La crisis laboral y los hijos de Dios

Con motivo de la fiesta de san Josemaría, L'Osservatore Romano ha publicado un artículo de Mons. Javier Echevarría sobre el trabajo como ocasión para la santidad.

DESCUBRIR A DIOS EN EL TRABAJO

Meditación en la fiesta de san Josemaría, 26-VI-2012

Con ocasión de otros aniversarios, ya hemos comentado la lecturas de la Misa en honor de este santo sacerdote. Hoy deseo detener mi atención en el mensaje que nos ha transmitido el fundador del Opus Dei: la santificación de la vida ordinaria, tal y como la predicó Jesucristo y se nos presenta en los textos del Génesis, de la carta de san Pablo a los Romanos y en el pasaje del Evangelio de la Misa de hoy.

Consideremos la parte final del texto del Génesis: el Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén para que lo trabajara y lo guardara (Gn 2, 15). La invitación a trabajar, en cuanto complemento de la obra de la creación, es la vocación originaria de cada mujer y de cada hombre. Con razón, pues, san Josemaría podía afirmar que cualquier trabajo honrado es «un medio necesario que Dios nos confía aquí en la tierra, dilatando nuestros días y haciéndonos partícipes de su poder creador, para que nos ganemos el sustento y simultáneamente recojamos frutos para la vida eterna (Jn 4, 36)» (Amigos de Dios 57). De este modo nos invitaba a descubrir de nuevo a Dios, tanto en los trabajos importantes como en las ocupaciones cotidianas, que pueden convertirse en sólido fundamento para la santidad personal.

Esta dimensión originaria del trabajo es la razón más profunda del derecho de todos a tener una ocupación profesional que les consienta vivir y atender las necesidades de su familia. Desgraciadamente, en las circunstancias actuales, muchos países sufren la plaga del desempleo, que causa tantas preocupaciones e incomodidades a innumerables familias. Recemos por las autoridades civiles y por los responsables de la vida pública, en todos los niveles, para que, iluminados por la Sabiduría divina, sepan hallar y poner en práctica las medidas idóneas para hacer salir de la actual crisis a sus respectivas naciones, respetando plenamente la dignidad de la persona y el bien común. Confiemos esta intención a Dios por intercesión de san Josemaría, apóstol de la santificación del trabajo.

La segunda lectura nos recuerda, con palabras de san Pablo, que los cristianos somos hijos de Dios, guiados por el Espíritu Santo. El Apóstol saca, de esta afirmación, una consecuencia inmediata: no recibisteis un espíritu de esclavitud para estar de nuevo bajo el temor, sino que recibisteis un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: "¡Abbá, Padre!" (Rm 8, 15).

Pablo tiene presente los miedos y las angustias de la sociedad de su tiempo, sometida a múltiples poderes, malignos en gran parte, característicos del antiguo paganismo. Por esta razón, como explica Benedicto XVI en una de sus encíclicas, aquellos pueblos vivían inmersos en el temor, aun teniendo muchos dioses; «pero sus dioses —comenta el Papa— se habían demostrado inciertos y de sus mitos contradictorios no surgía esperanza alguna. A pesar de los dioses, estaban "sin Dios" y, por consiguiente, se hallaban en un mundo oscuro, ante un futuro sombrío» (Spe salvi 2).

Los cristianos, al contrario, en cuanto hijos de Dios, saben que tienen un futuro luminoso. «No es que conozcan los pormenores de lo que les espera —prosigue el Santo Padre—, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente» (Ibid.)

Esta gran maravilla de nuestra fe tendría que llenarnos de valentía, hermanas y hermanos queridísimos, para afrontar con confianza en Dios y serenidad las dificultades que se vayan presentando en nuestra existencia; también las que se derivan de la actual crisis económica y de la falta de trabajo.

En el Evangelio hemos contemplado, una vez más, el gran prodigio de la primera pesca milagrosa. Desde el punto de vista humano, la orden de Jesús —echar las redes en pleno día, tras una noche infructuosa— parecía inútil y absurda. Además, Pedro y los otros eran pescadores de profesión: conocían bien su oficio y las zonas más escondidas del lago de Tiberíades no guardaban secretos para ellos. Sin embargo, obedecen: in verbo autem tuo laxabo retia (Lc 5, 5), sobre tu palabra echaré las redes. ¿No os causa maravilla la fe de Simón Pedro? También nosotros tenemos necesidad de fe para hacer frente a las vicisitudes de nuestra existencia.

Dentro de pocos meses, en octubre, comenzará el Año de la Fe convocado por el Papa. ¿Cómo nos estamos preparando? ¿Hacemos actos explícitos de esta virtud antes de recibir el sacramento de la Confesión o de la Comunión? ¿Nos dirigimos a Dios con fe en la oración, frente a las variadas obligaciones propias de una vida llena de ocupaciones profesionales? ¿Tratamos de acercar al Señor a las personas queridas, a los amigos, a los compañeros de estudio o de trabajo? No olvidemos —porque es verdad— que Dios desea servirse de cada una y de cada uno de nosotros para que los demás le conozcan, le traten y le amen.

Mirad que la fe abre todas las puertas de par en par y muestra horizontes que parecían cerrados. Ésta es la enseñanza del pasaje evangélico. Obedeciendo al mandato del Señor, Pedro y sus compañeros lanzaron las redes. Jesucristo nos invita también a nosotros a santificarnos en todas las circunstancias corrientes de la vida y a echar las redes del apostolado en el mar del mundo.

Mons. Javier Echevarría // "L'Osservatore Romano"