4.12. Roma, 1961-1965

"Al paso de Dios" es una biografía de San Josemaría escrito por François Gondrand

El viaje a España en octubre de 1960, así como los breves desplazamientos a diversos países europeos, no han sido más que cortas pausas en la vida habitual de Mons. Escrivá de Balaguer, ya que desde 1946, y sobre todo desde 1952, suele estar casi siempre en Villa Tévere, consagrado a las tareas de dirección del Opus Dei.

Al aproximarse a los sesenta años, no ha perdido nada de su vitalidad. En 1954 ha quedado curado de la diabetes, que tantos trastornos le causaba, de manera verdaderamente inexplicable. El 27 de abril de ese año, antes de almorzar, don Álvaro del Portillo le había puesto, como siempre, una inyección de insulina. Esta vez se trataba de una insulina de efecto retardado, que el médico le acababa de recetar. El efecto, sin embargo, no había tardado en producirse: nada más sentarse a la mesa, el Padre se había desplomado, quedando como muerto. Don Álvaro, que le acompañaba, le había dado la absolución, pues el Padre, antes de perder el conocimiento, así se lo había pedido. Luego, había tratado de hacerle volver en sí haciéndole tragar a viva fuerza un puñado de azúcar. Al cabo de unos quince minutos, había recobrado el conocimiento, pero no la vista, que tardó unas horas en recuperar.

A partir de ese momento, todos los síntomas de la diabetes habían empezado a mitigarse -sobre todo los fuertes dolores de cabeza-, hasta desaparecer por completo. Tenía la impresión de salir de una cárcel. Se veía -bromeaba luego- que el Señor había querido sanarle para que trabajase más... Esa era la lección que había sacado de aquel "choque anafiláctico" que, según el médico, hubiese debido causarle la muerte en algunos minutos...

Jornadas apretadísimas

Al celebrar su sesenta aniversario, el 9 de enero de 1962, se niega a considerarse "viejo". La verdad es que su porte jovial impresiona tanto a los que le rodean como a los visitantes que acuden cada vez en mayor número a Roma para pasar con él un rato, aunque sea corto.

Conserva el pelo negro y, si sus gestos son tal vez un poco más pausados que antes, su rostro y su figura se han estilizado al perder peso. Sigue caminando deprisa, con la rapidez de quien quiere aprovechar el tiempo, y mantiene una viveza que le hace reaccionar enseguida, con energía o buen humor, ante lo que le dicen.

Ordenado por naturaleza, sabe multiplicar el tiempo (que, según él, para un cristiano no sólo es oro, sino también gloria), organizando al máximo su trabajo diario. Aplica, a la letra, lo que había escrito en Camino: ¿Virtud sin orden? -¡Rara virtud!

Se levanta temprano y hace un largo rato de oración mental antes de celebrar la Santa Misa. Con frecuencia -sobre todo con ocasión de ciertas fiestas litúrgicas o en aniversarios de fechas importantes para el Opus Dei-, predica a sus colaboradores más íntimos en un oratorio que, para sus hijos e hijas dispersos por el mundo, viene a ser como el corazón de la Obra. Allí, ante una gran vidriera que representa la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés, ha mandado colocar, cuando carecían hasta de lo más indispensable, un altar con un bello sagrario en que se lee lo siguiente: Consummati in unum. "Para que sean consumados en la unidad" (Juan, XVII, 23), palabras que le son muy queridas.

Los que tienen la suerte de escuchar lo que dice, que más que una prédica es una meditación en voz alta, suelen tomar nota, para transmitírselo a otros miembros de la Obra.

Durante el desayuno -muy frugal-, echa un vistazo a la prensa diaria. Luego, tras leer el breviario, empieza a despachar los asuntos ordinarios de gobierno, casi siempre acompañado por el Secretario General de la Obra, don Álvaro del Portillo. Mantiene también breves reuniones con los miembros del Consejo que gobiernan con él la Sección de varones y con los de la Asesoría Central, órgano equivalente para la Sección femenina. Todos los días le llegan al Padre informes del mundo entero que hacen referencia al desarrollo de los apostolados y a los asuntos que exigen una consulta.

