Ecuador, entre los indígenas de Imbabura

Una quincena de universitarios han realizado diversos trabajos de voluntariado en San Pablo del Lago, una población indígena situada en la provincia de Imbabura, al norte de Ecuador. Washington Rodríguez, estudiante de Administración de Empresas en Quito, define la experiencia como “positiva y gratificante”.

La provincia de Imbabura está situada a partir de unos 80 km al norte de Quito. Una de sus atracciones naturales más conocidas es el Lago San Pablo, donde es frecuente ver muy de mañana a los indígenas salir a pescar en sus canoas. Junto al lago hay una localidad homónima, un pueblo de dos mil habitantes con un alto índice de emigración juvenil.

Muchos jóvenes, algunos todavía en edad adolescente, se ven obligados a abandonar el pueblo en busca de una ciudad donde puedan prosperar. En este lugar, la Residencia Universitaria Ilinizas, obra corporativa del Opus Dei en Quito, ha organizado un campo de trabajo durante la primera quincena del pasado agosto.

Juan Carlos Riofrío, uno de los organizadores, explica el motivo: “Con una experiencia de varios años, sabemos que estas actividades son una extraordinaria ayuda para los jóvenes. Son además un cauce por el que pueden orientar los deseos de solidaridad propios de la juventud”.

Para muchos de los estudiantes las dos semanas de voluntariado han sido no sólo un cauce y una ayuda, sino también un fuerte impacto: “Dejar el bienestar que tengo en mi casa”, observa uno de los participantes en la edición de este año, “para ir a un lugar que carece de servicios básicos ha sido un golpe. Pero estos golpes te hacen despertar y pensar en las cosas importantes”.

En la misma línea se sitúa el testimonio Washington Rodríguez, estudiante de Administración de Empresas en Quito, que define la experiencia en San Pablo del Lago como “positiva y gratificante”.

Cuando se les pregunta por lo que han hecho, algunos no pueden evitar un gesto de satisfacción y de orgullo sano. “Por ejemplo, pintar. Entre las cosas que hemos pintado, me gusta destacar la capilla de la comunidad indígena de Ugsha y la casa de una simpática anciana con la que hicimos amistad”, explica Washington. Además, unos estudiantes instalaron un suelo de madera en el presbiterio y otros, más expertos con el pincel, restauraron varias imágenes sacras. Francisco Tapia, estudiante de Arquitectura, dirigió un equipo de universitarios que llevó a cabo un levantamiento topográfico del sector urbano de Ugsha con el objetivo de diseñar un plan de remodelación de la localidad. También se efectuaron mejoras y arreglos en uno de los edificios del Ayuntamiento, en el que se encuentra la Guardería Infantil.

Herbert Vizcarra, alumno de Medicina, quedó maravillado y conmovido por los días de trabajo en Ugsha, “donde hemos aprendido de sus habitantes la solidaridad y la generosidad”. Herbert narra el caso de Rosita Salazar, que tenía preocupados a todos los indígenas de Ugsha. Madre de cuatro hijos, algunos menores de edad, padecía una enfermedad que le impedía trabajar, pero no sabían cuál era. Después de realizar un examen médico, comprobaron que tenía un cáncer muy avanzado y doloroso. Con la aportación económica de varios de los voluntarios, pudieron llevar a Rosita a un hospital. Allí supieron que desde abril se conocía la gravedad de la paciente pero que no la habían atendido porque carecía de recursos para pagar los costes del tratamiento. “Ha sido muy duro comprobar que los menos afortunados no siempre tienen acceso a adecuados sistemas de salud o que a veces no se les da el verdadero diagnóstico de la enfermedad”, señala Herbert.