El trabajo de cada día

Alexander Zorin, un eminente intelectual y poeta ruso, de religión ortodoxa, reflexiona en este ensayo sobre las enseñanzas de Josemaría Escrivá

Volviendo a aquella conversación del padre Alexander que grabamos hace muchos años, en las que se refería a Josemaría Escrivá, recuerdo que nos hablaba de la unidad de conciencia y de conducta. La dicotomía en este campo lleva a la esquizofrenia espiritual, porque lo que hay que santificar es precisamente lo cotidiano, lo de todos los días, no sólo lo extraordinario. 

Es mi trabajo, mi tarea de cada día, mi querido trabajo, minucioso y extenuante, el que debo santificar. Es en mi escritorio, como en ningún otro lugar, donde debo experimentar la ayuda del Cielo. Allí se entiende por qué Dios fue a buscar a los futuros apóstoles en su lugar de trabajo. Dios buscó a hombres que amaban su trabajo y les llamó a través de su amado trabajo. 

El poeta suele ser un hombre enamorado de su trabajo, “este trabajo tan antiguo”, en palabras de Blok; un trabajo que debe amarse no por un afán de gloria o de riquezas, sino por amor a la Verdad suprema, que se intenta expresar. Esa Verdad es el núcleo de su creación y de su conducta (conducta-creación).