A últimas horas de la mañana, recibe algunas visitas: miembros de la Obra que se encuentran en Roma, acompañados a menudo de sus familias; amigos que colaboran en actividades apostólicas de diversos países; personalidades que desean verle, pedirle consejo espiritual o recibir consuelo... El Padre no puede dedicarles demasiado tiempo, pero los minutos que pasan con él les dejan plenamente satisfechos, pues pone tanto interés en lo que les dice, es tan sincero, tiene tan buen humor y se esfuerza tanto en encontrar la expresión adecuada a cada situación, que sus palabras ayudan a todos a ser más fieles a su vocación cristiana.

El número de visitantes aumenta de año en año, pero no por eso deja de recibir a todos los que puede. Para él, esos encuentros personales son un medio más de hablar de Dios, de hacer apostolado.

Después del almuerzo -siempre muy sobrio, pues sigue comiendo poco-, conversa informalmente con sus colaboradores más íntimos y, siempre que puede, pasa un rato de tertulia con los alumnos del Colegio Romano, que viven en un edificio contiguo.

A continuación, vuelve a sus papeles, tras los cuales siempre ve almas. Prepara también homilías o instrucciones, o las revisa para su publicación. Dedica otro buen rato a la oración mental, reza el Rosario, lee algún capítulo del Santo Evangelio y un fragmento de un libro de espiritualidad.

Así es el plan de vida que sigue desde hace años. A todo lo cual hay que añadir sus entrevistas con miembros de la Curia Romana, o con cardenales u obispos que visitan Roma. Muchos van a verle para conocer el espíritu del Opus Dei de labios de su Fundador. El Padre se lo explica y les habla también de los problemas de la Iglesia, que ilumina con una profunda visión sobrenatural.

Su responsabilidad como Fundador y en el gobierno de la Obra

Mons. Escrivá concentra su excepcional vitalidad en su empeño por imprimir un impulso constante a los apostolados de la Obra en todos los países, actitud que sólo se ve compensada por su prudencia de buen gobernante. No toma ninguna decisión que no haya sido cuidadosamente estudiada colegialmente. Detesta la tiranía y la autocracia, tanto en la dirección de las tareas que se refieren a las almas como en el gobierno de las labores apostólicas. Afirma, con pleno convencimiento, que necesita la personal y responsable participación de los que componen los órganos de decisión que él preside, y así obra de hecho, reservándose, corno es natural, el derecho a dar su autorizada determinación para definir las diferentes cuestiones. Sus intervenciones son, por eso, decisivas, firmes, pues conoce la responsabilidad que tiene como Fundador. Se trata, en suma, de evitar cualquier desviación del espíritu que el Señor ha querido imprimir al Opus Dei, que es preciso mantener a toda costa e impedir que degenere a su muerte. En consecuencia, cuida hasta los menores detalles y no permite la menor negligencia, reveladora de una falta de amor, pues, a los ojos de Dios, todo es grande. Además, en los trabajos de apostolado no hay desobediencia pequeña.

Exigente con los demás como lo es consigo mismo, procura compensar siempre la fuerza de sus indicaciones, cuando se ve obligado a corregir a alguien en algo que contradice el espíritu de la Obra, con una señal clara de su afecto que llega directamente al corazón del interesado sin hacerle, por eso, olvidar la lección. De esta manera ha ido logrando formar a quienes le rodean y hacer de ellos formadores de sus hermanos mediante el ejemplo, la oración y las correspondientes indicaciones, asegurando así la perseverancia de todos.

