "Eran gente desamparada enferma; algunos con una enfermedad entonces incurable, la tuberculosis. Su tesoro estaba allí: repartido entre los enfermos que ofrecían el gozo de su dolor, y entre aquellos que, de su mano, subieron a la presencia de Cristo. Yo formaba ‑y formo‑ parte de ese tesoro".

Alguien escribió en la prensa, también a raíz de la muerte de Mons. Escrivá de Balaguer, que, de tanto querer, se le había roto el corazón. Y más de uno recordó aquello de morir inadvertido en una buena cama, como un burgués..., pero de mal de Amor (Camino, 743). Sólo que el Fundador de la Obra, en sus últimos años, más bien decía que de amor no se muere, de amor se vive. Como aquel 7 de enero de 1975 en La Lloma, cerca de Valencia. Hubo canciones; entre otras, aquella ‑Si vas para Chile‑ que le cantaron un año antes en Buenos Aires, la víspera de su salida hacia Santiago. Una canción suave, saturada de nostalgia, que habla de amor:

Si vas para Chile te ruego viajero le digas a ella que de amor me muero...

‑Bueno, eso de que se muere de amor... ‑comentó‑, De amor se vive. Quered mucho, quered con todo el corazón, que no os moriréis de amor. ;Hala, a poner el corazón en el Señor, a quererlo de verdad! Amad a su Madre, a San José, y vivid con ellos en Belén, en Nazaret, en Egipto... Que os enamoréis de verdad, y que viváis de amor: que de amor no se muere, no. Eso son cuentos: el amor da la vida; sin amor no se puede vivir. Por eso os quiero enamorados; porque, si lo estáis, no me da miedo nada. ¡Seréis fieles!

Y el Fundador del Opus Dei concluyó:

¡Vivid de amor, hijos míos, aunque digáis, mintiendo, que morís de amor!