Matrimonio y familia

Textos referidos a la predicación de San Josemaría sobre la familia extraídos del libro "Como las manos de Dios" de Antonio Vázquez (editado en Palabra).

"Como las manos de Dios", textos referidos a la predicación de San Josemaría sobre la familia.

Nos proponemos presentar algunos aspectos de lo que han significado las enseñanzas del Fundador del Opus Dei acerca del matrimonio y la familia. El tema puede abordarse desde múltiples vertientes, pero si buscamos ir a la fuente es imprescindible afirmar inmediatamente que toda su catequesis es esencialmente cristocéntrica. San Josemaría vivió unido íntimamente a Jesús, enamorado por completo de Él. Su palabra y sus escritos, la insondable riqueza de su interioridad, el vigor infatigable de su espíritu, su amor desbordante por todos los hombres, nacen de su identificación con Cristo, de la penetración en su modo de mirar a cada persona como si fuera única. De meterse en Dios para hacer suya esa perspectiva divina: "¡Que vea con tus ojos, Cristo mío! ¡Jesús de mi alma"! De ahí que sus palabras calaran en hombres y mujeres, solteros y casados, padres e hijos, jóvenes y ancianos, de cualquier raza o cultura. A todos quería exhortar con el Apóstol: Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús .

Con la rotunda evidencia de que todo don procede de Dios, su más vivo deseo era que todos recibieran de ahí su alimento, al que solía referirse -para hacerlo más próximo- como un "puchero" acogedor, cálido y reconfortante, para que cualquiera pudiera acercarse a tomar fuerza, cuantas veces necesitara.

El Padre -como le llaman millones de personas en todo el mundo- no pretendió en su catequesis hacer un desarrollo sistemático de determinados temas. Sus enseñanzas no son ni un tratado teórico, ni un prontuario de buenas maneras del espíritu. Contienen doctrina vivida, donde la hondura del teólogo va unida a la trasparencia del pastor de almas . Su pensamiento y sus palabras están tejidos con el conocimiento asiduo y amoroso de la Palabra de Dios. Olvidado de sí, lo que pretende es colocar a cada alma cara a Dios, allí donde se encuentre y como se encuentre.

Sería una ardua tarea, y siempre incompleta, recoger en estas páginas sus enseñanzas dirigidas especialmente a los matrimonios para hablarles de su vida familiar. Empequeñecería su mensaje tomar muestras de frases originales o deslumbrantes. Hay que repasar sus biografías para intentar atisbar algo de su modo de abordar los acontecimientos grandes y pequeños, la forma de sugerir, el gracejo al estimular, la delicada fortaleza al corregir, su inimitable arte de educador o su cálido amor de Padre. Cada gesto supone un toque de campana que nos alerta el alma en los múltiples quehaceres de nuestra vida cotidiana, allí donde nos encontremos. No busca impresionar pero lo logra. Sus hechos gritan. Lo que sus palabras anuncian, viene avalado por la vida. El esforzado trabajar y contemplar de cada jornada se hace parábola en su voz.

Por designio divino, que preparaba su instrumento, san Josemaría nació y creció en una familia cristiana, bendecida con el signo de la Cruz. Desde su infancia, vio aparecer repetidamente en su hogar uno de los golpes más lacerantes: la muerte de un hijo. Su hermana Rosario muere a los pocos meses, Lolita a los cinco años y Asunción a los ocho. Tres hijos en tres años. Él mismo cae enfermo y cuando ya es desahuciado por los médicos a la edad de dos años, le ofrecieron a nuestra Señora si curaba de su enfermedad: por eso, después, le llevaron en peregrinación a la ermita de Torreciudad.

Cuando no se han repuesto viene la ruina del negocio familiar, y el cabeza de familia ha de tomar decisiones que superan los deberes de justicia; el traslado de ciudad en busca de un trabajo, muy por debajo del nivel que le correspondía, es un peldaño más para dar la talla de su entereza. Josemaría, el único varón que humanamente es la esperanza, percibe la llamada de Dios a una vida de entrega, y decide hacerse sacerdote. Su padre entiende, comprende y acepta. Antes ha utilizado la prudencia para hacerle ver lo que deja atrás y las exigencias futuras de lo que se propone. Al constatar la firmeza de Josemaría, D. José, su padre, pone todos los medios, con notable esfuerzo, para que se cumpla lo que Dios ha dispuesto y su hijo ha acogido con dilección. Por su parte sigue con puntualidad el trabajo diario, pero Dios adelanta el reloj y se lo lleva pronto. Era el día 27 de noviembre de 1924, festividad de la Medalla Milagrosa.

A partir de ese momento, Josemaría tendrá que sacar a su familia adelante con la abnegación heroica que supone seguir puntualmente los requerimientos divinos, sin dejar de atender a los de su sangre, y pasar por alto las incomprensiones muy dolorosas de algunos parientes. Ordenado sacerdote, el Señor lo trae de acá para allá. Son cambios de domicilio frecuentes, en los que su madre, Doña Dolores, Carmen, su hermana mayor, y Santiago, todavía muy niño, han de empezar de nuevo a configurar el hogar con la sobria elegancia que producen la escasez de medios materiales y la aristocracia del espíritu, al darse la mano. La contienda civil española separa durante dos años a la familia. Al terminar hay que volver a empezar de cero. En lo material, Doña Dolores ya lo ha dado todo.

Este rápido recorrido por la familia del Padre tiene su significado. Cada episodio familiar alimentaba la fragua en la que Dios forjaba su alma. Sólo el cariño filial y el deber de justicia de un buen hijo le llevó, en contadas ocasiones, a desvelar un poco la intimidad de su familia. Sin embargo nos ha servido de prueba para saber que cuando el Padre hablaba a los matrimonios de los avatares de la vida, se refería a algo que había aprendido y vivido en un hogar de hondas raíces cristianas como el de sus padres. De estos sucesos nos serviremos en ocasiones para ilustrar sus palabras.

Si Dios había querido para su Obra, como una de las notas esenciales, que se configurara como una familia, el Fundador tenía esa referencia entre los de su sangre.

El autor de estas páginas no pretende hacer un estudio o comentario teológico de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá de Balaguer sobre el matrimonio y la familia, bien lejos de su alcance y su propósito. Sólo intenta mostrar el testimonio personal de cómo algunos aspectos de la vida y las enseñanzas de san Josemaría han servido a millares de hombres y de mujeres, gente de la calle, para esforzarse en convertir su vida matrimonial y familiar en obra de Dios, Opus Dei. En ocasiones aparecerán hechos o palabras que se producirán en distintos contextos, quizá ajenos a la vida del matrimonio, pero se recogen aquí porque han sido asidero y estímulo vivo para cualquier persona empeñada en vivir cara a Dios, en sus circunstancias concretas.

Se descubrirán perspectivas sobre la vida matrimonial como una auténtica vocación sobrenatural, la forma de materializar ese querer divino, y los modos de mantener una unión íntima con Dios, mientras realizamos nuestros deberes familiares. Nos detendremos en las posibilidades y los obstáculos de la vida conyugal, para potenciar unas y superar otros; miraremos a los hijos como una prueba de confianza divina, y recorreremos los puntos esenciales de su formación humana y sobrenatural; aparecerá el amor, el dolor y la alegría como ingredientes inseparables de la vida del hogar. Contemplaremos la familia como el primer campo de nuestra acción apostólica.

Tengo la certeza de que muchos lectores encontrarán innumerables lagunas; es posible que haya olvidado lo más importante. Eso es lo que cada uno ha de encontrar en la lectura sosegada de la vida y obra de san Josemaría Escrivá.