Laicos, pero de verdad

Un capítulo del libro "Opus Dei. Una investigación" de Vittorio Messori

No le faltaba razón al que dijo: «antes del Concilio, la Obra fue acusada de "herejía" porque decía lo que redescubriría el Vaticano II. Después del Concilio también fue acusada de herejía, pero de la "herejía" de obedecer al Papa y de enseñar la fe y la moral de la Iglesia».

En cualquier caso, es un hecho documentable que el mismo status de «Prelatura personal» -aplicado por primera vez en la historia al Opus Dei- es un fruto directo del Vaticano II. Sin aquel Concilio, que introdujo esa novedad, la Obra no habría encontrado su «puerto».

Podríamos añadir otras pruebas de sintonía con el Concilio: por ejemplo, la visión optimista del mundo y de los hombres, unida a un sentido realista de la fragilidad de las criaturas, expuestas siempre al pecado. Una célebre homilía de Escrivá tiene por título, significativamente, Amar al mundo apasionadamente. Estos rasgos confirman las consideraciones que hice sobre el futuro de la Obra. A diferencia de casi todas las demás instituciones de la Iglesia, el Opus Dei no ha necesitado aggiornamento de ningún tipo. Aquella asamblea episcopal, que hizo tambalearse a árboles seculares y puso en crisis a instituciones que habían desafiado los siglos, supuso una confirmación de lo que el Opus Dei repetía casi en solitario.

Por su parte, el beato, con humildad serena, puso de manifiesto lo que debería admitir cualquier observador objetivo que conozca la dinámica de la Iglesia y la de esta institución: «El Opus Dei no tendrá jamás necesidad de adaptarse al mundo, porque todos sus miembros son del mundo; no tendrá que ir detrás del progreso humano, porque son todos los miembros de la Obra, junto con los demás hombres que viven en el mundo, quienes hacen ese progreso con su trabajo ordinario».

En los años duros que siguieron al Concilio, marcados por crisis de identidad -y a veces de fe-, y por la caída del número de practicantes y el de vocaciones, el Opus Dei marcha claramente contra corriente, puesto que ha crecido año tras año, de modo discreto pero sin pausa, como es su estilo.

Por hacer una comparación con la crudeza de las cifras (pero sin olvidar que, en el espíritu del evangelio, la «cantidad» no es signo indicativo por sí mismo, y que en este campo con frecuencia small is beautiful, los Jesuitas (primera Orden católica masculina por número de miembros) eran 35.919 en 1966 y en 1990 habían bajado a 23.778, con una media de edad muy avanzada; los Franciscanos (segunda Orden por número de miembros) pasaron de 25.272 a 18.738. Por lo que se refiere a las mujeres, el primer instituto femenino, las Hijas de la Caridad de San Vicente, en el mismo periodo descendieron de 45.048 a 28.999. Lo mismo sucedió con casi todas las demás familias religiosas, hasta el punto de que algunas se juntan con otras para no desaparecer.

El Opus Dei, durante esos mismos años, siguió creciendo hasta llegar a los actuales 80.000 miembros, llamados todos ellos a alimentarse del mismo puchero. Una única vocación les impulsa a reunirse en una Obra en la que no se hacen «votos» sino «contratos», y en la que «no hay categorías distintas de miembros». Porque, recordémoslo, «para todos la vocación es siempre «plena y completa».

Si eso es cierto, ¿cómo se organiza? Si no hay «categorías» diferentes ni «clases» distintas, ¿qué consecuencias tienen esos nombres que hemos escuchado: numerarios, agregados, supernumerarios? ¿Y de dónde proceden los sacerdotes? ¿A qué se dedican?

En la Obra os responderán en seguida que esos términos (escogidos por espíritu laical, como hemos visto, y probablemente no del todo acertados), indican simpemente «situaciones personales distintas, que implican que la misma vocación se viva de un modo o de otro. Lo que de veras importa -los compromisos espirituales al servicio de una llamada, que es única- es igual para todos».

Como en la Institución se persigue el más alto de los ideales -que, en ocasiones, no excluye el heroísmo-, pero esforzándose por hacer compatible el radicalismo de la fe con la sencillez y la normalidad, convendrá empezar por entender las distintas situaciones. Comencemos no por los sacerdotes ni los miembros célibes (numerarios y numerarias, agregados y agregadas), sino por los supernumerarios.

El nombre es engañoso porque parece dar idea de añadido (el prefijo «super»), o de algo incompleto y superpuesto. En realidad, las mismas fuentes oficiales recuerdan que «la inmensa mayoría de los miembros son supernumerarios y esta es, por decirlo de algún modo, la situación normal en la Obra, puesto que un mayor número de personas, en fidelidad a la vocación cristiana, encuentran su camino en el matrimonio más que en el celibato». En efecto, los supernumerarios -hombres y mujeres- representan actualmente el 70% de los miembros del Opus Dei.

