Hombre y mujer los creó

Textos referidos a la predicación de San Josemaría sobre la familia extraídos del libro "Como las manos de Dios" de Antonio Vázquez (editado en Palabra).

"Como las manos de Dios", textos referidos a la predicación de San Josemaría sobre la familia.

Que el hombre y la mujer son las dos formas en que acontece la realidad humana es una evidencia. Lo sorprendente es la facilidad con la que se olvida esta gran verdad. En demasiadas ocasiones, después de decenas de años de vida matrimonial, los cónyuges siguen sin aceptar , en la práctica , sus diferencias en el modo de pensar, hacer o sentir. Consciente o inconscientemente se espera del otro lo que nos gustaría recibir y no lo que nos puede dar. Es una expectativa vana, que al no verse satisfecha, puede inducir al desaliento. El hombre y la mujer están llamados a sumar capacidades, apuntalar limitaciones y armonizar esfuerzos, pero cada uno de una forma distinta. La vida real, la literatura, y la observación atenta de nuestra propia experiencia, nos descubren las falsas tragedias montadas por nuestra imaginación y que tantas veces ensombrecen de amargura las relaciones entre uno y otro, por no haber reparado en que son distintos y se expresan de modo diferente.

Cuando un hombre al entrar en casa, se olvida de dar un beso a su mujer, saluda con un monosílabo, y presiona inmediatamente el botón de la TV, no significa, necesariamente, que haya dejado de quererla, sino que busca una esponja que le borre las preocupaciones que trae de la calle. Cuando una mujer interrumpe el elocuente discurso de su marido sobre las "stock options", para recordarle que está averiada la caldera de la calefacción, no es una frívola, ni deja de valorar las ideas de su marido, sino que piensa que al día siguiente hay que bañar a los niños con agua caliente. Los ejemplos concretos podrían multiplicarse. Son alfilerazos, más o menos hondos, que llegan a convertir el ánimo en un acerico, cuando no se repara en que cada uno es diferente.

No es preciso insistir en el orden de los principios, pero sí en el del acontecer diario, que las diferencias entre el hombre y la mujer, no son de altura, nivel o calidad: no son superiores el uno al otro. Son tan distintos como la cara y la cruz de una misma moneda, que es la naturaleza humana.

El hombre funciona por sacudidas y la mujer por constancia. Ella es capaz de hacer cinco cosas a la vez, mientras él hará una detrás de otra. Una mujer es resolutiva al hacer frente a acontecimientos imprevistos, que a un hombre bloquean. Un hombre es propenso a abstraerse con las ideas, y la mujer está mucho más próxima a la realidad inmediata y a las personas que la encarnan. El hombre pretende, a menudo, vencer sin convencer, y le suenan a artificiales las tácticas o estrategias, la mujer triangula con facilidad, siendo más refinada, acogedora y, desde luego hábil. Ella sabe poner ilusión en lo pequeño, mientras al hombre le cuesta comprender que lo menudo es hermoso. Con gran facilidad para la comunicación, a la mujer le cuesta aceptar el hermetismo del hombre. Son también diferentes en el pensar: mientras el proceso psicológico del hombre es más lento, ella llega muchas veces a un conocimiento muy certero por un golpe de vista. Al hombre, el dolor, aunque sea de muelas, le abate, mientras la mujer está mejor dotada para soportarlo. Sin embargo, el humor de la mujer es más cambiante porque cualquier acontecimiento afecta a su totalidad, ya que su vida es más unitaria. El hombre es más sectorial y no es difícil encontrar a quienes tienen un comportamiento esquizofrénico en el trabajo y la familia.

Quizá han resultado unos rasgos excesivamente impresionistas, a la vez que superficiales y rápidos, en los que el hombre no ha salido bien parado. Realmente se buscaba resaltar las diferencias, a la vez que la complementariedad. Lo importante es no perder de vista el hecho diferencial, sin olvidar que por muchos años que transcurran en un matrimonio, siempre existirán zonas opacas del uno para el otro. Unas veces se producirán de forma consciente para defender la inviolable intimidad personal, que siempre hay que respetar y defender por la otra parte; en otras ocasiones, porque inconscientemente permanecerán entre brumas, las últimas razones de un modo de actuar. Es posible que ahí resida parte del atractivo mutuo. El amor tomará consistencia al amar a la otra persona como es . ¡Qué maravilla que existas así !: en tu irrepetible singularidad.

