Un querer divino

Textos referidos a la predicación de San Josemaría sobre la familia extraídos del libro "Como las manos de Dios" de Antonio Vázquez (editado en Palabra).

"Como las manos de Dios", textos referidos a la predicación de San Josemaría sobre la familia.

Apenas había transcurrido un año de la marcha al Cielo de san Josemaría, cuando en un acto In memoriam celebrado en la Universidad de Navarra, Monseñor Álvaro del Portillo, la persona que más de cerca le trató, al describir su condición de instrumento de Dios, comenzó diciendo : Dos profundísimas convicciones encuadran la personalidad humana y sobrenatural de Monseñor Escrivá de Balaguer: una renovada y verdadera humildad -la conciencia plena de que todo don viene de Dios- y, al mismo tiempo, una clara noticia de su vocación . Dos conceptos íntimamente unidos de forma permanente.

El Fundador de la Obra detalla la gratuidad de esos dones en una homilía referida a la vocación cristiana: porque en la base de la vocación está el conocimiento de nuestra miseria, la conciencia de que las luces que iluminan el alma -la fe-, el amor con el que amamos -la caridad- y el deseo por el que nos sostenemos -la esperanza-, son dones gratuitos de Dios . Todo lo que somos y tenemos es obra de Dios.

Antes de aproximarnos a la comprensión de lo que es el amor humano, urge poner las cosas en su sitio. Todo lo que el hombre tiene lo ha recibido de Dios: incluida la capacidad de amar. Sin este concepto bien asentado, es posible introducir tal desviación en el origen de las cosas, que erremos nuestro destino y por lo tanto la trayectoria de nuestras vidas.

Retomando el texto de la homilía del Beato Josemaría en el campus de la Universidad de Navarra, en octubre de 1967, sobre la que he hecho alguna glosa en el capítulo anterior, destaca de nuevo la idea de que todo don que sale de la mano de Dios es santo. En ese contexto, no es extraño que al referirse el Fundador del Opus Dei al amor humano, califique esa realidad como algo particularmente entrañable de la vida ordinaria. Me refiero -fueron sus palabras- al amor humano, al amor limpio entre un hombre y una mujer, al noviazgo, al matrimonio. He de decir una vez más que ese santo amor humano , no es algo permitido, tolerado, junto a las verdaderas actividades del espíritu, como podría insinuarse en los falsos espiritualismos . Más adelante rubricó: He encomendado vuestros amores a Santa María, Madre del Amor Hermoso .

Santo amor humano

. Es decir, si no es santo, es un amor de corto alcance, incompleto, débil, empobrecido, mutilado, también humanamente, porque desconoce su origen y su fin. Ni el amor humano, ni el matrimonio lo hemos inventado los hombres. Sólo Dios es su autor

. Dios que ha creado al hombre por amor le ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano (...). Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre

.

Y para que no quepan dudas, el Catecismo de la Iglesia Católica recalca que

Este amor es bueno, muy bueno a los ojos del Creador.

Se puede pensar que para describir cómo ha de ser el amor entre los cónyuges se ha establecido un parangón demasiado sublime, insuperable, pero exacto: amar al otro como Dios le ama. Porque la medida del amor cristiano no está en el corazón del hombre sino en el corazón de Dios.

Cuando un matrimonio quiere abordar su amor en las dimensiones que le corresponde, ha de esforzarse por aprender a quererse , dentro de sus límites, con un amor que se parezca , en sus cualidades, al amor de Dios: es decir, que haya "una razón de semejanza". Desde este planteamiento es superable cualquier monotonía, estancamiento o rutina. Siempre es posible más . No importan las circunstancias, el pasar de los años o los obstáculos que vengan desde dentro y desde fuera, que llegarán.