Sigamos con esa explicación oficial, clara y precisa. «Los supernumerarios son fieles laicos (solteros, casados o viudos) que son llamados a una completa vocación divina -la misma que la de los numerarios y agregados- y que viven esta vocación según la disponibilidad que sus obligaciones familiares les permiten».

Por consiguiente, queda claro que «la ordinaria vocación de supernumerario resalta en primer lugar la realidad de que el matrimonio y la vida familiar son un camino real de santificación».

Pero entonces, ¿por qué los frailes, los curas, las monjas (y también, dentro del Opus Dei, los numerarios y los agregados) no se casan? Transcribo tal cual su respuesta, y que cada uno piense luego como le dé la gana: confieso que este es uno de los nudos más complicados. «Aunque la teología dice que el "celibato por el reino de los cielos" -es decir, no casarse para estar más disponible al servicio de Dios y de los hombres- es superior al estado matrimonial, esto no quiere decir que la renuncia a casarse asegure por sí misma un mayor grado de santidad. En cualquier situación humana, la santidad (que es la meta a la que todos deben tender) depende únicamente de la fidelidad a Dios». En cualquier caso, aseguran que «en el Opus Dei, celibato y matrimonio son vistos no como estados contrapuestos, sino que están entrelazados y orientados ambos hacia el objetivo común: la santificación en la vida profesional». Que, para los sacerdotes, es su «oficio de cura».

Los supernumerarios representan la «normalidad», la vocación estadísticamente más frecuente, y en la que quizá aparece más claro el fin del Opus Dei de cristianizar el mundo desde dentro con gente «del mundo», pero no «mundana». Al mismo tiempo, también es cierto que los numerarios y las numerarias constituyen el «esqueleto» de toda la estructura. Estos últimos son en la actualidad algo menos del 20% del total de miembros.

Acudamos de nuevo a la descripción que hacen las fuentes oficiales: «Numerarios y numerarias son aquellos que han recibido la llamada de Dios a vivir el celibato apostólico y a estar en completa disponibilidad para las tareas de la Prelatura: tareas que se reducen a las de dirección y formación de los demás miembros de la Obra». Sigamos: «Viven habitualmente en los Centros de la Prelatura, pero pueden hacerlo también en otros lugares, si así lo exigen, por ejemplo, las circunstancias del trabajo profesional».

No olvidemos que los numerarios, como cualquier otro «opusdeísta» -del mismo modo, pues, que los supernumerarios-, tienen una profesión, un trabajo «normal», «civil», que ejercen gracias a que todos ellos (y todas ellas) tienen un título académico universitario. «Las tareas de dirección y de formación», por tanto (salvo casos especiales, y en cualquier caso temporales, de llamada a encargos de gobierno interno), se desarrollan en el tiempo libre: cuando cualquier otro hombre o mujer se ocupa de su familia. Que para estos es, más que nunca, el Opus Dei.

A propósito: si en apariencia hablo poco de las mujeres y no les dedico un capítulo especial, no es porque al estudiar los documentos y los textos de formación, o al observar su actividad, haya apreciado en la institución un residuo de antifeminismo. Sucede todo lo contrario: no hay mucho «especial» que decir.

La insistencia en la unidad de vocación se extiende a los dos sexos: tanto hombres como mujeres pueden ser llamados a santificarse allí donde están y por medio del trabajo. Dejando al margen lógicamente al sacerdocio ministerial, a cada «figura» masculina (numerario, agregado, supernumerario) corresponde otra femenina, con iguales derechos y deberes y con igual variedad de situaciones personales: solteras, viudas y casadas; doctas y poco formadas; pobres y ricas.

Las mujeres del Opus Dei son la mitad del total de los miembros. Si se adhieren a él libremente de forma tan numerosa, a pesar de que Escrivá pensara que no había lugar para ellas; si son tan activas y motivadas, tanto que el número de los «abandonos» -ya singularmente bajo entre los hombres de la Obra, incluso en los tiempos posconciliares- es casi irrelevante; si esta es la realidad, no deben encontrarlo nada malo. Es una comprobación pragmática, pero que vale mucho más que tantas teorías de teología feminista abstracta.

También es significativo lo siguiente: «La presencia de las mujeres en el Opus Dei no significa sólo que la espiritualidad y la misión de la Prelatura están abiertas a todos, sino que tal presencia es necesaria para que reine efectivamente el espíritu de familia (una familia con vínculos sobrenaturales) y se muestre que la Iglesia es verdaderamente familia Dei». Estas casi 40.000 mujeres hacen lo mismo que hacen las demás, según su cultura y su país. Las numerarias tienen un título de estudio, como también lo tienen muchas agregadas (hablaremos también de ellas), y muchas trabajan como directivas, empleadas, empresarias, propietarias de comercios, etc.