Resulta llamativo observar el grado de conocimiento que San Josemaría tenía de esta realidad diferencial del hombre y la mujer. La Providencia le había permitido tratar íntimamente a dos mujeres excepcionales: su madre, doña Dolores, y su hermana Carmen. Su forma de ser, su respuesta y forma de ponderar los acontecimientos, su capacidad de entrega, fueron para él un elocuente testimonio. Por otra parte, su permanente labor pastoral, unida a una capacidad de penetración en los pliegues de las almas, poco común, le habían mostrado las evidentes diferencias entre el hombre y la mujer. También había detectado algo más importante: la reacción que en cada uno de ellos produce el modo de ser del otro. Son innumerables los matrimonios a los que trató a lo largo de su vida, con los que mantuvo jugosas conversaciones, cuando le visitaban en Roma o en sus viajes de catequesis por Europa y América. Al escucharle quedaban impresionados por las certeras sugerencias que hacía a la pareja cuando apenas los conocía. Comprobaban que daba en la diana de lo que cada uno necesitaba.

Sus enseñanzas incidían sobre aspectos de la vida ordinaria. La convivencia es posible cuando todos tratan de corregir las propias deficiencias y procuran pasar por encima de las faltas de los demás: es decir, cuando hay amor, que anula y supera todo lo que falsamente podría ser motivo de separación o de divergencia. En cambio si se dramatizan los pequeños contrastes y mutuamente comienzan a echarse en cara los defectos y las equivocaciones, entonces se acaba la paz y se corre el riesgo de matar el cariño.

En ocasiones parece que espera el eco de nuestra queja y sale al paso para apaciguarla. Si alguno dice que no puede aguantar esto o aquello, que resulta imposible callar, está exagerando para justificarse. Hay que pedir a Dios la fuerza para saber dominar el propio capricho; la gracia, para saber tener el dominio de sí mismo. Hacía ver con cariño, pero con claridad, que el mayor enemigo de la “felicidad” y de la “fidelidad” conyugal es la soberbia, el amor propio, que, aunque tiene la misma raíz, se manifiesta de formas diversas: para ellos es " querer tener siempre la razón "; y en ellas, la queja lastimosa de quien se siente víctima . Junto a estas ideas fundamentales añadía, a menudo, una indicación práctica, por conocer muy bien las "quejas" de los hombres, en los que la vista es la entrada del corazón. Era el momento de recordar a las mujeres que siguieran conquistando a sus maridos por su aspecto agradable y atractivo. Es el viejo refrán castellano sobradamente experimentado: "la mujer compuesta, saca al hombre de otra puerta". A los hombres les invitaba a poner una sonrisa "de payaso" aunque llegaran a casa cansados.

Cabe destacar un punto al reparar en las diferencias del hombre y la mujer. El Fundador del Opus Dei, aunque tenía muy presente las peculiaridades de uno y otro, no había hecho de ellas unas alambicadas teorías que le llevaran a encerrarles en compartimentos estancos. Con frecuencia hablaba de la mujer y le reconocía capacidades tradicionalmente masculinas, como la reciedumbre, a la vez que exigía a los hombres el cuidado esmerado del detalle.

Cuando hacían furor las corrientes feministas, tan estrechas como reivindicativas, en aspectos que podrían degradarlas, superó audazmente aquellos planteamientos. Lo específico, no viene dado tanto por la tarea o por el puesto cuanto por el modo de realizar esta función, por los matices que su condición de mujer encontrará para la solución de los problemas con los que se enfrente, e incluso por el descubrimiento y por el planteamiento mismo de esos problemas . Es lo más genuinamente femenino lo más valioso de esa aportación.

Muchas veces, sin ánimo de lisonja, al dirigirse a las mujeres, las decía: sabéis más que nadie en el mundo, porque el amor es sapientísimo. Es insustituible ese amor, esa presencia de la mujer que se siente más que se ve, porque como explica Juan Pablo II, la feminidad realiza "lo humano" tanto como la masculinidad, pero con una modulación diversa y complementaria . Su ausencia se detecta en la familia o en la sociedad al comprobar sus traspiés.

En la lectura atenta de los escritos de san Josemaría Escrivá, surgen a cada paso consideraciones o sugerencias de inmediata aplicación para la convivencia entre hombre y mujer en su rica variedad de matices. Te quejas de que no es comprensivo... -Yo tengo la certeza de que hace lo posible por entenderte. Pero tú, ¿cuándo te esfuerzas un poquito por comprenderle? Es decir, hay que dar el primer paso, el segundo y el tercero, para buscar al otro, sin enrocarse en una torre de marfil de paciente incomprendido. Se impone una asepsia mental para no dejarse contaminar por el virus de los juicios fáciles, o impresiones apresuradas. Sería injusto bucear en las predisposiciones del otro: mientras interpretes con mala fe las intenciones ajenas, no tienes derecho a exigir comprensión para ti mismo.

Si Dios les ha hecho el uno para el otro, cada vez que el hombre o la mujer se quejan de su soledad, han de detenerse a ponderar su propia actitud, que suele levantar dos murallas construidas piedra a piedra. La primera de ellas levantada por esas miradas indiferentes como si el otro fuera un extraño. La segunda porque el gesto, la palabra o los modales violentos cierran el camino a cualquier acercamiento.

