Un signo de esperanza

Las fiestas litúrgicas son mucho más que piadosos ejercicios de la memoria. Cada vez que celebra una fiesta, la Iglesia vive de nuevo un acontecimiento, e invita a los fieles a repetir la experiencia original de los primeros protagonistas del evento. Y es que «Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y por los siglos» (Heb 13, 8).

Pensemos en la solemnidad de Pentecostés. La escena que narran los Hechos de los Apóstoles tiene perenne actualidad. Cada uno de nosotros comprende en su propio idioma el anuncio de la salvación. Nos sentimos unidos a todos los cristianos, con un vínculo más fuerte que cualquier posible diferencia. Palpita intacta en la Iglesia la fuerza que impulsó a los Apóstoles a llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Si sabemos escuchar y seguir la voz del Espíritu Santo, aquel viento impetuoso que sacudió los muros del Cenáculo no dejará nunca de soplar sobre el pueblo de Dios.

El sábado próximo, vigilia de la fiesta de Pentecostés, el Santo Padre presidirá un encuentro que se nos propone como signo tangible de la presencia viva del Espíritu Santo en la Iglesia. Alrededor del Papa, al término de su Congreso mundial, se reunirán representantes de los numerosos movimientos eclesiales suscitados a lo largo de estos años por el Espíritu, como confirmación de la inagotable fecundidad de la Esposa de Cristo. Estas realidades son un signo de esperanza para el presente y para el futuro. Alimentan nuestra esperanza su entrega a la labor de evangelización, su capacidad de difundir la fe en los más variados ambientes, la coherencia cristiana que promueven en todas partes, la alegría de tantos hombres y tantas mujeres que redescubren -gracias a su testimonio- la radicalidad de los compromisos bautismales. Como ha ocurrido en todas las etapas de la vida de la Iglesia, ya desde sus primeros pasos, los movimientos son hoy expresión viva de la acción del Espíritu Santo en el mundo. Su presencia redunda en beneficio de todos, porque todos encontramos consuelo y estímulo en el buen ejemplo que nos ofrecen los hermanos que saben tomarse en serio la vocación cristiana.

El sábado por la tarde, en la Plaza de San Pedro, la Iglesia ofrecerá un nuevo signo de su propia vitalidad: con el Papa, en unión con los Pastores y con todos los fieles, resultará patente el impulso sobrenatural de Aquel que es Señor y da la vida.

La Prelatura del Opus Dei en cuanto tal, por su estructura, no forma parte de los movimientos; y por eso no ha participado en el Congreso ni estará representada en el encuentro final. Sin embargo, todos los fieles de la Prelatura se sienten, con toda la Iglesia, muy próximos a los movimientos. Algunos de ellos han tenido además ocasión de colaborar en la organización de estas jornadas; otros estarán presentes en la celebración, por diversos títulos; y todos rezaremos por sus frutos espirituales y apostólicos, recordando la invitación del Beato Josemaría: «Pide a Dios que en la Iglesia Santa, nuestra Madre, los corazones de todos, como en la primitiva cristiandad, sean un mismo corazón, para que hasta el final de los siglos se cumplan de verdad las palabras de la Escritura: "multitudinis autem credentium erat cor unum et anima una" -la multitud de los fieles tenía un solo corazón y una sola alma- (Forja, n. 632). Unidad de oración, unidad de intenciones, unidad de afectos: la esperanza de Pentecostés.

Mons. Javier Echevarría // Avvenire (Milán)