Hacer amable la verdad

Con motivo de la beatificación en septiembre de Álvaro del Portillo que, siguiendo las sugerencias de Juan Pablo II, animaba a los miembros de la prelatura a realizar una nueva evangelización.

Durante estos últimos meses se está escribiendo sobre la figura de D. Álvaro del Portillo (primer sucesor de San Josemaría Escrivá en la prelatura del Opus Dei), que será beatificado el próximo mes de septiembre.

Podría uno pensar que la santidad esta pasada de moda, pero hoy, más que nunca, sentimos la necesidad de personas que en nuestra sociedad aspiren a lo mejor y pongan todas sus energías al servicio de los demás. Personas que sean referentes para nuestras vidas, ejemplos vivos de que es posible alcanzar la plenitud del vivir humano.

En diversos encuentros tuve la ocasión, y la suerte, de estar con el próximo beato, y departir en amigable conversación sobre temas relacionados con mi trabajo universitario y otros más familiares y personales.

Si ahora me preguntaran: ¿Qué impresión guarda mi memoria? ¿Tiene sentido que la Iglesia católica considere a algunos hombres y mujeres santos o beatos? ¿Tiene este hecho algún interés para los que no son católicos? Contestaría a estas preguntas relacionándolas con una de las características que más me llamaron la atención de este nuevo beato de la Iglesia Católica: su bondad y afabilidad aplicada a un terreno donde es fácil la disputa y el enfrentamiento, el terreno del mundo de las ideas y la difusión de las mismas.

El nuevo beato, siguiendo las sugerencias de Juan Pablo II, animaba a los miembros de la prelatura a realizar una nueva evangelización. Tal propuesta en su pensamiento tiene su sentido en una sociedad occidental que en el último tercio del siglo XX ha empezado de una manera progresiva un distanciamiento de Dios. Al principio fue el intento de negar la existencia de él pero posteriormente la oposición ha sido convertida en indiferencia. Se trata de olvidar a Dios, de poner entre paréntesis su existencia y, actuar como si Dios no existiera. Al mismo tiempo, el hombre se va erigiendo en el centro del mundo y se va colocando cada vez más como objetivos finales de su vida un materialismo en forma de hedonismo. Se trata de una búsqueda de bienestar que puede derivar fácilmente en la avaricia desmedida o en una exaltación de lo placentero. En suma, el nuevo beato nos mostraba cómo, por la vía práctica, un nuevo paganismo germinaba en occidente.

Ante esto, mi memoria guarda de él dos actitudes que aparentemente pueden parecer contradictorias. Por un lado, la afirmación clara de que hay que actuar y no quedarse indiferentes o conformarse con lamentos: la dignidad humana y sobrenatural que tiene para los cristianos la persona supone la responsabilidad de anunciar y testimoniar la fe en todos los ambientes. Por otro lado, el exquisito respeto a los demás en esa nueva evangelización, donde la caridad es fundamental, de tal forma que al mismo tiempo que se buscan nuevos modos y campos de ser sal y luz, se ha compaginar con la paciencia y respeto a las conciencias de los demás. Tal hecho se traducirá en una actitud que no impone sino que propone, haciendo amable la verdad.

Esta última afirmación: hacer amable la verdad, es tan definitoria del estilo del nuevo beato que fue utilizada como título de un recopilatorio de artículos suyos.

Contestando a las otras dos preguntas, me parece que en estos tiempos de debate intelectual, a veces algo agrio y avasallador, su ejemplo es valioso tanto a los cristianos como a cualquier hombre. La verdad, sino es falsa, tiene que contener el amor, y el amor debe fundamentarse en la verdad, de manera que no termine esclavizando al hombre.

En esta época, considerada por muchos postmoderna y como tal escéptica ante la verdad sobre el ser humano, necesitamos reencontrarla para salvar la identidad humana. El camino no puede ser la imposición violenta o el adoctrinamiento directo y subliminal de la verdad que proponemos. Pienso, como el nuevo beato, que el camino es el estudio y un amable diálogo que muestre no sólo la solidez lógica de nuestros argumentos, sino también nuestro amor por el interlocutor. Como señalaba el Papa Francisco con respecto a la fe: “Ésta ―la fe― siempre presenta alguna oscuridad que no le quita la firmeza de su adhesión. Hay cosas que sólo se comprenden y valoran desde esa adhesión que es hermana del amor, más allá de la claridad con que puedan percibirse las razones o los argumentos. Por todo ello, cabe recordar que todo adoctrinamiento ha de situarse en la actitud evangelizadora que despierte la adhesión del corazón con la cercanía, el amor y el testimonio”.

Luis Miguel Pastor García

Catedrático de Biología Celular de la Universidad de Murcia

Artículo original

Luis Miguel Pastor García

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