3.7. Madrid, enero de 1936

"Al paso de Dios" es una biografía de San Josemaría escrito por François Gondrand

En los primeros meses de 1936, el cielo se oscurece todavía más sobre una España dividida en dos bandos: el Frente Popular, con una orientación cada vez más revolucionaria, y el bloque de centro-derecha, que se opone frontalmente al primero. A medida que se aproximan las elecciones del 16 de febrero, las manifestaciones y algaradas callejeras terminan a menudo en saqueos o en incendio de iglesias y conventos.

El ambiente está caldeadísimo. Los estudiantes que frecuentan la Academia DYA y la Residencia de Ferraz no escapan a esa fiebre generalizada, aunque encuentran allí un remanso de paz, donde pueden rezar e ir madurando. Un hecho les impresiona: allí no se habla nunca de política ni, mucho menos, se discute. Don Josemaría se limita a recordarles la doctrina de la Iglesia y la obligación que tienen los cristianos de tomar parte activa en las responsabilidades sociales.

Como haría en cualquier circunstancia, anima a aquellos jóvenes, envueltos en una atmósfera de odios, a poner en práctica el precepto de la caridad, incluso heroicamente. Es algo que está en la esencia del Opus Dei, pero que, en aquellas circunstancias, adquiere una especial fuerza. Les previene contra la tentación de dejarse llevar del sectarismo en sus actividades políticas.

Repite, con fuerza, las palabras de Jesús que nos ha transmitido San Juan: "Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros; como Yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor entre vosotros" (Ioh. 13, 34-35).

Para que grabaran mejor estas palabras en su espíritu, había hecho copiar el texto completo de estos versículos, en latín, sobre un papel imitando pergamino, y lo había mandado colocar, encuadrado, en una pared de la sala de estudios de la Academia DYA, cuando estaba en la calle de Luchana. Luego, al trasladarse a Ferraz, lo había mandado colocar en la "sala del piano".

Muchas veces he pensado -les dice- que, después de veinte siglos, todavía sigue siendo un mandato nuevo, porque muy pocos se han preocupado de practicarlo; el resto, la mayoría, ha preferido y prefiere no enterarse.

El Padre da a todos un ejemplo de serenidad, que resultaría inexplicable sin la hondura de su vida interior y su inmensa confianza en la Providencia divina: la Obra debe seguir adelante, al paso de Dios, en cualquier país y situación política. Piensa en los pasos inmediatos de una primera expansión, piensa en otras ciudades españolas, y piensa en París...

Próximas etapas: Valencia, París...

Por otra parte, es precisamente ahora cuando empiezan a recogerse, de manera más clara, los frutos de su apostolado. Como si un muelle, comprimido durante mucho tiempo, se soltara por fin...

En noviembre de 1935, dos estudiantes más, Francisco Botella y Pedro Casciaro, han pedido la admisión en la Obra. En cuanto a la Residencia, está llena desde comienzos del curso escolar 1935-36. Todos procuran llevar a sus amigos a la Academia para hacerles partícipes de la formación que allí se da. Tanto, que el piso se había quedado pequeño y había sido preciso buscar otro. Y como la cuarta planta, abandonada por falta de dinero, ya estaba ocupada, se había alquilado uno en el inmueble vecino, 48 de la calle de Ferraz, para instalar allí la Academia propiamente dicha, dejando así disponibles las dos viviendas de la tercera planta del número 50 para la Residencia. El traslado se había hecho en septiembre, pero el Padre piensa ya en franquear nuevas etapas destinadas a extender considerablemente los apostolados de la Obra. Y así, habla a sus hijos de tres proyectos concretos que habrá que llevar a cabo ese mismo año y el siguiente. Antes, el Fundador les ha pedido que ofrezcan la Santa Misa por sus intenciones, así como las pequeñas renuncias y contrariedades de cada jornada. También pide a algunos amigos que le ayuden con sus oraciones.

