Ni un segundo que perder

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

"Ella era sobre todo amiga de Ana María Suriol, Sylvia Pons y otras que eran de su misma edad -sigue contando Rosa-. Sin embargo aunque se llevaba algunos años conmigo, congeniamos muy bien. Hablábamos de todo; de cine, de teatro, de los planes apostólicos que podíamos hacer con las amigas que teníamos en común... Entonces estábamos comenzando la labor del Opus Dei con chicas jóvenes en Barcelona y no teníamos ni un segundo que perder...

Recuerdo que un día estábamos hablando de Dios, y yo le comentaba que cumplir la voluntad de Dios es lo único importante en nuestra vida. ¿Qué hubiera sido mi vida sin Dios? 'Mira Montse -le dije sin darme cuenta del alcance de lo que le decía- tú ahora te encuentras bien, pero en un momento dado, como me sucedió a mí, te puede fallar todo lo físico... ¿y entonces qué? Si no estás unida a Dios todo se te derrumbará.

-Tienes toda la razón, Rosa -me dijo- Yo también quiero estar cerca de Dios; y si algún día me sucediera lo que a ti me gustaría continuar con la misma alegría y con la misma ilusión que tengo ahora...'.

-Fíjate -me dijo en una ocasión-, lo que me estoy planteando: mortificar la vista. A mí me gusta mirar ¡por todas partes! Voy por la calle y miro; voy junto a una librería y miro; junto a una tienda de ropa y miro..., y me han dicho que tengo que empezar a mortificarme en estas pequeñas cosas.

-Pues chica -le comenté yo-, a mí esas cosas no me importan tanto: a mí lo que me gusta es leer, oír música...

-Claro... Entonces no mirar no supondrá la misma mortificación para ti que para mí.

Es verdad -pensé-, Montse tiene razón. Ella va habitualmente a pie por la calle, y yo, por mi situación, no lo hago nunca; y al que va andando esas cosas le deben costar mucho más...

Y al cabo de una semana me dijo que estaba luchando mucho en estas pequeñas mortificaciones y que estaba consiguiendo dejar de mirar muchas cosas..."

Montse estaba dando los primeros pasos en el camino de la mortificación hecha por amor a Dios. Mortificación en lo pequeño: de la vista, de la curiosidad... "¿No has contrariado, alguna vez, en algo, tus gustos, tus caprichos? -pregunta el Fundador del Opus Dei- Mira que Quien te lo pide está enclavado en una Cruz -sufriendo en todos sus sentidos y potencias-, y una corona de espinas cubre su cabeza... por ti".

"Pero no nos pasábamos todo el día hablando de temas espirituales -prosigue Rosa-; nos gastábamos muchas bromas, nos contábamos chistes... y nos teníamos mucha confianza para decirnos las cosas. Recuerdo que yo la invitaba cada sábado a la meditación que daba el sacerdote; y a veces me decía:

-Chica, es que te pasas; no seas pesada.

Pero al final, siempre venía.

Esas meditaciones las teníamos en el oratorio de Llar, donde había una cruz de palo. Y yo le comenté alguna vez, alentándola a ser generosa:

-Montse: mira esa Cruz: es la tuya. Cuando quieras la coges...

Y ella me contestaba:

-Pero Rosa, ¡qué pesada te pones con lo de la Cruz!

Y yo le decía:

-Vétela mirando..."