1. La locura de los hijos de Dios

Extraído del libro "Apuntes" sobre San Josemaría Escrivá de Balaguer, escrito por Salvador Bernal y editado por Rialp

Todo fue posible por la ilimitada y filial confianza del Fundador del Opus Dei en su Padre Dios. Sólo así se explica su fe en lo que para tantos era locura: también para él. Declara don Ricardo Fernández Vallespin que, a finales de 1933, el Fundador del Opus Dei les exponía lo que Dios quería que en el futuro fuese el Opus Dei: ¡una locura! Un sacerdote joven, sin medios materiales, les movía a poner el mundo entero a los pies de Cristo. "Y nosotros, que ya no éramos unos chiquillos ‑Isidoro Zorzano tenía la edad del Padre‑, no dudábamos ni un instante que todo aquello se realizaría, porque Dios lo quería".

Cuando por aquellos días pidió opinión a un sacerdote, amigo suyo, sobre el proyecto que tenía de abrir pronto, en la calle de Ferraz, una residencia de estudiantes, aquel buen sacerdote le objetó que era "como subirse a un aeroplano y tirarse sin paracaídas".

Las pretensiones de don Josemaría, a juicio de muchos, no eran razonables. Tantas veces debió oírlo que en 1934, en Consideraciones Espirituales, escribió:

Eso ‑tu ideal, tu vocación‑ es... una locura. ‑Y los otros ‑tus amigos, tus hermanos‑ unos locos...

¿No has oído ese grito alguna vez muy dentro de ti? ‑Contesta, con decisión, que agradeces a Dios el honor de pertenecer al "manicomio".

Cuarenta años después, un chico joven ‑sólo sé su nombre de pila, Gilberto‑ le preguntó en Sáo Paulo qué quiso expresar con esas palabras. Mons. Escrivá de Balaguer le iba contestando. Y de pronto se dirigió a Gilberto:

‑¿Tú no has visto locos?

Gilberto quedó sorprendido por la pregunta. Se limitó a hacer un gesto negativo con la cabeza.

‑¿No? ¿No has visto nunca a nadie que esté loco? ;Mírame a mí!

Gilberto y todos los presentes rieron. Y Mons. Escrivá de Balaguer continuó:

‑Hace muchos años que decían de mí: ¡está loco! Tenían razón. Yo nunca he dicho que no estaba loco. ¡Estoy loquito perdido, pero de amor de Dios! Y te deseo la misma enfermedad.

Que el Fundador del Opus Dei entendió de esas locuras del corazón se confirma leyendo las múltiples referencias que hace en sus obras. En Camino presenta a aquel chiflado, que besaba los vasos eucarísticos recién consagrados:

¡Loco! ‑Ya te vi ‑te creías solo en la capilla episcopal­ en cada cáliz y en cada patena, recién consagrados, un beso: para que se lo encuentre Él, cuando por primera vez "baje" a esos vasos eucarísticos (Camino, 438).

Y describió el celo apostólico, el amor por todas las almas, como una chifladura divina, con tres síntomas bien claros: hambre de tratar al Maestro; preocupación constante por las almas; perseverancia, que nada hace desfallecer (Camino, 934). En otro pasaje, referido a la táctica para vencer en las batallas de la lucha interior y de la acción apostólica, se preguntaba: ¿Hay locura más grande que echar a voleo el trigo dorado en la tierra para que se pudra? ‑Sin esa generosa locura no habría cosecha (Camino, 834). Porque, al final, los dementes de verdad son los que no quieren saborear el amor de Dios hacia los hombres: ¿No gritaríais de buena gana a . la juventud que bulle alrededor vuestro: ;locos!, dejad esas cosas mundanas que achican el corazón... y muchas veces lo envilecen..., dejad eso y venid con nosotros tras el Amor? (Camino, 790).

El Fundador del Opus Dei tuvo la cordura de acometer esa cadena de imposibles que el Señor le pedía, apoyándose en la realidad de su condición de hijo de Dios. Esto le daba una fe y una esperanza inquebrantables. Poco le importaba no ser nada, no valer nada, no tener nada, según decía de sí mismo, si Dios era su Padre. Poco le importaba carecer de lo necesario para poner en marcha una nueva actividad apostólica. Poco le importaban las dificultades ‑reales o imaginarias‑ del am­biente.

Ismael Sánchez Bella, primer rector de la Universidad de Navarra, resume los comienzos de ese centro aludiendo a "la desproporción entre los medios con que se contaba en 1951 y lo que Mons. Escrivá de Balaguer nos había confiado". Pero esa desproporción "se salvaba con su fe, propia de un hombre de Dios". Y Edwin Zobel lo corrobora: "Soy testigo de lo que ha sido capaz de hacer el Opus Dei en mi país y con mis paisanos. Jamás lo hubiera creído, ni imaginado. Recuerdo la fe tan impresionante del Padre cuando decía que esperaba con mucha ilusión el fruto apostólico que, con la gracia del Señor, tenía que cuajar en Suiza". Su fe "superaba todos los obstáculos".