Ha sabido, sobre todo, comunicar a sus hijos, desde el primer momento, la preocupación apostólica que tiene él mismo. La Obra debe desarrollarse con rapidez, sin temor a los inevitables obstáculos y contradicciones que encontrará en su camino. Ese impulso no debe proceder de un entusiasmo meramente humano, sino de una correspondencia al querer de Dios, fruto de la oración y, también, del sentido común... El Padre enseña a sus hijos a ir al paso de Dios, como él lo viene haciendo desde 1928.

Expansión y consolidación de los apostolados

En la década de los años sesenta prosigue, en efecto, la expansión de la Obra por nuevos países: Paraguay, en 1962, y Australia, donde se instalan cuatro norteamericanos en 1963.

Al año siguiente, dos filipinos que han conocido la Obra en los Estados Unidos regresan a su país. El Padre los recibe en Roma y les dice que hace años que viene rezando por los comienzos de la labor en esa puerta del Extremo Oriente que son las islas Filipinas.

En julio de 1965, algunos miembros de la Obra viajan a Nigeria, que no tarda en ser el segundo país del continente africano que se beneficia de los apostolados del Opus Dei, lo mismo que otro país europeo: Bélgica...

Pero el Padre se preocupa también de reafirmar la Obra allí donde ya ha comenzado a arraigar. Quiere garantizar la perseverancia de los primeros y la fecundidad de sus apostolados, pues, al fin y al cabo, la Obra no es más que una vasta empresa de "formación permanente" en el plano espiritual, una "gran catequesis" que exige muchas horas de dedicación. Por eso, quiere que se vayan abriendo, en diferentes países, centros de formación, de educación y de asistencia, que, como las primeras residencias de Madrid, antes y después de la guerra, constituyan un instrumento de apostolado y, al mismo tiempo, presten un servicio a la sociedad; centros que, por otra parte, cuenten con la ayuda de muchas personas capaces de comprender ese servicio y de actuar con generosidad. Finalmente, anima a sus hijos a tener iniciativas, a procurar buscar vocaciones en otras ciudades y entre todas las clases sociales, dentro de cada país.

Se trata, en suma, de mantener muy alto el punto de mira apostólico, siendo muy exigentes consigo mismos en lo que atañe a la vida interior y al trabajo, sin hacer la menor concesión al aburguesamiento.

Todo esto hace que las personas que se acercan al Opus Dei y establecen contacto con algún Centro de la Obra comprendan enseguida que no encontrarán allí ninguna ventaja material, sino que tendrán que dar. Mejor dicho: Tendrán que darse... y si son generosas, si no regatean, terminan por comprender que están recibiendo mucho más que lo que han dado, porque lo que ha comenzado a cambiar es la orientación de su vida, que, ahora, se encamina derechamente a Dios...

De esa fuente mana esa alegría constante, fruto del esfuerzo y la entrega, que tanto llama la atención de quienes frecuentan Centros de la Obra. Alegría contagiosa, que aproxima a Dios.

De ahí, también, el cariño que todos tienen al Padre, fruto de su agradecimiento al Fundador y de su preocupación constante por mantenerse unidos a la cabeza. Algo que, vivido a todos los niveles de la ágil estructura que sostiene a la Obra, da una coherencia y elasticidad al Opus Dei que también resultan sorprendentes. Se trata, en el fondo, de algo difícil de explicar, porque es sobrenatural. Un espíritu propio, inconfundible, que es, ya, un legado del Fundador.

En Villa delle Rose

En el otoño de 1962, cuando está a punto de iniciarse el Concilio Ecuménico, jóvenes procedentes de diversos países empiezan a llegar a Roma para seguir, durante dos o tres años, cursos de formación similares a los que hacen, en Villa Tévere, grupos de jóvenes de la Sección de varones. El lugar escogido es Villa delle Rose, la finca situada en Castelgandolfo que el Papa Juan XXIII ha cedido definitivamente a la Obra para que puedan organizarse allí actividades de formación ascética y doctrinal. La casa ha sido convenientemente restaurada y en ella se instalará, provisionalmente, el Colegio Romano de Santa María, que ya venía funcionando en Roma y que supone para las mujeres del Opus Dei un período intenso de formación junto a la sede de Pedro.