En todo caso, una visión certera y auténticamente cristiana de la vida, ha de plantear las relaciones hombre-mujer con suficiente conciencia del progreso humano para romper viejos moldes. A lo largo de los siglos ha cristalizado una mentalidad de enfrentamiento que ha llegado a convertirse en premisa fatal que urge rectificar . Las diferencias no tienen por qué deteriorar el amor y abocar a la ruptura: se trata de abordarlo desde una postura positiva. Hay que destacar que desde el principio de la creación : la mujer es ayuda para el hombre, como el hombre es ayuda para la mujer, pues están llamados a existir recíprocamente el uno para el otro.

Desde los chistes jocosos, a los lamentables sucesos recogidos por la prensa, pasando por los arabescos literarios de todas las épocas, ha llegado a cristalizar el prejuicio de un entendimiento imposible. Sin consideraciones melifluas, la vida nos muestra que son lógicas las discrepancias y por lo tanto lo sensato será tener la suficiente perspicacia para no encallar el ánimo en la falta de acuerdo, sino abrirse para hacer el recorrido que media hasta la puesta de acuerdo. San Josemaría aludió frecuentemente a estas situaciones con sugerencias muy concretas sobre esta realidad, tan frecuente entre los matrimonios, que calificamos de trifulcas. La cita incide en un aspecto clave que aparece en los momentos en que se pierden los nervios: Porque los peligros de un enfado están ahí: en que se pierda el control y las palabras se puedan llenar de amargura, y lleguen a ofender, y aunque tal vez no se deseaba, a herir y a hacer daño .

Es preciso aprender a callar -cuestión nada fácil-, esperar a decir las cosas de modo positivo y sereno. Cuando uno se enfada, es el momento de que el otro sea especialmente paciente, hasta que llegue otra vez la calma. Si hay cariño sincero y preocupación por aumentarlo es muy difícil que los dos se dejen dominar por el mal humor a la misma hora...

Algo tan obvio como generalmente olvidado, es que debemos acostumbrarnos a pensar que nunca tenemos toda la razón. Incluso se puede decir que, en asuntos de ordinario opinables, mientras más seguro se esté de tener toda la razón, tanto más indudable es que no la tenemos. Discurriendo de este modo, resulta luego más sencillo rectificar y, si hace falta, pedir perdón, que es la mejor manera de acabar con una regañina, en lugar de elevar las insignificancias a la categoría de universales, ni sacar conclusiones extremadas. Al fin y al cabo, nuestras discrepancias se producen siempre con quien más cerca nos soporta. No os animo a pelear -comentaba con realismo San Josemaría-: pero es razonable que peleemos alguna vez con los que más queremos, que son los que habitualmente viven con nosotros. No vamos a reñir con el preste Juan de las Indias . Por tanto, esas pequeñas trifulcas entre los esposos, si no son frecuentes -y hay que procurar que no lo sean-, no denotan falta de amor, e incluso pueden ayudar a aumentarlo.

Hay que situar la dificultad allí donde se encuentra: en el interior de cada hombre y de cada mujer. Sería pueril consumir muchas fuerzas en pesar y medir las culpas de uno y otro, en un constante juego de tenis. Estar todo el día con la balanza en la mano, para medir "lo mucho" que damos, no conduce a nada. San Josemaría hablaba del amor a Dios con una referencia al amor humano. Cuando se ama de verdad, se da con alegría, sin llevar la cuenta y sin buscar agradecimiento: ¡es suficiente, entonces, para el alma, la oportunidad de gastarse gustosamente! No se piensa si ya se ha hecho mucho, o si cuesta: en el trato con Dios no se repara en los obstáculos porque, como en el amor humano, no hay dificultades ni defectos que impidan la conversación con la persona amada .

Junto a esta actitud, cuasi-mercantil, de medir lo que aporta cada cónyuge, existe otra opinión demasiado generalizada que sitúa el origen de todos los males en la propia institución que une a un hombre con una mujer para toda la vida. Es un planteamiento viciado en su propia raíz. El matrimonio no es el culpable, sino la garantía de un final dichoso. La sabiduría de Dios diseñó a cada sexo para una relación armónica. A partir de ahí tendremos que concluir que todos los desencantos y fatigas que achacamos al matrimonio son exactamente aquellos que proyectamos cada uno de los cónyuges con nuestras torpezas y desamores. Quizá la pregunta habría que formularla así: ¿es duro el matrimonio o es blando el hombre? Parece que la conclusión inmediata es la flaqueza del hombre. Cierto, pero frente a este dato, hay otro hecho de mucha mayor entidad: que el don de Jesucristo no se agota en la celebración del sacramento del matrimonio, sino que acompaña a los cónyuges a lo largo de toda su vida.