Don Javier Echevarría en la catedral de Oviedo

Ángel García Prieto escribe este artículo con motivo del fallecimiento del prelado del Opus Dei.

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Con motivo del funeral por monseñor Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, fallecido el pasado día 12, me surge en el recuerdo, en los sentimientos, en los quereres y las emociones un juego temporal de pretéritos, presentes y futuros, ante la celebración este jueves, 22 de diciembre, la misa en la que monseñor don Jesús Sanz, arzobispo de Oviedo, acompañado por numerosos sacerdotes, y centenares de fieles, pedirán a Dios gracias, en la catedral de Oviedo, por el alma del que prefiero denominar como D. Javier, que es el apelativo que usamos de modo coloquial y familiar los del Opus Dei.

Por otro lado, ese juego de tiempos es también la expresión de la ambigüedad con que se pueden tratar las cosas cuando nos enfrentamos a Dios y a la otra vida. Don Javier ¿era?, ¿es?, ¿será? un alma de Dios; una persona buena, sensible, cercana, sencilla, con la que daba gusto estar.

Personalmente tuve la oportunidad de acompañarle en tres o cuatro ocasiones, aquí en Oviedo, en un par de visitas a Asturias y cuando estuvo hospitalizado en el Centro Médico, hace más de veinte años, por un infarto que sufrió mientras pasaba unos días cerca de Gijón en compañía del que en aquella época era su antecesor como prelado del Opus Dei, el hoy beato Álvaro del Portillo.

También estuve con él en reuniones públicas con mucha gente en Valladolid, Burgos, Madrid, Oporto o Roma. Una de sus virtudes era la entrega a sus hijos, y a todas las personas con las que tenía relación, para acercarlas a Dios, con su conversación y trato lleno de espiritualidad, que acompañaba en un discurso tan sencillo como profundo, de estilo propio, en el que no faltaban los recursos del buen humor –incluso los chistes–, la perspicacia y la capacidad para ponerse en el lugar del interlocutor, que en seguida se sentía muy a gusto con él.

Podía seguir con datos relativos a sus numerosos escritos y publicaciones, a las consecuciones pastorales de sus más de veinte años al frente de la Prelatura del Opus Dei, los países nuevos en los que esta institución de la Iglesia se ha implantado, las obras catequéticas y evangelizadoras y las de ayuda social educativa, sanitaria y de desarrollo, etcétera. Pero no es el caso, pueden bastar estas líneas para acercar al lector un hombre enamorado de Dios, leal y fiel a la Iglesia y al Papa y entregado a los demás.