Una fiesta en el cajero de Matías

Los jueves es "el día de los sin techo" en un centro juvenil de L’Hospitalet de Llobregat. Es media tarde. Los fogones de la cocina hace rato que funcionan. Dani vierte un kilo de macarrones en el agua hirviendo. Mientras, Miquel hace un sofrito de abundante carne picada y tomate. Luis los vierte con cuidado en varias fiambreras de plástico, con cubiertos, servilletas, pan y postre.

Santi, Luis, Dani, Dani, Matías y Pol con el cajero vestido de fiesta.

Cuando hay tres o cuatro bolsas preparadas Santi pone la mesa para la cena, con sencillas pizzas. Son seis o siete estudiantes que antes dedicaban ese rato a jugar al fútbol. Ahora, en cambio, comen rápido y marchan a buscar personas necesitadas con uno o dos coches. Saben que hasta media noche estarán dando vueltas por Barcelona.

Se han especializado en cajeros automáticos. En algunos no saben a quién encontrarán, pero en dos ya les esperan. Intercambiaran algunas anécdotas de la semana y se emplazarán para la semana siguiente. A veces es difícil evitar que aquella persona que hace unos momentos había arrinconado el saco de dormir para recibir a los jóvenes con una sonrisa no se emocione.

En el cajero, durante la espera, Matías coge el saco de dormir que guarda en un escondite, lo extiende y lo arrincona con esmero. Les está esperando.

Otros, ebrios, hay que despertarlos un momento para que sigan durmiendo plácidamente abrazando lo que será su desayuno. Los jóvenes explican que no hacen nada especial, que es lo que les toca hacer y que lo pasan bien compartiendo unos momentos semanales con estas personas, que ya consideran amigos.

Uno de estos jueves, después de conversar con Matías, uno de los más agradecidos con el grupo, deciden sorprenderle. Pol le pregunta de qué le gustaría comer un pastel. Todas las respuestas de Matías son afirmativas. Todo le parece bien.

Hoy es el día. Habitualmente van los jueves, pero hoy es martes, porque para Matías es un día especial. Un contratiempo. Pol ha avisado a Miguel Ángel que quizás no podrá venir, ya que le duele la barriga. Los otros mantienen la intención de ir. Cenan en Balandrau , un centro juvenil. A media cena llega Pol. No ha podido resistirse, y aparta ligeramente un papel para enseñar el pastel que ha preparado.

Adornando el cajero para celebrar el cumpleaños de Matías.

Pol le quita importancia: "hago pasteles para cuando hay algo especial, utilizo una máquina donde pones los ingredientes, como un robot de cocina, es fácil". El pastel es de mermelada de fresa, nueces y chocolate. Y tiene buena pinta.

Cuando llegan, los jóvenes decoran el cajero, conversan con Matías un rato y le cantan una canción mientras él mira de reojo el pastel.

En el cajero, durante la espera, Matías coge el saco de dormir que guarda en un escondite, lo extiende y lo arrincona con esmero. Les está esperando. Mira por el cristal. Cuando llegan, los jóvenes decoran el cajero, conversan con Matías un rato y le cantan una canción mientras él mira de reojo el pastel.

"No había comido pastel desde la boda de mi hermano, hace mucho tiempo", explicará después Matías. Hace años que llegó de Cuenca, y ahora, a los 64 años, espera la jubilación para poder regresar a su pueblo. Desde fuera, algunas personas pasan por delante y no entienden nada. "¡Entrad a la fiesta!", les dice Dani.