Dos semanas con refugiados sirios y palestinos en Beirut

Un universitario que decidió pasar la segunda mitad de julio de este año en un campo de trabajo en Beirut (Líbano) cuenta que "hasta que uno no lo vive en primera persona, no se da cuenta que para ser feliz no se necesita una vida cómoda sino un corazón enamorado".

Empezamos a hacer gestiones para asistir a Río y acompañar al papa Francisco en su primera Jornada Mundial de la Juventud como sucesor de Pedro. Pero alrededor del mes de abril surgió también la oportunidad de ir a un campo de trabajo en el Líbano durante las dos últimas semanas de julio con algunos chicos que asisten a medios de formación en un centro de actividades juveniles de Beirut.

La balanza se inclinó del lado del Líbano, principalmente por motivos económicos. Sin embargo, la idea de ir al Líbano no terminó de gustar a los familiares de algunos de los jóvenes que participamos de las actividades que organiza el centro cultural Riells, por la delicada situación que se vive en el país vecino, en Siria.

Llegamos a Beirut a las 15:30 h del 16 de julio, haciendo escala en Estambul. Al llegar, después de comer, nos pusimos al día de las tareas que realizaríamos durante esas dos semanas. La convivencia había comenzado: éramos 10 españoles y 6 libaneses, el éxito estaba asegurado.

La primera semana y media hicimos trabajos de mantenimiento y rehabilitación en una escuela que se había transformado en un campamento de refugiados, donde vivían doce familias musulmanas sirias, en total 60 personas. Como los chicos libaneses nos hacían de traductores, pudimos conocer de primera mano el testimonio de estas personas que se habían visto obligadas a abandonar su hogar a causa de la guerra.

Después estuvimos en el campo de refugiados palestinos de Dbayeh, que se encuentra en las afueras de Beirut. El primer día recorrimos una parte del campamento, visitando algunas familias y personas enfermas para ayudarles y hacerles un rato de compañía. El segundo día estuvimos ordenando ropa que Cáritas del Líbano había conseguido para repartirla entre las personas de los pueblos. Ese mismo día por la tarde dejamos preparadas diversas actividades para la gran gymkhana que tendría lugar al día siguiente, a la que asistieron alrededor de 200 chicos palestinos desde los 5 años hasta los 16.

Pero no todo fue trabajo. Tuvimos la ocasión de visitar diferentes lugares emblemáticos del país: el mercado de Sidón, las ruinas romanas de Tiro, el puerto de Biblos, las ruinas de Baalbek, en el centro histórico de Beirut y el Santuario de Nuestra Señora del Líbano (Harissa).

Lo mejor de este campo de trabajo fue que pudimos ayudar a gente que lo está pasando muy mal. Ver que muchas personas pasan necesidades de todo tipo, que están solas, que no tienen un hogar, etc. y a pesar de todo son felices, me ha hecho reflexionar sobre el bienestar material. Hemos oído esto muchas veces, pero hasta que uno no lo vive en primera persona, no se da cuenta que, como decía san Josemaría, para ser feliz no se necesita una vida cómoda sino un corazón enamorado.

Alejandro Vélez