Dios sí que tiene tiempo

"Nosotros tenemos siempre poco tiempo, especialmente para el Señor, a veces no sabemos o no queremos encontrarlo. En cambio, ¡Dios tiene tiempo para nosotros!". Benedicto XVI ha pronunciado estas palabras en los primeros días del Adviento

Domingo. 30 de noviembre de 2008 Conformar nuestra propia vida a la del Señor 

Hablando en la homilía del Adviento, el Santo Padre explicó que “significa recordar la primera venida del Señor en la carne, pensando ya en su regreso definitivo, y al mismo tiempo, reconocer que Cristo presente entre nosotros se convierte en nuestro compañero de viaje en la vida de la Iglesia que celebra su misterio”.

Benedicto XVI dijo que “en esta perspectiva, el Adviento es para todos los cristianos un tiempo de espera y de esperanza, un tiempo privilegiado de escucha y de reflexión, siempre que nos dejemos guiar por la liturgia que invita a ir al encuentro del Señor que viene”.

“Ven Señor Jesús”: esta ardiente invocación de la comunidad cristiana de los inicios debe ser también nuestra aspiración constante, la aspiración de la Iglesia en todas las épocas, que anhela y se prepara para el encuentro de su Señor: “¡Ven hoy Señor -exclamó el Papa-, ayúdanos, ilumínanos, danos la paz, ayúdanos a vencer la violencia, ven Señor rezamos precisamente en estas semanas, Señor haz resplandecer tu rostro y nos salvaremos”.

Refiriéndose posteriormente a san Lorenzo, el Papa puso de relieve que “su solicitud por los pobres, el servicio generoso a la Iglesia de Roma en el sector de la asistencia y de la caridad, la fidelidad al Papa, que le llevó a seguirle hasta la prueba suprema del martirio y el testimonio heroico de la sangre, pocos días más tarde, son hechos universalmente conocidos”.

Benedicto XVI recordó “un evento particularmente dramático en la historia de esta basílica, cuando durante la segunda guerra mundial, exactamente el 19 de julio de 1943, un violento bombardeo causó daños gravísimos al edificio y a todo el barrio, sembrando muerte y destrucción. Nunca se podrá borrar de la memoria de la historia el gesto generoso realizado en aquella ocasión por mi venerado predecesor, el Papa Pío XII, que fue inmediatamente a socorrer y a consolar a la población duramente golpeada, entre los escombros que todavía ardían”.

“No olvido -continuó- que esta misma basílica acoge las urnas de otras don grandes personalidades”, la del beato Pío IX y la tumba de Alcide De Gasperi, “guía sabio y equilibrado para Italia en los difíciles años de la reconstrucción de la posguerra, y al mismo tiempo, insigne estadista capaz de mirar Europa con una amplia visión cristiana”.

Tras recordar la invitación del Evangelio de hoy a “velar”, el Santo Padre afirmó que esto significa “seguir al Señor, elegir lo que El ha elegido, amar lo que ha amado, conformar la propia vida a la suya; velar comporta transcurrir cada momento de nuestro tiempo en el horizonte de su amor sin dejarnos abatir por las inevitables dificultades y problemas cotidianos. Así hizo san Lorenzo -terminó- y así tenemos que hacer nosotros y pedimos al Señor que nos dé su gracia para que el Adviento estimule a todos a caminar en esta dirección”.

Dios nos da su tiempo Mensaje del Ángelus

El Adviento que abre el nuevo año litúrgico "nos invita a reflexionar sobre la dimensión del tiempo", dijo el Papa, recordando que en nuestra época todos decimos "nos falta tiempo" porque el ritmo de la vida cotidiana se ha vuelto frenético. Pero sobre esta cuestión, la Iglesia tiene una "buena noticia": Dios nos da su tiempo. Nosotros tenemos siempre poco tiempo, especialmente para el Señor,  a veces no  sabemos o no queremos encontrarlo. En cambio, ¡Dios tiene tiempo para nosotros! (...) Nos da su tiempo porque ha entrado en la historia con su palabra y sus obras de salvación, para abrirla a la eternidad y hacerla historia de la alianza".

