2. Alma sacerdotal y mentalidad laical

Libro escrito por Dominique Le Tourneau sobre la estructura y el espíritu del Opus Dei

La secularidad, tal y como se entiende y vive en el Opus Dei, no es, en palabras de Álvaro del Portillo, “un camuflaje con el fin de lograr una determinada eficacia; no se queda en una táctica pastoral o apostólica; es concretamente el lugar donde nos coloca el Señor, bien metidos en su Corazón, para hacer su Obra, para santificar este mundo, en el que compartimos las alegrías y las tristezas, los trabajos y las distracciones, las esperanzas y las faenas cotidianas de los demás ciudadanos, nuestros iguales” (A. del Portillo, Carta, 28-XI-1982, n. 22, en El Opus Dei en la Iglesia, p. 229).

El cristiano está llamado a participar en el sacerdocio eterno de Cristo. “Jesús es el Camino, el Mediador; en Él, todo; fuera de Él, nada” (Es Cristo que pasa, 91). Toda la vida cristiana adquiere, en consecuencia, una dimensión sacerdotal de corredención. Eso requiere conocer a Cristo, amarle, tratarle.

Para lograr eso, el cristiano debe procurar vivir conforme a la vida de Cristo, esforzándose por hacer suyos los sentimientos de Cristo, de modo que pueda exclamar, con san Pablo: “Vivo, pero ya no yo, sino que Cristo vive en mí” (Ga 2, 20).

La mentalidad laical es un término que indica que los miembros del Opus Dei deben actuar siempre con sencillez y naturalidad cristiana, sin ocultar su entrega a Dios, y sin hacer de ella motivo de ostentación; sin alardear de su pertenencia a la institución como un timbre de gloria humana. Las personas de su círculo de amistades y de su ambiente profesional conocen su entrega a Dios y su vidas de ciudadanos corrientes que procuran vivir cara a Dios, luchando, como todos, contra sus defectos y errores personales. Por eso explicaba también San Josemaría que la manera de vestir, de comportarse, de actuar, de vivir y afrontar las vicisitudes de la vida profesional o familiar de los miembros del Opus Dei “es la manera normal de cualquier persona de su misma condición social” (Carta, 19-III-1954, n. 23, en El Opus Dei en la Iglesia, p. 238).

 Eso explica que el Opus Dei no publique la lista de sus miembros: son ellos —cada una, cada uno— los que deben manifestar personalmente, de la forma en que deseen, a sus parientes, amigos, colegas y personas de confianza, su pertenencia a la prelatura.

Esa mentalidad laical se traduce también en el modo en que los miembros del Opus Dei asumen libremente la responsabilidad personal de todo lo que hacen. Son personas adultas, que actúan por cuenta propia, sin representar a nadie; por eso, explicaba San Josemaría, a una persona que vive bien ese espíritu cristiano “jamás se le ocurre creer o decir que él baja del templo al mundo para representar a la Iglesia, y que sus soluciones son las soluciones católicas a aquellos problemas. ¡Esto no puede ser, hijos míos! Esto sería clericalismo, catolicismo oficial o como queráis llamarlo. En cualquier caso, es hacer violencia a la naturaleza de las cosas. Tenéis que difundir por todas partes una verdadera mentalidad laical, que ha de llevar a tres conclusiones: a ser lo suficientemente honrados, para pechar con la propia responsabilidad personal; a ser lo suficientemente cristianos, para respetar a los hermanos en la fe, que proponen —en materias opinables— soluciones diversas a la que cada uno de nosotros sostiene; y a ser lo suficientemente católicos, para no servirse de nuestra Madre la Iglesia, mezclándola en banderías humanas.” (Conversaciones..., 117).

Subrayaba el fundador del Opus Dei: “La libertad personal es esencial en la vida cristiana. Pero no olvidéis, hijos míos, que hablo siempre de una libertad responsable.

Interpretad, pues, mis palabras, como lo que son: una llamada a que ejerzáis —¡a diario!, no sólo en situaciones de emergencia— vuestros derechos; y a que cumpláis noblemente vuestras obligaciones como ciudadanos —en la vida política, en la vida económica, en la vida universitaria, en la vida profesional—, asumiendo con valentía todas las consecuencias de vuestras decisiones libres, cargando con la independencia personal que os corresponde. Y esta cristiana mentalidad laical os permitirá huir de toda intolerancia, de todo fanatismo —lo diré de un modo positivo—, os hará convivir en paz con todos vuestros conciudadanos, y fomentar también la convivencia en los diversos órdenes de la vida social.” (Conversaciones..., 117). ¡Qué misión tan estimulante para el cristiano!