Estamos ante un reto de dimensiones siempre crecientes. San Josemaría ofrecía, sobre esta posibilidad, múltiples sugerencias en tertulias a las que acudían miles de personas. Eran reuniones de familia, en las que, pese al número de participantes y la variedad de condición, se establecía una comunicación personal llana y natural. A la vez, aquellas palabras podían ser traducidas con significado propio por cada uno de los presentes. Que os queráis mucho. Exhortaba a los matrimonios en São Paulo. El amor de los cónyuges cristianos –sobre todo si son hijos de Dios en el Opus Dei- es como el vino, que se mejora con los años y gana valor... Pues el amor vuestro es mucho más importante que el mejor vino del mundo. Es un tesoro espléndido, que el Señor os ha querido conceder. Conservadlo bien. ¡No lo tiréis! ¡Guardadlo!. Ahí está el elixir de eterna juventud que todos buscamos para nuestros amores. Una anhelo que sólo nuestro exceso de codicia y nuestra falta de ambición ha podido empequeñecer. No debemos permitir que los roces cotidianos reduzcan nuestro amor a algo raquítico y anémico, cuando está previsto que alcancemos una estatura de mayor dimensión.

El Beato Josemaría fue un maestro en el difícil arte de amar pues se esforzó por enseñarnos a poner el corazón en el amor a Dios. Visto de esta manera, un pequeño acto, hecho por Amor, ¡cuánto vale! Muchasveces sugirió con agudeza a los matrimonios ejemplos de amor sencillos pero elocuentes. Así, cuando una mujer le preguntaba el modo de mantener vivo el amor con su marido, además de otras consideraciones de orden sobrenatural, no dejaba de ofrecerle un detalle tan natural como práctico: que procurara cuidar la comida de forma especial cuando pensara que iba a llegar a casa especialmente cansado. No son recetas, son parábolas, que sirven para retener una idea. Más tarde será una imagen que, archivada en la memoria, aparecerá al trasluz, convertida en destello, ante un trance parecido. No es aventurado afirmar que de su amor desbordante, sin efectos fácilmente emotivos, surgían todo el valor significativo y atrayente de sus enseñanzas.

En ese constante aprendizaje de amar nos jugamos todo. El hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido, si no le es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente .

El plan de Dios sobre el matrimonio está hecho a la medida de Su Amor, y no con la cortedad de nuestras orillas. Profundizar en su hondura y ensanchar sus horizontes es una tarea que no tiene fronteras. Para realizarla es imprescindible cogerse de la mano de Dios que es el Único que conoce las posibilidades y las flaquezas del corazón humano, y preguntarse a cada paso, en la intimidad de nuestro trato con Él, qué espera de nosotros . ¿Cómo debemos hacerlo? ¿En qué? ¿De qué forma podemos atravesar nuestra vida por ese nervio sustancial donde todo radica y se expande?. Desde esa perspectiva aparece una luz nueva para valorar hasta los menores detalles de nuestro andar cotidiano. No son nubes de algodón, ni adornos color rosa: son hechos . Hechos que requieren esfuerzo, a veces, heroico. A ellos se refería el Fundador del Opus Dei al insistir que es misión muy nuestra transformar la prosa de esta vida en endecasílabos, en poesía heroica. Épica, porque pide lucha y esfuerzo; pero poesía: porque es el único modo de expresar lo inefable. El amor así entendido, es el que genera la fuerza transformadora y creativa que alarga el poema hasta el ocaso de una existencia sin rutinas, ni desvíos, aunque no falten los dolores y las fatigas. Venga lo que viniera y suceda lo que sucediere , porque cada episodio será únicamente una anécdota, una revuelta del camino con final previsto.

Son incontables los intentos de los hombres, recogidos en la literatura de todas las épocas, por tratar de presentarnos el amor humano honesto en las formas más poliédricas. Bienvenidos sean, pues todos ellos son chispazos instantáneos que han salido de la misma hoguera y algunos hacen vibrar el alma al mostrar la variedad de registros que atesora el ser humano. Junto a ello, esas brillantes impresiones transmitidas, muchas veces, se limitan a contarnos el anhelo de insatisfacción y la nostalgia de infinito, cuando no dejan al descubierto lo fácil que resulta engañarse en nuestras más altas aspiraciones hasta sumideros a veces degradantes. No hay más amor que el que del Amor proviene. Lo demás, a lo sumo, se convierte en seudoamores o amoríos, por mucho ruido que se provoque en los altavoces. Puestos a plantear los términos en profundidad hay que recurrir a S. Agustín: ¿ Cómo es, Señor, que te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti.

