Monseñor Javier Echevarría Rodríguez: discípulo y maestro de vida espiritual

Artículo en la revista Ecclesia publicado por Ramón Herrando Prat de la Riba, Vicario Regional del Opus Dei en España, con motivo del fallecimiento del prelado del Opus Dei.

Mons. Ramón Herrando, detrás de Mons. Javier Echevarría, tras la bendición de un lienzo de san Josemaría en Santa María de Guadalupe.

Ecclesia In memoriam D. Javier. Monseñor Javier Echevarría Rodríguez: discípulo y maestro de vida espiritual (PDF)

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Al final de la tarde del lunes, 12 de diciembre, fallecía en Roma Mons. Javier Echevarría Rodríguez, Prelado del Opus Dei. Tenía 84 años y los últimos 22 había estado al frente de la Prelatura.

Después de tratarle de cerca durante más de cuarenta años –una gracia que agradezco a Dios–, vienen a mi mente muchos recuerdos entrañables. Al comenzar estas líneas, una idea acude con fuerza a mi pensamiento: Mons. Echevarría, el Padre, como familiarmente llamamos en el Opus Dei al Prelado, ha sido un gran discípulo de un gran maestro; un gran discípulo de san Josemaría que, como solía decir con agradecimiento, lo aprendió todo. Hizo suyo, por ejemplo, el deseo de vivir según el lema que san Josemaría aplicó a toda su vida: “Ocultarme y desaparecer es lo mío; que solo Jesús se luzca”. Soy testigo de constantes manifestaciones en las que Mons. Echevarría ha dado contenido diariamente a esa actitud del alma.

Es apreciación común considerar a Mons. Echevarría como un maestro de vida espiritual. Sus libros –Itinerarios de vida cristiana, Para servir a la Iglesia, Getsemaní, Eucaristía y vida cristiana, Vivir la Santa Misa y Creo, creemos, Misericordia y vida cotidiana…– han sido y seguirán siendo cauce para llevar a muchas almas por caminos de contemplación, de acercamiento a Dios, de santidad en lo ordinario, especialmente a través de las tareas profesionales.

En ese tono de humildad y sencillez en que se movía, sobresalen algunos rasgos que estuvieron muy presentes en su vida, y especialmente en sus años al frente de la Prelatura: su preocupación viva por todas las almas, por quienes atravesaban cualquier dificultad o sufrimiento, por los que se encontraban lejos de Dios… Nunca ha dejado de admirarme, por ejemplo, su modo de seguir la evolución de los enfermos. No le bastaba la pregunta común; era un desvivirse, una preocupación que le llevaba a visitarlos –una a una, uno a uno– en el hospital, en sus casas, en la Clínica Universidad de Navarra. Era un desvelo de padre que no le permitía sentir como ajeno nada de lo que cada persona padecía o le contaba.

Y todo esto, a costa de no pensar en sus propias enfermedades o preocupaciones, que llevaba con garbo y alegría; buscaba estar muy cerca de quien estaba sufriendo, para llevar el consuelo de Cristo a quien lo necesitaba. Porque, en último término, su amor a Cristo y a los demás era el motor que le impulsó a vivir con el afán que también heredó de san Josemaría: “conocer a Jesucristo, darlo a conocer y llevarlo a todas partes”. Esa ha sido su existencia, llevada a cabo con un estilo amable, sencillo, cercano, cariñoso, mientras recorría los cinco continentes –su último viaje, en octubre, le llevó a Finlandia y Estonia– para alentar en su vida cristiana a miles de personas, sin dejar de insistir siempre en la unión y en la oración por el Santo Padre.

Constantemente imploraba para todas las almas la misericordia del Señor. Con un gesto que expresa su actitud de humildad, todos los días, siguiendo el ejemplo de sus predecesores, antes de entregarse al descanso nocturno rezaba, postrado en el suelo de su habitación, el Salmo 51, llamado, por su primera palabra, salmo “Miserere”, el que salió del corazón y labios del rey David para implorar la clemencia del Señor: “Ten misericordia de mí, Dios mío, según tu bondad…”.

El 12 de diciembre era la fiesta de la Virgen de Guadalupe, ante la que Mons. Echevarría había rezado con confianza de hijo en diversas ocasiones, una de ellas acompañando a san Josemaría, en 1970. La Providencia ha querido que también en esta circunstancia se manifestara la continuidad con el fundador: san Josemaría falleció, al entrar en su habitación de trabajo, tras dirigir su mirada a un cuadro de la Virgen de Guadalupe. Y Mons. Echevarría ha sido llamado a la casa de Dios en esta fiesta de Nuestra Señora.

Ramón Herrando Prat de la Riba

Vicario Regional del Opus Dei en España