La Anunciación. El descubrimiento de la vocación

Don Álvaro habla del ejemplo de la Virgen -en su respuesta a la llamada de Dios para que fuera Madre del Salvador-, que utilizó sus cualidades "exclusivamente para servir a los planes divinos".

Mons. Javier Echevarría, san Josemaría y Álvaro del Portillo, en la Basílica de Nuestra Señora de Luján (Argentina)

En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret. Y habiendo entrado donde estaba la Virgen María, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo (Lucas I, 26-28). Había sido elegida desde la eternidad como Madre del Salvador; Dios la había preservado de toda mancha de pecado y llenado de gracia desde el instante mismo de su concepción inmaculada. Ahora, al escuchar las palabras del Ángel, la Santísima Virgen descubre con plenitud su vocación.

(…) También a nosotros nos ha elegido Dios antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha en su presencia, por el amor; y nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo (Efesios I, 4-5). ¡Antes de la creación del mundo, nos ha destinado a ser santos! Primero nos ha elegido y después nos ha creado para cumplir esa llamada. La elección precede nuestra existencia; es más, determina la razón de nuestra existencia.

(…)

La Santísima Virgen podía haber usado sus cualidades de muchos modos, pero las utilizó exclusivamente para servir a los planes divinos. San José, un hombre extraordinario podía haber empleado su inteligencia, su voluntad fuerte, sus dotes de carácter… en mil tareas buenas, pero sólo en aquellas que Dios le propuso –y que el Santo Patriarca realizó fielmente– dieron fruto sus grandes talentos. Nuestro Fundador (san Josemaría) también podía haber dedicado sus grandes dotes naturales a otras ocupaciones muy buenas, pero no cedió a esa tentación, porque no era lo que el Señor le pedía: Dios me quiere santo, y me quiere para su Obra.” (Carta, 19 de marzo de 1992, n. 12)