En último término, el amor es un misterio , que nunca se acaba de comprender del todo; y el amor humano muestra bien a las claras esta evidencia. ¿Por qué me he enamorado de esta mujer (o de este hombre)? ¿Por qué he de entregar parte de mi vida a un ser con estas cualidades y limitaciones? ¿Cómo es posible que ame a esta criatura, a pesar de su nada, a causa de su nada, y la ame con un amor más fuerte que el que me tengo a mí mismo y a mi felicidad? Esto sólo es posible si el amor humano se conjuga y amalgama con el amor eterno. No son devaneos románticos. Es necesario captar y aceptar que lo que el amor humano tiene de plenitud y tiene de limitación, no es un obstáculo para llegar a Dios. Todo lo contrario: es la ocasión de acercarse a Él. Así lo hacía ver el Fundador del Opus Dei al recordar que el matrimonio cristiano es un signo sagrado que santifica, acción de Jesús, que invade el alma de los que se casan y les invita a seguirle, transformando la vida matrimonial en un andar divino en la tierra.

Fue Dios quien en la creación, anticipándose a todo amor humano imaginable, dijo: "Yo quiero que seas... es muy bueno que existas" (Gen. 1,31) (...) Por tanto, si Dios ha querido a esa criatura hasta el punto de darle el ser... ¿qué puedo hacer yo sino repetir, e intentar imitar ese amor divino?En virtud de su misma naturaleza y de forma irreversible, el amor humano no puede ser más que una réplica , una especie de repetición de ese amor de Dios. Bien seguros estamos de que nunca llegaremos a conseguirlo, pero en la porfía por alcanzarlo ya hay un valor añadido de felicidad, para aquel al que amamos, y una mirada compasiva de Dios que premia hasta un vaso de agua que demos en su nombre.

Amar al otro cónyuge como Dios ama. He aquí una tarea suficientemente sugerente como para llenar la vida entera y mil vidas que tuviéramos. Verdaderamente, es corto nuestro tiempo para amar, para dar, para desagraviar repetía el Fundador del Opus Dei en la última época de su vida terrena.

Una de las cualidades de ese amor es la totalidad . Dios nos ama como somos, no prescinde de aspectos o parcelas de nuestra personalidad. Aunque tengamos la cara sucia y el corazón desgreñado, sigue amando a cada uno con un amor de predilección, como si los demás no existieran. Nos acepta como somos, aunque nos prefiere mejores. De ahí que el Beato Josemaría insistiera muchas veces en que amáramos los defectos de nuestros cónyuges, cuando no son ofensa a Dios; y si lo fueran, sería con el ejemplo y el cariño como lograríamos hacerles cambiar. Por encima de esas debilidades, tú contribuirás a remediar las grandes deficiencias de otros, siempre que te empeñes en corresponder a la gracia de Dios. Al reconocerte tan flaco como ellos –capaz de todos los errores y de todos los horrores-, serás más comprensivo, más delicado. Nada nos puede sorprender ni asustar. Ni el amor de Dios ni el amor humano es una entelequia. No amamos un ente ideal, ni un producto de fantasía rebosante de luces y colores, sino que su objeto son criaturas de carne y hueso.

El amor humano está zurcido con realidades que se ven, se oyen y se tocan. Es un desvivirse por alguien, en lo grande y en lo pequeño, en la presencia y en el recuerdo. Es un amor intuitivo y racional, inteligente, creativo y tan madrugador que se anticipa. Pero ante todo es operativo , cristaliza en obras.

Si verdaderamente nos proponemos vivir de amor, si queremos superar la confusión o las desorientaciones teóricas y prácticas que pueden aparecer a la hora de hacer realidad esta vocación fundamental del ser humano, hay que aprender a amar.

(Texto extraído del libro de Antonio Vázquez "Como las manos de Dios" editado por "Palabra")