"Recuerdo -cuenta su madre- cuando me la trajo Montse Amat... y me dijo:
-Manolita, no podrá salir ya más.
Aquella noche vino el doctor Cañadell y su esposa, medio en plan médico medio en plan amigo: queríamos celebrar juntos el aniversario del comienzo de la labor con mujeres del Opus Dei. Cañadell le había hecho a Jorge una intervención en la rodilla y estaba acostado también: tenía la cama inundada de tebeos. Ibamos de una habitación a otra, entre las bromas del doctor..."
"Mi mujer estaba en el cuarto de Montse, y -recuerda José Cañadell- yo la oía cantar y reír. Entonces Jorge preguntó desde su habitación: ¿Qué estáis celebrando? Y ella dijo en voz alta, muy divertida, haciendo alusión a que el 14 de febrero, además de ese aniversario, es el día de San Valentín:
-Pero, Jorge, ¿no te has enterado que hoy es el día de los enamorados?"
"Ahora, en la distancia, aquella situación, aquel comentario de Montse Amat, pueden parecer dramáticos, tremendos... pero entonces no: lo llevábamos todo como la cosa más natural del mundo, especialmente Montse. No hay mérito alguno por nuestra parte: ella nos lo hizo todo muy fácil..."
"Ella nos lo hizo todo muy fácil". Es decir: Montse procuraba evitar todas las situaciones dolorosas que se dan con frecuencia a lo largo de una enfermedad mortal. Una mañana, cuando vino el doctor, mientras le tomaba la presión, le preguntó directamente:
-"¿Cómo estoy?"
Todos se miraron entre sí. El doctor Cañadell, tras una breve pausa, comentó:
-"Vas marchando".
Se hizo un silencio embarazoso. Nadie sabía qué decir. Hubo un cruce de miradas... Montse solucionó la situación al momento: tomó un estuche negro -útil, pero de diseño no muy estético- que el médico había dejado encima de la cama y le comentó a su padre, con humor:
-"Fíjate Papá: qué estuche tan mono..."
"Pocos días después -continúa su madre- el 22 de febrero, me preguntó:
-Mamá, ¿verdad que tú pides mucho por mí?
-¡Claro! -le dije- Pero tú, ¿qué quieres que pida? Que el Señor te ayude a sufrir, ¿verdad?
Asintió con la mirada. Entonces le pregunté:
-¿No te da pena irte?
Reaccionó enseguida, con una energía sorprendente, aunque estaba agotadísima:
-¡No! ¡No!"