Un movido día vaticano

Ayer fue un día movido, desde luego, que lo fue. Por un lado, se presentó la primera encíclica escrita «a cuatro manos» ( Lumen fidei ), que nada más publicada ostenta varios récords: la más cercana en el tiempo a la elección de quien la firma (cuatro meses) y la única escrita por dos Papas vivos: uno emérito y otro reinante.

Además de esta inédita encíclica –la primera del Papa Francisco y la última del Papa Ratzinger–, ayer también se promulgaron varios decretos de la Congregación para las Causas de los Santos. Entre ellos, los que aprueban dos milagros atribuidos uno a Juan Pablo II (que permite su canonización ) y otro a Álvaro del Portillo, un español, obispo y prelado del Opus Dei, y que hace expedito el camino de su beatificación. Un tercer decreto aprueba la canonización de Juan XXIII.

Con los tres –directa o indirectamente– tuve algún trato. El cardenal Roncalli –antes de ser elegido Papa– se hospedó varios días en un Colegio Mayor de Zaragoza (Miraflores), del que varios años después fui nombrado director. Más tarde, como canonista, hube de analizar el Código de Derecho Canónico, cuya revisión se anunció por sorpresa el 25 de enero de 1959, junto con la convocatoria del Concilio Vaticano II. Fue un verdadero gigante en su sencillez.

Tuve el honor de ser recibido varias veces por Juan Pablo II y monseñor del Portillo. Todavía recuerdo la franca sonrisa del Papa Wojtyla cuando, en broma, le decía que yo era «Navarro Valls, el malo»; mientras que su portavoz –mi hermano Joaquín– era «Navarro Valls, el bueno». Y un detalle que nunca olvidaré fue la llamada personal del Pontífice que ambos recibimos en Cartagena con motivo del fallecimiento de mi padre. Juan Pablo II merece desde luego el calificativo de «grande» por el conjunto de su Pontificado. Sus 26 años de ministerio petrino han dejado una huella honda en la Historia. Pero su verdadera grandeza –como la de Juan XXIII y Álvaro del Portillo– está en su santidad, no en su actividad.

La Iglesia se ha referido a monseñor Álvaro del Portillo como un «hombre de profunda bondad y afabilidad, capaz de transmitir paz y serenidad a las almas». Las veces que tuve la fortuna de estar con él me confirman esta impresión.

¿Qué tienen en común Juan XXIII, Juan Pablo II y Álvaro del Portillo? No parece haber demasiada conexión entre el hijo de unos humildes agricultores bergamascos, un intelectual polaco y un ingeniero de Caminos madrileño. Hay, sin embargo, un acontecimiento que relaciona las vidas de los dos papas y del obispo prelado del Opus Dei: el Concilio Vaticano II. Poco después de convocarlo, Juan XXIII se definió a sí mismo como «un hermano hecho padre por la voluntad de Dios». Una buena biografía del Pontífice que quería ser párroco de un pueblo y terminó siendo párroco del mundo.

Por su parte, Juan Pablo II participó activamente en los trabajos conciliares. Luego, como Pontífice, contribuyó decisivamente a su recta aplicación. Precisamente, durante el Concilio se conocieron Del Portillo y Juan Pablo II, pues el primero también contribuyó a la redacción de los documentos conciliares con su trabajo metódico e incansable, como buen ingeniero de caminos. Ha sido ésa una singular coincidencia en este movido día vaticano.

Rafael Navarro-Valls es catedrático de Derecho Canónico y académico de la Real Academia de Jurisprudencia.

Rafael Navarro-Valls // El Mundo