El 19 de diciembre de ese mismo año se abre en Barcelona el proceso de beatificación de una mujer del Opus Dei: Montserrat Grases, muerta a los dieciocho años en olor de santidad, a pesar de que hacía sólo año y medio que pertenecía a la Obra.

El Concilio Ecuménico Vaticano II

A raíz de una audiencia que le había concedido el 27 de junio de 1962 el Santo Padre Juan XXIII, Mons. Escrivá de Balaguer ha escrito una carta a todos sus hijos para pedirles que ofrezcan oraciones, así como su trabajo ordinario, por el éxito del Concilio.

En contra de lo que opinan muchos, piensa que puede durar bastante tiempo y que tal vez encuentre obstáculos imprevistos. Su sentido de la historia y su conocimiento de las debilidades humanas le hacen pensar así.

En todos los Concilios ha habido momentos de dificultad, porque a veces los hombres no dejamos actuar con plenitud al Espíritu Santo, ponemos obstáculos. Pero de todo eso tenéis que sacar más amor a la Iglesia, más unidad, más fidelidad, más obediencia, más sujeción al Magisterio eclesiástico y al Romano Pontífice. Y al final, siempre vence el Espíritu Santo.

Tal es la razón por la que pide a todos que recen más y que reciten, como él mismo hace con frecuencia, el Veni Sancte Spíritus.

En 1961 ha sido nombrado Consultor de la Comisión para la interpretación auténtica del Código de Derecho Canónico. De acuerdo con la Santa Sede, no participará como Padre conciliar en las tareas del Vaticano II, pero las seguirá de cerca. Además, muchos de los obispos y algunos de los expertos -teólogos y canonistas- que se encuentran en Roma con ocasión del Concilio le visitan en Villa Tévere. El Padre, sin interferir en absoluto en sus tareas, les anima, con el sentido de Iglesia que le caracteriza, a tomar parte activa en la Asamblea, respondiendo a las preguntas que le hacen con una rapidez y una seguridad que les deja impresionados.

Por otra parte, dos miembros del Opus Dei -el Obispo de la Prelatura de Yauyos y el de Chiclayo, ambos del Perú- figuran entre los Padres conciliares. En cuanto a don Álvaro del Portillo, que ha participado activamente en la preparación del Concilio como presidente de una de las Comisiones previas -la de los laicos-, ha sido nombrado por el Papa Secretario de una de las comisiones conciliares: la "De disciplina cleri et populi christiani"; siendo experto, también, de otras comisiones.

Todo ello va a suponer, para el Padre, una acumulación de trabajo mientras dure el Concilio, ya que don Álvaro no podrá dedicar mucho tiempo a las tareas de Secretario General de la Obra.

No importa, hijos míos -comenta Mons. Escrivá-: lo ha querido así el Santo Padre. Nosotros hemos de servir siempre a la Iglesia como la Iglesia quiere.

El 15 de noviembre, Juan XXIII comunica a los Padres conciliares que, a petición de algunos de ellos, ha decidido incluir una invocación a San José en el Canon de la Misa. Una alta personalidad eclesiástica que conoce la devoción de Mons. Escrivá hacia el jefe de la Sagrada Familia le telefonea el 8 de diciembre, en cuanto el Papa proclama solemnemente su decisión en el discurso de clausura de la primera sesión del Concilio. "Rallegramenti!" -dice-. "¡Felicidades! Al escuchar ese anuncio pensé inmediatamente en usted, en la alegría que le habría producido..."

Tal decisión es, en efecto, para el Fundador del Opus Dei, la proclamación del inmenso valor sobrenatural de la vida de San José, el valor de una vida sencilla de trabajo cara a Dios, en total cumplimiento de la divina voluntad.

