Aquella caída en la Molina

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

Un domingo de enero por la tarde Lía se extrañó al ver que Montse cojeaba un poco. También su madre lo advirtió. "Llamamos al doctor Sáenz -cuenta Manolita- que vino tan campechano y jovial como siempre, y empezó a gastarle bromas:

-Vamos, vamos, Montse, ¿pero a quién se le ocurre ponerse enferma?

El doctor no le dio ninguna importancia a aquel dolor en la rodilla y le recetó unas vitaminas. Pero el dolor no se le quitaba. Al poco tiempo la vio de nuevo; le dijo que se pusiera una rodillera y le sorprendió por su decaimiento físico; estaba perplejo:

-Lo que no puedo comprender -me dijo- es que tenga este aspecto con la cantidad bárbara de vitaminas que está tomando; esto es lo que más me preocupa".

"Montse pensó que aquella rodillera que le habían indicado que se pusiese era poco menos que un aparato ortopédico -recuerda Carmen Salgado- y cuando me lo contó en Llar yo le dije que yo tenía una y que se la podía dejar. Se la llevé y en cuanto la vio me dijo, riéndose: 'anda, si de esto tienen mis hermanos para jugar al hockey; yo pensaba que era una cosa muy cara...'. Y se puso muy contenta por no tener que haber hecho un gasto a sus padres".

Era una caída sin importancia; quizá un nervio hinchado que necesita un poco de reposo; pero el dolor no cedía y cojeaba un poco al caminar. "Yo -cuenta Rosa-, cuando la vi venir hacia mí cojeando, creía que se estaba riendo de mí, y le dije:

-Mujer, que encima te burles de los pobres que andamos así...

-¡No, si no me burlo -me explicó- si es que me he dado un golpe y me duele la rodilla!"

"Sin embargo -sigue contando su madre-, el Dr. Sáenz estaba muy inquieto por aquel asunto: sabía que nuestros hijos no eran enfermizos ni quejones. Las 'curas de caballo' se habían hecho célebres en casa: cuando los chicos venían del colegio con alguna herida, Manuel tomaba las tijeritas, cortaba la piel, lo desinfectaba bien y no pasaba nada... Aguantaban a pie firme porque les habíamos enseñado a ser recios. Por eso, en Seva, se extrañaron tanto cuando uno de sus amigos empezó a llorar a moco tendido cuando se lastimó y le puse en la herida un poquito de agua oxigenada..."