Unidad de vida. San Nicolás. Devociones teologales. La Madre del Cielo

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Terminada la oración, empieza su segunda jornada laboral, como administrador. La realiza con sentido profesional; tanto que, cuando sean ya numerosos los centros de la Obra, habrá quien se sorprenda de que Zorzano conozca los detalles de cada uno.

Al comenzar la brega con las cuentas, coloca el crucifijo sobre la mesa —después de besarlo— e invoca la protección del intercesor para los apuros económicos. Ya en Santa Isabel había encargado el Padre un cuadro de San Nicolás de Bari. A éste siguieron otros, para los nuevos centros. Isidoro gasta bromas con los artistas sobre si el Santo tenía o no barba, porque lo pintan de las dos formas. Cuando Zorzano haya muerto, los administradores de algunos centros de la Obra escribirán en sus papeles una «I», encomendándose al ingeniero a la vez que al Santo Obispo. De todos modos, Isidoro ya les había explicado el modo de que las cuentas cuadren: llevarlas al día.

Esta «unidad de vida» es característica en la fisonomía espiritual de los hijos del Beato Josemaría. Para Zorzano también es oración el empeño por que cuadren los arqueos. En este contexto se sitúa la invocación a San Nicolás o su afecto a los ángeles y a otros santos. Isidoro no entiende la vida interior como una piedad «devocional», como una ristra de prácticas acostumbradas.

Dirigido por el Fundador, centra su vida en la Santísima Trinidad: se sabe hijo de Dios Padre, a quien llega a través de la Humanidad Santísima de Cristo —particularmente, por la contemplación de los misterios pascuales—, en el Espíritu Santo.

Profundo sentido teologal tiene también su amor entrañable a Nuestra Señora, en quien ve —según escribiera durante la guerra— a «la madre de D. Manuel», y a cuya intercesión atribuye la propia vocación. El Beato Josemaría le ha enseñado a descubrir la protección de María Santísima respecto a la Obra entera. Zorzano lo subrayará, poco antes de morir, a un estudiante recién incorporado al Opus Dei. Le habla de los tiempos cuando «no teníamos ni casa, ni ropa, ni bien alguno...; sólo el amor y fe en la Santísima Virgen, que poco a poco nos iba sacando de las dificultades. Vosotros que sois más jóvenes habéis tropezado con la Obra en camino y hasta floreciente; pues todo eso que veis es fruto del gran amor que la Señora nos profesa. Tenemos que quererla con toda nuestra alma, con un amor infinitamente mayor que todos los amores de la tierra. ¡Qué bien se ha portado Ella con nosotros!».

Sin caer en el «devocionalismo», Isidoro —como los demás fieles del Opus Dei— fomenta y manifiesta de mil maneras el cariño a Nuestra Señora. Por ejemplo, reza cada día las tres partes de Santo Rosario y el Angelus Domini; lleva el escapulario del Carmen; invoca frecuentemente a la Santísima Virgen con el «Acordaos» y otras plegarias; en el mes de mayo, durante la novena de la Inmaculada y todos los sábados dedica particulares muestras de afecto a María; y antes de acostarse, cada noche, se pone en sus manos, recitando —con los brazos en cruz— tres avemarías, pidiendo la virtud de la santa pureza para sí y para todos.

Cuando entra y sale de su habitación mira con amor a la imagen de Santa María. También dirige a la Madre de Dios actos de reparación cuando pasa cerca de lugares donde sabe que se ofende a su Hijo. Algún miembro de la Obra dirá que no recuerda «ni una sola vez haber pasado con él» por delante de un lugar donde Nuestra Señora no era debidamente honrada, «en que no me recordase la conveniencia de rezar una jaculatoria o Ave María en desagravio».