La elección de Pablo VI

Cuando el 3 de junio del siguiente año, el Papa Juan, tras una dolorosa agonía, entrega su alma a Dios, el Padre, rodeado de los miembros del Consejo General de la Sección de varones del Opus Dei, reza enseguida un responso. Luego escribe a todos sus hijos para que ofrezcan sus oraciones por la misma intención y empiecen a rezar ya por el sucesor. Todos los sacerdotes de la Obra, por su parte, ofrecen misas por el Pontífice difunto.

Resulta elegido Papa el Cardenal Montini, quien había recibido a don Josemaría Escrivá con la mayor cordialidad cuando llegó a Roma en 1946. El Fundador del Opus Dei aprecia profundamente la inteligencia y la delicadeza de quien, a partir de ahora, será sobre todo, para él, el Papa, la Cabeza visible de la Iglesia, el representante de Cristo.

En cuanto se entera del resultado de las votaciones, Mons. Escrivá se recoge en oración para rogar a Dios que el pontificado de Pablo VI, que se inicia en una hora crucial de la historia de la Iglesia, abra a los ojos de los hombres la asistencia continua del Espíritu Santo.

Acompaña también al nuevo Papa, con el pensamiento y la oración, durante la peregrinación a Tierra Santa que Pablo VI emprende en enero de 1964.

El 24 de ese mismo mes, Mons. Escrivá tiene la alegría de ser recibido por el Papa en una audiencia privada de tres cuartos de hora que se inicia con un cariñoso abrazo del Santo Padre. Unos días más tarde, el Cardenal Secretario de Estado le confirma, en una carta, el consuelo que ha experimentado el Soberano Pontífice "al saber cómo tan crecido número de personas, diseminadas en los cinco continentes, practicando los altos ideales que el Opus Dei les propone, tan acomodados a las exigencias de los nuevos tiempos, tratan de servir a la Iglesia como Ella desea ser servida; por su conducta personal y profesional vigorosamente cristiana que une la contemplación a la acción, con el sublime afán de plasmar y de difundir en los más variados ambientes de trabajo los postulados de la verdad y de la santidad del Evangelio".

Pablo VI vuelve a decir lo mismo unos meses más tarde, el 10 de octubre, durante una nueva audiencia privada al Fundador del Opus Dei, en el curso de la cual le regala un cáliz igual al que había ofrecido algunos meses antes al Patriarca Atenágoras, y le entrega una carta manuscrita -un quirógrafo- en la cual evoca por extenso el apostolado del Opus Dei, "nacido en este tiempo nuestro como una expresión pujante de la perenne juventud de la Iglesia", constatando también, "con paterna satisfacción, cuanto el Opus Dei ha realizado y realiza por el Reino de Dios; el deseo de hacer el bien que le guía; el amor encendido a la Iglesia y a su Cabeza visible que lo distingue; el celo ardiente por las almas que lo empuja hacia los arduos y difíciles caminos del apostolado de presencia y de testimonio en todos los sectores de la vida contemporánea".

El Padre sale profundamente conmovido de esta segunda audiencia.

Se lo dice, tal y como lo siente, a sus hijos e hijas, poniendo de relieve que, con esas palabras del Papa, se siente recompensado por tantas cosas ofrecidas "in laetitiae" en los treinta y siete años transcurridos desde la fundación de la Obra.

Un nuevo viaje a España

Al final del mes de noviembre de 1964, Mons. Escrivá vuelve a visitar Pamplona, esta vez para entregar, como Gran Canciller de la Universidad de Navarra, el título de doctor honoris causa al antiguo y al nuevo Rector de la Universidad de Zaragoza.