"Ante esta perspectiva, el tiempo es ya en sí mismo un signo fundamental del amor de Dios: un regalo que el ser humano (...) puede valorar, o por el contrario, estropear;  acoger su significado, o descuidar con superficialidad".

El Santo Padre habló después de los tres puntos cardinales del tiempo que jalonan la historia de la salvación: la creación, la encarnación-redención y la parusía que comprende el juicio universal. "Pero estos tres momentos -explicó- no pueden entenderse como una simple sucesión cronológica. La creación es el origen de todo, pero es continua y se lleva a cabo en el arco del devenir cósmico, hasta el final de los tiempos. Del mismo modo, la encarnación-redención, que tuvo lugar en un tiempo histórico determinado que fue el paso de Jesús por la tierra, extiende su radio de acción a todo el tiempo precedente y a todo el siguiente. A su vez, la última venida y el juicio final, anticipados en  la Cruz de Cristo, ejercen su influjo en la conducta de los seres humanos en todas las épocas".

"El Señor viene continuamente a nuestra vida (...) y este primer domingo nos vuelve a proponer el llamamiento de Jesús: ¡Velad!", porque "en la hora que sólo Dios conoce seremos llamados a dar cuentas de nuestra existencia". "Esto conlleva -concluyó el Papa- un despego de los bienes terrenales, un arrepentimiento sincero de los propios errores, una caridad efectiva hacia el prójimo y, sobre todo, un confiarse (...) a las manos de Dios, nuestro Padre tierno y misericordioso".

Adviento: Grito de esperanza  Sábado 29 de noviembre de 2008

"El Adviento -dijo el Papa en su homilía- es por excelencia la estación espiritual de la esperanza y durante él la Iglesia entera está llamada a convertirse en esperanza, para ella misma y para el mundo. (...) Todo el pueblo de Dios se pone en marcha atraído por este misterio: nuestro Dios es el "Dios que llega" y nos llama a salirle al encuentro, (...) ante todo con esa forma universal de esperanza y de la espera que es la oración".

El Santo Padre recordó que la expresión más alta de la plegaria son los salmos, y citando el salmo 141, "Señor, a ti clamo, ven en mi ayuda", dijo: "Es el grito de una persona que se siente en grave peligro, pero es también el grito de la Iglesia entre las múltiples asechanzas que la circundan, que amenazan su santidad, la integridad irreprensible de la que habla el apóstol Pablo, que debe en cambio conservarse para la llegada del Señor".

"En esta invocación resuena también el grito de todos los justos, de los que quieren resistir al mal, a la seducción de un bienestar inicuo, de placeres ofensivos de la dignidad humana y de la condición de los pobres. Al principio del Adviento la liturgia de la Iglesia hace suyo de nuevo este grito y lo eleva a Dios como "incienso" que es "efectivamente el símbolo de la oración, de los corazones levantados al Señor".

"En el grito del Cuerpo místico -prosiguió- reconocemos la voz misma de nuestro Señor: el Hijo de Dios que tomó sobre sí nuestras pruebas y tentaciones para darnos la gracia de su victoria.  (...) La Iglesia revive siempre la gracia de esta compasión, de esta "venida" del Hijo de Dios en la angustia humana hasta tocar el fondo. El grito de esperanza del Adviento expresa desde el principio y con fuerza toda la gravedad de nuestro estado, nuestra necesidad extrema de salvación. Esperamos al Señor no como un adorno para el mundo que ya está salvado, sino como único camino para la liberación de un peligro mortal".

Refiriéndose de nuevo a los salmos 141 y 142, utilizados en la liturgia de hoy, Benedicto XVI subrayó que "nos alertan de cualquier tentación de evasión y de fuga de la realidad: nos defienden de una falsa esperanza, que quizá quisiera entrar en el Adviento y encaminarse hacia Navidad, olvidando el dramatismo de nuestra experiencia personal y colectiva".

"Efectivamente una esperanza confiada y no engañosa -concluyó- no puede por menos que ser una esperanza "pascual", como nos recuerda (...) el cántico de la Carta a los Filipenses, con el que alabamos a Cristo encarnado, crucificado, resucitado y Señor universal".