2. Algunos textos sobre el Fundador del Opus Dei

Capítulo del documento "Textos y referencias bibliográficas de San Josemaría sobre el nazismo, el fascismo y el pensamiento totalitario"

Pedro Casciaro , hijo del Presidente del Frente Popular de Albacete, acompañó a San Josemaría durante parte de la guerra y la inmediata posguerra, y ha dejado escrito en su libro de recuerdos “Soñad y os quedareis cortos”, Madrid, Rialp :

“Apenas llegamos a Fuenterrabía -donde, por nuestra condición de evadidos, nos obligaron a hacer múltiples declaraciones-, el Padre trató de comunicarse por teléfono con el Obispo Administrador Apostólico de Vitoria, Mons. Javier Lauzurica, pero no lo encontró porque estaba de viaje en Roma. Habló entonces con Mons. Marcelino Olaechea, el Obispo de Pamplona, que nos avaló ante las autoridades civiles, evitándonos muchos trámites.

Antes de proseguir este relato quiero hacer una aclaración para que se entienda bien lo que viene a continuación: eran tiempos de guerra y los ánimos estaban muy exaltados; las opiniones, sobre todo en el terreno político, se defendían con ardor y pasión. Los que se habían escapado de la "otra zona" caían con frecuencia en un revanchismo exacerbado, explicable por las víctimas que habían tenido en su familia o por las penalidades que habían sufrido. Sin embargo, jamás, en medio de este ambiente, vi ni oí en el Padre expresión alguna que no fuera serena, prudente y caritativa con todos. Y de los que entonces estuvimos más cerca de él, quizá pocos podrían estar tan sensibilizados como yo, a causa de mi compleja situación familiar.

Un comentario hiriente, un gesto de desprecio, una alusión... yo lo hubiese detectado enseguida; pero nunca lo dijo. El Padre nunca hablaba de política: quería y rezaba por la paz y por la libertad de las conciencias; deseaba, con su corazón grande y abierto a todos, que todos volvieran y se acercaran a Dios. Y sufría cuando escuchaba una valoración exclusivamente política de aquellos sucesos, olvidando la cruenta persecución religiosa y los numerosos sacrilegios que se estaban cometiendo.

Eso explica que apenas llegamos a Fuenterrabía el Padre me pidiese que dejara una relación escrita en la Oficina de Información, haciendo constar los esfuerzos que había hecho mi padre, a veces con éxito, para salvar muchas vidas y evitar sacrilegios. Valiéndose de su cargo de Director provincial de Monumentos Históricos y Artísticos, mi padre había logrado esconder en unos almacenes en Albacete y en un sótano del pueblo de Fuensanta, ignorados por las masas, muchos vasos sagrados, custodias, imágenes religiosas, etc. Es justo -me dijo el Padre- que el día de mañana se sepa el bien que ha hecho tanta gente buena, independientemente de las opiniones políticas que hayan podido tener .

Estas palabras ponen de manifiesto su grandeza de alma. Nunca formuló una acusación para nadie: cuando no podía alabar, callaba. Jamás tuvo una expresión de rencor. Y en aquella época no era tarea fácil unir el amor a la justicia con la caridad; pero el Padre supo hacerlo admirablemente.

Otro rasgo característico de aquel momento histórico es que mucha gente hablaba de sí misma en un tono heroico y grandilocuente: se puso tan de moda el contarse unos a otros sus penalidades pasadas, que llegó a acuñarse esta frase: "no me cuente usted su caso, por favor". Por contraste, el Padre, que tenía tantas penalidades que relatar, no lo hizo nunca. Tampoco buscó un acomodo oficial. Hizo lo de siempre: trabajar, callar, rezar, y procurar pasar inadvertido.

Nos recomendó, en medio de aquel clima exaltado, que nunca tuviéramos odio en el corazón y que perdonáramos siempre. Hay que situarse en aquellos momentos para entender lo que significaban estas palabras en toda su radicalidad: estaba teniendo lugar la mayor persecución sufrida por la Iglesia en España, en la cual murieron casi siete mil eclesiásticos y numerosos católicos a causa de su fe.