Nada más llegar, el Padre se reúne con un numeroso grupo de estudiantes en un Colegio Mayor, fundado en Pamplona unos años antes. Les habla, con entusiasmo, de sus responsabilidades futuras, para las cuales se están preparando ahora en la Universidad de Navarra: Estáis aquí como la buena harina dispuesta para la levadura, dentro del horno: va a ser un buen pan, para dar mucho alimento a las almas y a las inteligencias. Entre esas responsabilidades, cita una que consiste en ser sembradores de paz y de alegría, practicando el respeto mutuo.

La ceremonia de investidura de los nuevos doctores, que se celebra al día siguiente, reúne a más de trescientos profesores de diversas Universidades españolas y a representantes de las de Burdeos, Montpellier y Toulouse. Banderas de cuarenta países presentes en la Universidad a través de estudiantes de esas nacionalidades decoran el edificio central. A pesar de la lluvia, una gran multitud espera al pie del balcón principal para aplaudir al Padre, que va recibiendo a un grupo tras otro: profesores, representantes del Municipio y la Diputación, personal administrativo y subalterno de la Universidad, Comité del Patronato del Santuario de Torreciudad, Comité directivo de la Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra (cuyos miembros han comenzado a llegar a Pamplona en diversos medios de transporte), un grupo de periodistas extranjeros...

El 29 de noviembre, más de doce mil personas se han concentrado en Pamplona para participar en la primera Asamblea General de la Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra, una de cuyas tareas consiste en ayudar al sostenimiento de la Universidad. La Asamblea se celebra en el teatro Gayarre, cuya capacidad es a todas luces insuficiente. La inmensa mayoría de los hombres y mujeres que abarrotan la sala, de muy diferente condición y clase, han venido, sobre todo, para ver al Padre, escucharle y agradecerle, con su presencia y sus aplausos -que él no puede contener, a pesar de sus esfuerzos-, todo lo que ha hecho. Porque ha sido él quien, con su fidelidad a la gracia, ha transformado sus vidas, haciéndoles descubrir una vocación que les permite vivir la plenitud de la vida cristiana en medio de sus ocupaciones ordinarias.

Cuando, tras los discursos más o menos protocolarios, el Padre toma la palabra, propone a los presentes sustituir su alocución por un diálogo con ellos sobre los temas que prefieran. Un torrente de aplausos transforma inmediatamente lo que parecía una ceremonia oficial en una reunión de familia; todos tienen la impresión de estar cerca del Padre, aunque hay miles de personas...

Las preguntas fluyen de todas partes, del patio de butacas, de los palcos, del gallinero, provocando rápidas respuestas que unas veces hacen reír a los asistentes y otras, cuando subraya con fuerza temas importantes, son acogidas con profundo silencio: relaciones conyugales, educación de los hijos, vida de piedad, oración, frecuencia de sacramentos, problemas profesionales, cómo hacer compatibles las obligaciones familiares con un trabajo intenso...

Uno de los temas en los que el Padre insiste es el de la libertad de los cristianos.

-Padre, ¿por qué tiene tanto amor a la libertad? -pregunta alguien.

-Amo la libertad, porque sin libertad no podríamos servir a Dios; seríamos unos desgraciados. Hay que enseñar a los católicos a vivir, no de llamarse católicos, sino de ser ciudadanos que asumen la responsabilidad personal de sus acciones personales y libres. No hace mucho que escribía a una personalidad altísima -imaginaos lo que queráis, me da lo mismo-, diciendo que los hijos de Dios en el Opus Dei viven a pesar de ser católicos.

Para la mayoría de los oyentes, la alusión a la tentación de caer en el

clericalismo es clara. Es tentador, en efecto, en un ambiente oficialmente católico, como el de España entonces, aprovecharse de la confesionalidad del Estado para obtener ventajas, a veces muy suculentas... Mons. Escrivá aprovecha la ocasión para reafirmar con energía que el Opus Dei no constituye, ni constituirá jamás, un "grupo de presión". Sería contrario a su naturaleza y, además, imposible de realizar, dada la enorme diversidad social de sus miembros.