Además, algunas numerarias son «administradoras» de los Centros de varones, y en ese puesto coordinan el trabajo de otras mujeres, pertenecientes o no al Opus Dei. Su labor no se equipara a la del voluntariado, al menos en sentido económico y social: es su profesión, que deben santificar y en la que han de santificarse, y -aunque trabajan «para los de dentro»- reciben el salario normal por esas ocupaciones, junto con las demás prestaciones sociales propias de un contrato laboral.

También es trabajo profesional -y uno de los más valiosos y dignos- el de «ama de casa». Así lo describía el fundador: «Ciertamente habrá siempre muchas mujeres que no tengan otra ocupación que llevar adelante su hogar. Yo os digo que ésta es una gran ocupación, que vale la pena. A través de esa profesión -porque lo es, verdadera y nobleinfluyen positivamente no sólo en la familia, sino en multitud de amigos y de conocidos, en personas con las que de un modo u otro se relacionan, cumpliendo una tarea mucho más extensa a veces que la de otros profesionales».

Pero añadía a continuación: «Eso no se opone a la participación en otros aspectos de la vida social y aun de la política, por ejemplo. También en esos sectores puede dar la mujer una valiosa contribución, como persona, y siempre con las perculiaridades de su condición femenina».

La clave parece estar aquí: «peculiaridad», «especificidad» de cada sexo. Por tanto, radical igualdad de derechos y de deberes, idéntica dignidad frente a Dios y a los demás, pero sin olvidar que se encarna en una «diversidad» sexual que -como sabemos por la fe- forma parte del plan mismo del Creador; y que no es un simple rasgo de la historia, de las costumbres, de la cultura, que pueda cambiarse por gusto.

El feminismo está marcado por ese sufijo, "¡sino ", frecuentemente preñado de desgracias. El rechazo de la ideología feminista es una defensa de lo más propio de la feminidad, que es indispensable para el mundo: tanto para las mujeres como para los hombres, tanto para las familias como para las profesiones.

Sobre el papel de las mujeres en la Obra y sobre la existencia de «numerarias auxiliares» cuyo trabajo es la administración de los Centros, ha habido clamores y polémicas. Puede ser interesante recoger las palabras al respecto de Peter Berglar, un biógrafo de Escrivá. Sirvirán para entender con qué perspectiva se ven las cosas desde dentro. Perspectiva que no es otra que la católica tout court, pero que corre el peligro (por falta de información quizá) de ser rechazada antes de ser conocida, antes de que se comprendan sus motivos.

Escuchemos al historiador alemán: «En nuestros días, una de las más frecuentes deformaciones de la persona humana, con consecuencias catastróficas, es el desprecio del espíritu de servicio, la sospecha de que favorecer ese espíritu es un maligno fraude de los "poderosos" para humillar a los "oprimidos", que no serían conscientes del engaño. Se piensa que servir es el principal obstáculo para la "autorrealización" personal; por eso, son cada vez más numerosos quienes rechazan servir a otras personas, o que lo hacen con repugnancia. Es ya de por sí un mal que los hombres no quieran servir, pero es un auténtico desastre cuando también las mujeres se contagian de ese rechazo. Muchas jóvenes se someten a todo tipo de humillaciones con tal de trabajar en una oficina o en una fábrica, porque consideran deshonroso trabajar como empleadas del hogar en la cocina u ocupándose de los niños (más aún si es para sus propios hijos, porque entonces no reciben sueldo y "por su culpa" deben quizá abandonar una profesión donde, dicen, "se realizan plenamente"). Innumerables mujeres y madres sufren una frustración crónica, porque se les ha sustraído la conciencia de la dignidad de su vocación específica, una vocación que se funda en las raíces mismas de la humanidad, y permanece en toda época. Por el contrario, tienen una falsa brújula. «Mejor en el paro, me dijo una vez una joven, antes que limpiar los zapatos de otros o hacer las camas. Esas cosas no se me pueden exigir».