El primer proyecto concierne a la Residencia: habrá que trasladarla a una casa más amplia, para que tenga allí su sede definitiva. Pero no basta con eso: hay que ir a otras ciudades, e incluso a otros países... Algo que, a los que le rodean, les deja boquiabiertos... El Padre precisa: la primera ciudad será Valencia y el primer país, Francia; concretamente París, a donde, si Dios quiere, se irá en 1936...

¿Por qué la capital de Francia? Porque sabe que lo que allí se dice y lo que allí se escribe tiene, más pronto o más tarde, amplia repercusión en los medios culturales europeos y del mundo entero. Don Josemaría no olvida su antigua preocupación, reforzada por su vocación al Opus Dei: el apostolado en los medios intelectuales. Por eso, a pesar de las tensiones políticas que afectan a los países vecinos y a la amenaza de un conflicto con Alemania, no duda en hacer tales proyectos. La Obra ha nacido con entraña universal, católica, y conviene que, cuanto antes, lo ponga de manifiesto.

Por otra parte, aunque no sea un motivo determinante, lo que tiene de sangre francesa le hace alegrarse de que las tierras donde piensa sembrar la simiente divina que el Señor depositó en su alma hace siete años sean, precisamente, las que se extienden al norte de los Pirineos que contemplaron sus ojos de niño.

El Fundador ha pensado incluso en quiénes podrán instalarse en París. En cuanto a Valencia, marcará el inicio de la expansión en España. Abrir una Residencia de estudiantes, parecida a la de Madrid, es algo factible. Ricardo Fernández Vallespín podrá ser el director. Isidoro Zorzano, por su parte, podría pedir la excedencia en los Ferrocarriles Andaluces y hacerse cargo de la dirección de la Residencia de Ferraz...

Fijados los objetivos apostólicos, se ponen manos a la obra, a pesar del deterioro de la situación política. Desde comienzos de 1936, se busca una nueva casa para la Residencia DYA. No tardan demasiado en encontrar una, en el número 16 de la misma calle de Ferraz, frente por frente al Cuartel de la Montaña. Está cerca de la Plaza de España y no lejos de la Ciudad Universitaria; además, el propietario está dispuesto a venderla en buenas condiciones...

Días de angustia en Madrid

La agitación política va en aumento, y la inseguridad ciudadana también. La casa del rector de Santa Isabel ya no es un lugar seguro y don Josemaría decide que su madre y sus hermanos se vayan de allí. En marzo, alquilan un piso en la calle del doctor Cárceles -actualmente Rey Francisco-, muy cerca de Ferraz. El no abandona el rectorado de Santa Isabel y sigue ocupándose del Patronato, confesando en la iglesia y dando, desde allí, el impulso necesario a la naciente Sección de mujeres del Opus Dei.

Sus constantes idas y venidas por Madrid, le dan infinidad de ocasiones para pedir perdón por tantos odios, especialmente los que provocan aquellos sacerdotes que, como él, siguen vistiendo sotana. Muchos días no come; duerme poco y, para ahorrar unos cuartos, suele ir a pie, utilizando los zapatos que los residentes de Ferraz desechan por tener las suelas desgastadas, aunque su apariencia todavía es buena.

Continúa predicando a grupos de estudiantes. La Academia de Ferraz 48, tiene muchos alumnos y la Residencia de Ferraz 50, está completamente llena. El cuidado material lleva tanto tiempo que el Padre se ocupa, con la ayuda de los pocos miembros de la Obra que allí viven y cuando pueden, en las tareas domésticas: hacer las camas, reparar los muebles, poner la mesa... Todo, sin que los residentes se den cuenta.

Del 10 al 13 de abril de 1936, el Padre dirige un Curso de retiro espiritual en la Residencia. Es el primero que se organiza en un Centro del Opus Dei.

El 12, Vicente Rodríguez Casado, estudiante de Derecho y de Historia, pide la admisión en la Obra.

