Ingeniero, prelado y sucesor

Artículo sobre Álvaro del Portillo en el periódico venezolano El Universal.

Álvaro del Portillo, obispo prelado del Opus Dei y primer sucesor de San Josemaría es una de esas personas singulares que por gracia de Dios, y la respuesta del sujeto, reúne características poco comunes en un solo individuo.

Una inteligencia preclara que le permitió obtener tres doctorados académicos, el de Dr. Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, el de Filosofía y Letras y el de Derecho Canónico. Conoció al fundador de la obra en el año 35 cuando estudiaba la carrera de ingeniero y se estaba graduando de Ayudante de Obras Públicas.

Ya antes de encontrarse con San Josemaría tenía la inquietud de ayudar a los demás. Se conserva una foto de grupo en la que todavía lleva un vendaje en la cabeza a causa de la herida que sufrió al ser atacado por un grupo anarquista en Madrid por enseñar catecismo en un barrio.

Tuvo unas cualidades que lo identifican: la fidelidad y la generosidad. Una biografía reciente sintetiza en el subtítulo del libro su perfil: "Siervo bueno y fiel". Un breve retiro espiritual predicado por san Josemaría lo dispuso a poner al servicio de Dios y de la Iglesia todas sus potencialidades. Antes de terminarlo, dijo: -Aquí estoy, ¿Qué hay que hacer?

Desde ese día no hizo otra cosa que seguir las huellas del fundador para cumplir una voluntad de Dios que tendría alcance universal: extender el Opus Dei como camino de santificación en el trabajo, en medio del mundo, porque todos tenemos que trabajar y servir a Dios con el trabajo. Su futuro profesional lo puso en manos de la Providencia Divina y solo le interesó si le servía para cumplir aquel objetivo.

No era una tarea fácil, como tampoco lo sigue siendo ahora, pues muchos no piensan de modo correcto en la santidad y menos aún en que tienen la posibilidad de alcanzarla. Juan Pablo II la definía muy escuetamente: santidad es intimidad con Dios.

Con San Josemaría se hizo eco de un mensaje olvidado: "Tú puedes ser santo, ¿Quién dijo que esa es labor exclusiva de sacerdotes y religiosos?", (Camino N 291), fundó una institución que se encargaría de recordarlo –el Opus Dei- y enseñó a vivirlo a quienes se les acercaban.

Durante su mandato, la obra se extendió a 21 países más. Recorrió esos países y animó a sus hijos a continuar con ese trabajo en la certeza de que, como decía el fundador, el cielo estaba empeñado en que se realizara. Miles de personas recuerdan su cariño de padre y su fortaleza en mantener vigente la doctrina de la Iglesia a la cual servía, sin desviarse un ápice de la voluntad de Dios.

Dedicó muchas horas de su vida a trabajar en la Santa Sede como perito consultor y secretario de varios organismos ocupados de vigilar por la salud de las almas, que era lo único que le importaba. Eso quedó patente el día de su muerte, cuando fue el Papa San Juan Pablo II a rezar ante su capilla ardiente. Cuando monseñor Javier Echevarría le agradeció ese gesto tan consolador y extraordinario en las costumbres de los papas, le contestó: "Si doveba, si doveba" (Se debía, se debía).

Su último viaje lo realizó a Tierra Santa cuando cumplió ochenta años de edad. Al poco de regresar de allá, en la sede central del Opus Dei, en Roma, se fue al cielo. Su fama de santidad corrió por todo el mundo y la Iglesia, después de un estudio detenido y habiendo aprobado un milagro atribuido a su intercesión, lo beatificará en Madrid el próximo 27 de septiembre de 2014.

Oswaldo Pulgar Pérez

El Universal