-¿Qué posición tienen los miembros del Opus Dei en la vida pública

de los países? -insiste otro.

-¡La que les da la gana!, con entera libertad. No me interesa la posición de cada uno, defiendo su libertad. De lo contrario, tampoco podría defender la mía. Y soy de una tierra donde no toleramos la imposición ...

Fluyen las risas, porque nadie ignora que el Padre es aragonés.

Con todo, ese respeto de la libertad tiene sus raíces más hondas en la más sana tradición cristiana.

-No olvidéis que el mundo es cosa nuestra, que el mundo es nuestra casa, que el mundo es obra de Dios y lo hemos de amar, como hemos de amar a los que están en el mundo. Que es oficio nuestro consagrar a Dios el mundo, mediante esta dedicación al servicio del Señor, cada uno en el ejercicio de su trabajo ordinario, para ser testimonio de Jesucristo y servir también así a la iglesia, al Romano Pontífice y a todas las almas. Por eso, hemos de comprender el mundo, lo hemos de levantar, lo hemos de divinizar, lo hemos de purificar, lo hemos de redimir con Cristo, porque sois corredentores con Él.

El Padre regresa a Roma físicamente agotado, pero muy contento por haber podido hablar de Dios a un número de personas considerablemente más alto que en 1960, durante aquella otra visita a España. Es consciente de que ha animado a mucha gente a acercarse más a Dios, pero también de que ha aprendido mucho, viendo su deseo de luchar para mejorar su vida interior y por ejercer una influencia cristiana profunda allí donde Dios ha colocado a cada uno: en todas las encrucijadas del mundo, como predicaba y preveía ya en los años treinta...

El Papa, en un Centro del Opus Dei

Un año más tarde, el 21 de noviembre de 1965, Mons. Escrivá de Balaguer acoge al Papa Pablo VI a la entrada de un Centro situado en un barrio obrero de la periferia de Roma, el Tiburtino, donde la Obra desarrolla una importante labor apostólica.

Se trata del Centro E.L.I.S. (Educazione, Lavoro, Istruzione, Sport), que comprende una escuela de formación profesional, una residencia para los alumnos procedentes de provincias o del extranjero, un club deportivo y, aparte, una escuela femenina de hostelería.

Juan XXIII había decidido que los fondos recaudados para honrar a Pío XII con motivo de su octogésimo aniversario se destinaran a una obra social en algún suburbio de Roma carente de instituciones educativas o asistenciales, y había encargado a algunos miembros del Opus Dei la realización y la dirección del proyecto. Pablo VI, por su parte, había querido inaugurar personalmente el Centro después de celebrar Misa en la iglesia parroquial contigua, dedicada en honor suyo a San Juan Bautista y confiada a sacerdotes de la Obra.

Varios cardenales, un buen número de obispos presentes en Roma por razón del Concilio -que pronto va a clausurarse-, representantes del Ayuntamiento, de la provincia de Roma y del Estado italiano asisten a la ceremonia de inauguración, así como la inmensa mayoría de los habitantes del Tiburtino. Mons. Escrivá recuerda en su discurso el mensaje específico del Opus Dei -el valor santificante del trabajo- y el clima de libertad y de comprensión que se esfuerzan por crear en todas partes los miembros de la Obra.

El Papa, en su respuesta, añade a su discurso escrito unas palabras

improvisadas para recalcar que conoce y aprecia desde hace tiempo al Fundador del Opus Dei y al Secretario General de la Obra, don Álvaro del Portillo.

Es ya de noche cuando, luego de haber visitado detenidamente la escuela de formación y las instalaciones de la Escuela de hostelería, abandona el Centro ELIS acompañado por portadores de antorchas.

Antes de subir al coche, después de haber pasado allí más de dos horas y media, el Papa abraza públicamente a Mons. Escrivá de Balaguer y le dice en voz alta: "Tutto qui, tutto qui è Opus Dei!" "¡Aquí todo es Opus Dei!".