De nuevo en Barcelona

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

Mientras que la vida de la familia Grases en Barcelona seguía su curso cotidiano, a mitad de los años cuarenta seguían difundiéndose por toda España las calumnias contra el Opus Dei. No hay que extrañarse por tanta pertinacia: las maledicencias son incansables por naturaleza.

No era raro que el que escuchaba esas falsedades las ampliara con nuevas patrañas de su propia cosecha:-

"¿Qué me dices...? Entonces lo más probable es que sean masones disfrazados. Y además me supongo yo que..."

De este modo, engordadas por la propia dinámica de la calumnia, los rumores se volvían cada vez más disparatados y rocambolescos.

El Fundador sabía que la contradicción suele acompañar los comienzos de muchas instituciones de la Iglesia, y que algunas incomprensiones obedecían a la novedad que el Opus Dei suponía para la mentalidad de muchos. Preveía también las dificultades que debería vencer el Opus Dei hasta encontrar su lugar en el marco jurídico de la Iglesia: sabía que era un fenómeno pastoral nuevo y que las leyes de la Iglesia no contemplaban nada parecido. "¡Ustedes han llegado con un siglo de adelanto!", le había comentado un prelado a don Alvaro del Portillo, Secretario General del Opus Dei, que se encontraba en Roma, enviado por el Fundador, realizando las gestiones previas para la aprobación del Opus Dei por la Santa Sede como una institución de Derecho Pontificio.

Las palabras de aquel prelado le hicieron ver a don Alvaro del Portillo que sin la presencia del Fundador en Roma todo sería inútil. Y le escribió diciéndoselo: tenía que venir enseguida. No había otra solución.

Cuando recibió la carta, don Josemaría se encontraba enfermo. Padecía una diabetes "mellitus" y el médico le había aconsejado calma y reposo. ¿Viajar a Roma en esas condiciones? La respuesta del doctor fue tajante: aquel viaje, y en aquellas circunstancias, podía poner en serio peligro su salud. Si emprendía ese viaje -le dijo-, no respondía de su vida.

Sin embargo, el Fundador no dudó: era el futuro de el Opus Dei el que lo exigía. Se abandonó en las manos de Dios y la tarde del miércoles 19 de junio de 1946 salió de Madrid rumbo a Barcelona.

Hizo una primera etapa en Zaragoza, donde rezó ante el Pilar. Al día siguiente, fiesta del Corpus Christi, llegó a Cataluña y subió hasta Montserrat para orar a los pies de la Moreneta. Allí dejó, en manos de la Virgen, todas sus peticiones y todas sus esperanzas.

El día 21 de junio, les dirigió una meditación junto al Sagrario a los miembros del Opus Dei que residían en Barcelona. Comenzó su oración con unas palabras de los apóstoles:

-"Ecce nos reliquimus omnia, et secuti sumus te: quid ergo erit nobis?" -He aquí que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué será de nosotros?

Aquellos hombres jóvenes que le seguían lo habían dejado todo -familia, futuro, planes personales- en las manos de Dios. Allí estaba Juan Jiménez Vargas, que tras ganar su cátedra de Fisiología se había establecido en Barcelona, y Alfonso Balcells, un joven médico, que había sufrido, aún antes de ser del Opus Dei, en carne propia, toda la campaña de calumnias, por el puro hecho de haber alquilado a su nombre el piso de "El Palau"... Todo el afán de estos hombres en esta tierra era servir a la Iglesia en el Opus Dei. Y ahora parecía que el Opus Dei no encontraba camino en el marco jurídico de la Iglesia. ¿Qué iba a ser de ellos?

-"¿¡Señor -seguía diciendo el Fundador en su oración-, Tú has podido permitir que yo de buena fe engañe a tantas almas? ¡Si todo lo he hecho por tu gloria y sabiendo que es tu Voluntad! ¿Es posible que la Santa Sede diga que llegamos con un siglo de anticipación? (...). No he tenido más voluntad que la de servirte".

Después de la Misa fue a la Basílica de Nuestra Señora de la Merced, patrona de la diócesis de Barcelona, para pedirle por los frutos de aquel viaje. Y a las seis de la tarde embarcó en un pequeño vapor correo de poco más de mil toneladas, el J.J. Sister, rumbo a Génova, donde continuaría hasta Roma en coche.

El tiempo no auguraba un viaje fácil: el mar estaba encrespado y el cielo, encapotado y con chubascos, amenazaba tormenta.