Los proyectos se concretan

Pasada la Semana Santa, el 20 de abril, el Padre se desplaza a Valencia, por primera vez, con Ricardo Fernández Vallespín. Llegan a la ciudad después de atravesar los macizos rocosos de Cuenca y los naranjales de la huerta valenciana. A lo lejos, se perfilan algunas barracas, con el techo de bálago y los muros enjalbegados.

Nada más llegar, van a visitar a unas cuantas personas amigas de sus amigos, y se dan a conocer. El obispo auxiliar de la diócesis recibe cordialmente a don Josemaría y a Ricardo, y les promete ayudarles.

Cuando regresan, al cabo de tres días, están convencidos de que pronto tendrán que volver para buscar una casa donde instalar la proyectada Residencia.

Sin embargo, las circunstancias se van haciendo cada vez más adversas. A comienzos de mayo, un rumor calumnioso se extiende por Madrid: algunos religiosos -dicen- han repartido caramelos envenenados entre los hijos de los obreros... El día 3, se produce una nueva quema de iglesias y conventos, con los correspondientes saqueos. Muchos religiosos y religiosas abandonan sus conventos y buscan refugio en casas particulares.

Desde el mes de enero de 1936 se han producido más de cuatrocientos atentados de este tipo y, en sesenta al menos, los edificios han quedado totalmente destruidos. Por otra parte, se multiplican las huelgas y los actos de vandalismo. El Gobierno se muestra incapaz de evitar los atentados políticos. Hay rumores de golpe de Estado y de revolución. Todo el mundo teme un desenlace trágico.

Para don Josemaría, estos dolorosos acontecimientos son un nuevo acicate. Como siempre, reza y anima a rezar a los estudiantes que le rodean, a los sacerdotes que conoce, a sus amigos. En mayo, su agotamiento es tal que el mismo Vicario general de Madrid, don Francisco Morán, que le tenía un gran afecto, le aconseja que vaya al médico y que se tome una temporada de descanso. Unos hijos suyos que eran médicos le atendieron, pero no pudo ir a descansar...

Un día, el Padre se da cuenta de que no es prudente proseguir las reuniones de formación religiosa en la Academia DYA, porque hay serio riesgo de registro. Lo cual no impide que el Padre prevea un período de intensa formación, durante el mes de julio, para los que van a ir a París y a Valencia.

También dedica mucho tiempo a los primeros miembros de la Obra.

Aumentad, pues, vuestra fe y confianza en Dios y tened también un poco de fe y de confianza en vuestro Padre, les dice, insistiendo con fuerza en el origen divino de la Obra, garantía de su permanencia a través de los siglos.

En cuanto a él, está convencido de que no es más que un simple instrumento. Sabe que puede desaparecer en cualquier momento y, de vez en cuando, toma aparte a alguno de sus hijos y le dice:

-Si yo me muero, ¿continuarás con la Obra?

Las respuestas le confirman que son conscientes del carácter sobrenatural del compromiso adquirido.

-Sí, Padre, continuaré haciendo la Obra...

En junio, reúne durante varios días a las vocaciones más recientes, para acelerar su formación. Las gestiones para la adquisición de la casa donde se instalará la nueva Residencia llegan a buen término. A primeros de julio, la llegada de Isidoro a Madrid permite iniciar el traslado. Francisco Botella, mientras tanto, se desplaza a Valencia para buscar una casa.

En Madrid, las huelgas y los atentados se multiplican; la situación política se deteriora por momentos, y el Gobierno ya no es capaz de dominar a las masas. El 13 de julio, es asesinado José Calvo Sotelo, líder de la derecha.

El 16, algunas personas viven ya en la nueva Residencia de Ferraz 16, casi desprovista de muebles.

Francisco Botella, desde Valencia, comunica que ha encontrado una casa, Ricardo viaja a la ciudad del Turia para hablar del contrato, pero las negociaciones se interrumpen cuando éste se entera de que acaban de decir por la radio que se ha sublevado el Ejército en África.

Las comunicaciones con Madrid quedan cortadas. Las tropas permanecen acuarteladas.

Acaba de empezar la guerra civil.