Continúa Berglar: «A don Josemaría siempre se le pudo exigir. Dios esperaba mucho de él, y él mismo enseñó durante casi cincuenta años que un serviam! (¡serviré!) dicho por amor de Dios y, en atención a Dios, por amor a los hombres, es el nervio del camino hacia la santidad y, además, condición indispensable para una auténtica e indestructible alegría de vivir. Innumerables veces rechazó la distinción entre trabajos "prestigiosos" y trabajos "modestos": el trabajo y el servicio reciben valor sólo por el grado de amor con que se realizan. Es evidente, por tanto, que el trabajo del hogar, el "servicio" doméstico en la propia familia o en la de los demás, tiene un valor eminente; y cuando se vive con un amor que se materializa en mil pequeños detalles para crear un hogar de familia agradable, es algo totalmente positivo y natural, especialmente para la mujer. "No hay que olvidar" -decía en 1968 a una periodista- "que se ha querido presentar este trabajo como algo humillante. No es cierto (...) Es necesario que la persona que preste ese servicio esté capacitada, profesionalmente preparada (...). Toda tarea social bien realizada es eso, un estupendo servicio: tanto la tarea de la empleada del hogar como la del profesor o la del juez (...). Para mí igualmente importante es el trabajo de una hija mía que es empleada del hogar, que el trabajo de una hija mía que tiene un título nobiliario».

Concluye Berglar: «Partiendo de estos principios, animó desde el principio a la Sección de mujeres a que erigieran escuelas de ciencias domésticas, donde las jóvenes pudieran aprender a cumplir el trabajo del hogar de modo completo y moderno, a conocer los medios técnicos y los criterios económicos más avanzados y, en fin, a realizar este trabajo con amor, para estar más cerca del corazón de Dios. En cualquier parte del mundo, muchas mujeres viven la vocación al Opus Dei a través de esta forma específica de entrega».

Pero volvamos no a las «categorías», ni mucho menos a las «clases» -quien siguiera hablando así habría entendido bien poco de la Obra-, sino a las «diferentes situaciones personales» que determinan distintas situaciones también en el modo de vivir la única vocación. Subrayo única como recordatorio de lo ya expuesto.

Para acabar con los laicos antes de pasar a los sacerdotes, hay un tercer nombre después de numerarios y supernumerarios: el de agregados (y agregadas). Es una especie de posición intermedia: tiene en común con los numerarios la elección del celibato y la mayoría de los demás compromisos; y se parece a los supernumerarios en otros aspectos. Como señalan los Estatutos: «Son agregados los que, por circunstancias permanentes de carácter personal, familiar o profesional, viven ordinariamente con su familia natural».

Con la familia o solos, pero siempre por su cuenta, y no -como hacen los numerarios, al menos de ordinario- en los Centros de la Obra.

Este podría ser su retrato robot: «en general, los agregados, por responsabilidades contraídas de tipo familiar, profesional o de otro tipo, tienen menos movilidad y disponibilidad de tiempo que los numerarios. No hay gran diferencia entre los numerarios y los agregados. Con esta figura se da acogida a una situación objetiva en la vida de algunas personas llamadas al Opus Dei: un modo distinto, por circunstancias permanentes, de vivir la misma y única vocación. Esas circunstancias implican que los agregados pueden participar menos en las tareas de gobierno, pero se ocupan ampliamente de las tareas de formación de los demás miembros, haciéndolas compatibles con su disponibilidad».

En resumen, el principio es claro: como todos pueden ser llamados, todos deben encontrar un modo adecuado de vivir eso que advierten como una llamada del mismo Dios. Una vocación para cada uno, y un puesto para vivirla según su condición personal y concreta.

Creo que entre las razones prácticas que indujeron a Escrivá a definir la figura de los agregados está también el hecho de que entre estos tienen cabida se también a los que, a diferencia de los numerarios, no poseen un título universitario.

Por lo que dicen «los de dentro», una de las señales de que la Obra está aún en plena adolescencia es el número considerado aún relativamente exiguo de agregados, que actualmente corresponde sólo al 10% de los miembros. Hay que precisar que este estado de «adolescencia» se refiere a la distribución de los miembros, pues la espiritualidad y la organización se consideran desde hace tiempo completas e inmodificables.

Como las condiciones de vida propias de los agregados son muy frecuentes, el Opus Dei del futuro tendrá un número de agregados y de agregadas dos o tres veces superior al de los numerarios. Lo contrario de lo que sucede ahora, cuando los numerarios los duplican: el veinte, respecto al diez por ciento de los agregados.

Ponen todo el esfuerzo posible para no dar la impresión (ni siquiera «inconscientemente») de que unos sean «superiores» a los «del segundo grupo». La vocación del peón peruano está al mismo nivel de la del más prestigioso sacerdote de la Obra: más aún, de la del mismo Prelado. Igual es el fin, iguales los medios espirituales para conseguirlos, igual la esperanza que orienta la vida. La esperanza no sólo de encontrar a Cristo después de la muerte, sino de escuchar de él las mismas palabras del evangelio: «Bien, siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en el gozo de tu Señor» (Mt 25, 21). Si no se pone de relieve la tensión hacia esta meta, se corre el peligro (repetita juvant...) de no entender nada de esas personas.