Algunos de los que habían perdido la vida en aquel conflicto a causa de su fe eran muy amigos del Padre, como don Pedro Poveda, Fundador de la Institución Teresiana, hoy también en los altares; o don Lino Vea-Murguía, al que detuvieron el 16 de agosto del 36 y abandonaron muerto, tras asesinarlo, junto a la tapia del Cementerio del Este. Habían asesinado también a muchos sacerdotes conocidos suyos; entre ellos, a su padrino de bautismo. Era viudo -comentaría el Padre años más tarde, evocando su figura, a raíz de la pregunta de una mujer que había sufrido una cruel persecución en su país-, y más tarde se hizo sacerdote. Lo martirizaron cuando tenía sesenta y tres años. Yo me llamo Mariano por él. Y a la monjita que me enseñó las primeras letras en el colegio -era amiga de mi madre antes de hacerse monja- la asesinaron en Valencia. Esto no me horroriza, me llena de lágrimas el corazón... Están equivocados. No han sabido amar . He recordado todas estas cosas para consolarte, hija mía , concluyó diciendo el Padre a esta mujer; no por hablar de política, porque yo de política no entiendo, ni hablo, ni hablaré mientras el Señor me deje en este mundo, pues ése no es mi oficio. Pero di a los tuyos, de mi parte, que se unan a ti y a mí para perdonar.

El Padre supo perdonar; y nos enseñó a perdonar siempre”.

Antonio Rodríguez Pedrazuela relata en “Un mar sin orillas. El trabajo apostólico del Opus Dei en Centroamérica”, Madrid, Rialp :

Durante las tertulias, ya lo he dicho, se hablaba de todo; se gastaban bromas, se contaban chistes, se relataban anécdotas de la vida universitaria...

-Pues me han dicho que esta mañana -dijo un día uno- unos activistas han asaltado un templo protestante, han roto las puertas y no han dejado un cristal sano...

El suceso, que fue comentado por la prensa internacional, se consideró, por cierto sector de la opinión pública española, más que como un acto vandálico de intolerancia religiosa, como un acto virtuoso de afirmación católico-patriótica. Al escuchar aquello, el Padre se puso serio. Pocas veces le he vi hablar con el rostro tan severo y de un modo tan enérgico:

-¡No, hijos míos, no! ¡Violencia no! ¡Violencia nunca! ¡No me parece apta ni para convencer ni para vencer!

Y nos pidió que rezáramos por aquellas personas, como desagravio.

"Caridad siempre, con todos -escribió años después-. No podemos colocar el error en el mismo plano de la verdad, pero -siempre guardando el orden de esta virtud cristiana: de la caridad- debemos acoger con especial comprensión a los que están en el error". Y explicaba: "El error se combate con la oración, con la gracia de Dios, con razonamientos desapasionados, ¡estudiando y haciendo estudiar!, y, repito, con la caridad. Por eso, cuando alguno intentara maltratar a los equivocados, estad seguros de que sentiré el impulso interior de ponerme junto a ellos, para seguir por amor de Dios la suerte que ellos sigan".

"Convivid, disculpad, perdonad", aconsejaba. Ahora nos hemos acostumbrado a estos términos: "tolerancia", "comprensión", "ecumenismo"...; pero a finales de los años cuarenta, en España, pocos eclesiásticos se expresaban públicamente así; yo por lo menos, no había oído hablar a ninguno con tanta fuerza sobre la libertad religiosa.

El Padre amaba la libertad: no era "una frase", "una pose", "un gesto"; la amaba a fondo, es decir, con sus riesgos y consecuencias; y nos transmitía su afán por llevar a Cristo a todas las almas, con pleno respeto a la libertad de las conciencias. Era un impulso alegre, decidido -¡patos al agua!-, comprensivo, abierto: "¡no seáis -decía- anti-nada ni anti-nadie!"