Don Josemaría contaba sobre todo con el querer de Dios. Pero no al modo quietista. Su aceptación rendida de la voluntad divina le llevaba a poner en primer plano la necesidad de la oración, de la mortificación, del trabajo hecho cara a Diosa Y murió mendigando oraciones, como hizo siempre desde los años veinte, convencido de que era el resorte más importante para mover a las almas. A todos se lo pedía: a sus amigos, a los chicos que trataba, a sacerdotes y religiosos, a los enfermos que atendía.

Los testimonios son innumerables. Sor Cecilia Agut, monja clarisa, conoció al Fundador del Opus Dei en 1935, con motivo de un viaje que realizó a Valencia. Visitó el Monasterio y les rogó que ofrecieran oraciones para que el Señor le ayudara: "Me llamó la atención la fe profunda y la extraordinaria confianza en Dios que se traslucía en sus palabras. Fue tal la visión sobrena­tural y la rectitud de intención con que nos habló, que desde entonces no hemos dejado de pedir al Señor por el Opus Dei y por su Fundador".

Don Casimiro Morcillo, cuando era arzobispo de Madrid, recordaba perfectamente, al cabo de casi cuarenta años, cómo el Fundador del Opus Dei le había pedido que encomendara al Señor una intención suya. Tal era la vibración que había puesto en sus palabras. Sucedió en 1929. No se conocían. Don Josemaría se cruzaba con él a las seis de la mañana en la calle de Eloy Gonzalo. Un día lo paró y le dijo:

‑¿Va usted a decir Misa? ¿Quiere rezar por una intención mía?

Don Casimiro quedó asombrado. Prometió rezar, y lo hizo. Después llegaron a ser muy amigos, y recordó siempre con cariño aquella primera conversación.

No fue un caso aislado. Aquel joven sacerdote hizo lo mismo con mucha gente que no conocía. Más de una vez, también por la calle, cuando veía la honradez cristiana en el rostro de tantas personas, les decía que rezaran por una intención suya que iba a ser para mucha gloria de Dios. Entonces estaba aún la Obra en su fase de gestación. Con el tiempo, sabrían que habían estado pidiendo por el Opus Dei.

José María González Barredo iba a Misa al Patronato de Enfermos (en la calle de Santa Engracia), y relata que un día el Fundador del Opus Dei, que estaba confesando allí, se le acercó para pedirle que rezase por una intención suya especial. El tono le impresionó y, aunque se fue de Madrid por una temporada larga, siguió encomendando a Dios todos los días, sin dejar ninguno, ese asunto que él no conocía, de un sacerdote a quien tampoco conocía.

Mons. Escrivá de Balaguer supo ser consecuente con lo que había anotado cuando tenía menos de treinta años y publicó después, en 1934, en una de sus Consideraciones Espirituales: Después de la oración del Sacerdote y de las vírgenes consagra­das, la oración más grata a Dios es la de los niños y la de los enfermos. Por eso, buscó entre los enfermos y los niños más desamparados de Madrid fortaleza para seguir adelante.

Miles de personas, en fin, tienen grabada su imagen en sus correrías apostólicas por todo el mundo, alargando el brazo y extendiendo la mano...

Yo os pido así, como pide un pobrecito por la calle, que recéis por mí ‑como una limosna que me hacéis‑, para que el Padre sea bueno y sea fiel.

Frente a lo que pudiera parecer a primera vista, esta insistencia era justamente fruto de la filial confianza en Dios: un Dios cercano, un Dios ‑como enseñó siempre‑ que no está solamente allá arriba, donde brillan las estrellas, sino que está de continuo junto a nosotros ‑más aún, en nosotros‑, como un Padre que ama ardientemente a sus hijos. La oración era consecuencia de esa proximidad, manifestación de cariño de hijo, que gusta estar con su padre, para aprender de sus gestos y recibir de sus riquezas.

Así, hasta la muerte. El Consiliario del Opus Dei en España, en los funerales que se celebraron en Madrid, evocaba una conversación durante su última estancia en España, en mayo de 1975. Decía don Florencio Sánchez Bella: "Me hablaba de su muerte: me consta que, desde que era sacerdote muy joven, meditaba a diario sobre este tema, y pedía que se rezara por su alma. Era consciente de que ‑como a todos‑ el Señor podía llamarle en cualquier momento, y me pedía de nuevo, con cariño y con fuerza, que rezáramos mucho por él, en cuanto supiéramos de su fallecimiento. Mendigaba así, una vez más, la limosna de la oración, para que el Señor tuviera misericordia con él".

Ante la muerte, su actitud era la misma que ante la vida: oración filial y confiada, pero tenaz y perseverante, como tantas veces había indicado a los socios de la Obra:

;No hay más remedio que perseverar! ;Pedid, pedid, pedid! ¿No veis lo que hago yo? Trato de practicar este espíritu.

Cuando quiero una cosa, hago rezar a todos mis hijos; les digo que ofrezcan la comunión, el rosario, tantas mortificaciones y tantas jaculatorias, ;miles! Y Dios nuestro Señor, si perseveramos con perseverancia personal, nos dará todos los medios que necesitamos para ser más eficaces y extender su Reino en el mundo.