Aprender a servir al Raval

En el barrio del Raval de Barcelona hay varios centros de actividades que ayudan a los jóvenes. Uno de ellos es Braval, que en el mes de julio desarrolla tres programas para niños y jóvenes de 7 a 17 años, de 30 países.

Decenas de jóvenes se mueven entre las aulas y salas de la entidad, en la calle de la Cera del Raval. El grupo más numeroso es el del Casal de Verano, donde hay 100 niños de entre 7 y 14 años, divididos en tres grupos. Mientras unos hacen robótica, otros mejoran su inglés “con el mejor profesor de inglés que hay”, un catedrático jubilado, comenta el director de Braval, Juan Pablo Garrido-, y un tercer grupo completa los deberes de verano de la escuela con algún voluntario que les ayuda a resolver las dudas.

El segundo programa es el Combinado de Verano, en el que participan 17 jóvenes entre los 15 y los 17 años. Su tarea es “aprender a servir”: ¿Qué significa esto? ¿qué hacen estos jóvenes? San Josemaría dijo que “para servir, servir”, y por tanto los chicos ayudan a los demás, llegando los primeros para abrir las puertas, encender las luces y comprobar que todo esté a punto. Además, también preparan la comida para los voluntarios (hay unos 60), organizan el deporte de los pequeños, preparan la fiesta de los padres, actividades culturales, tertulias, excursiones, música, etc.

Esta actividad continúa al final de julio con otro programa, una convivencia en una casa de la Vall de Aran cedida por un voluntario, donde los 17 chicos lo preparan todo: se hacen las camas, cocinan, lavan la ropa, etc. Hay muchas excursiones. “Este programa da muchas satisfacciones, tanto a los que estamos en Braval como a los voluntarios”, comenta Juan Pablo Garrido. Pasa por el pasillo el responsable del Combinado de Verano, Edu Serrabou: “Aquí les enseñamos la responsabilidad y seguimos un plan adecuado a su edad”, dice.

Sube las escaleras Felipe Zhang, nacido en Shanghai, voluntario del Casal de Verano. En septiembre irá a la universidad a estudiar gestión empresarial. Habla catalán, castellano y –supongo– el chino de Shangai. “Estoy aquí porque me gusta la causa de educar para servir a los demás”.

Me acompaña Chavie (es un apellido filipino), un entrenador de baloncesto, y pasamos por delante del tablón de anuncios. Leo los objetivos educativos de cada día: generosidad, orden, ser buenos compañeros, fortaleza, obediencia, servicio, aprovechamiento del tiempo... Chavie me cuenta que este año han ganado la Liga Escolar con el grupo de 10 a 13 años. “Al principio cuesta un poco la disciplina y lograr que se comuniquen entre ellos, ya que todos quieren el balón, pero luego ven que los buenos resultados llegan si tenemos estas dos pautas: disciplina y buena comunicación”.

También me he encontrado a Andy, boliviano, que hace de voluntario y al que le gusta “seguir un proceso con el chico y ayudarlo a comportarse bien”.

Otro voluntario, formado en Braval, es Washington, ecuatoriano. Últimamente ya no participaba en las actividades pero le resultó atractivo que le propusieran ser voluntario: “Me parece que tengo que devolver a la gente de Braval lo que me han enseñado a mí”.

A las cinco y media de la tarde, un grupo de personas muy diferentes espera en la calle. “Son los padres que han venido a buscar a los hijos”, me dijo Chavie. Entre ellos había un africano muy robusto, con un bebé que se quejaba del agua que caía de un balcón donde regaban las plantas; estaba preocupado. Otro padre, filipino, sólo me respondía que sí a todo. Hay una madre de tres hijos, Patricia, nacida en Barcelona: “Traigo a mis hijos aquí porque en Braval hay gente muy buena y de toda confianza, que nos ayudan en la educación de los hijos. Además me soluciona el problema de dónde llevar a los hijos en verano”, me explicó. Y tu marido, ¿qué dice? “Él es militar y ahora está en Afganistán y no volverá hasta diciembre. Hablamos con él a menudo por Skype y por teléfono”.

Con los padres hay un voluntario de Roma, Francesco, que ha iniciado una empresa en Barcelona después de cursar el master del IESE. Cuando habla de los chicos adolescentes dice que entre su generación (él tendrá unos 35 años) y la de ahora hay un abismo, debido a Internet. “Trato de comunicar a los chicos los valores que tengo, pero creo que Internet dificulta mucho interactuar personalmente, y les cuesta concentrarse: es un auténtico reto”.

El director me presenta a un “voluntario especial”, el sacerdote don Pedro, que ha venido de Pamplona, donde reside habitualmente, para hacer de sacerdote-voluntario en Braval. Sube y baja las escaleras con agilidad y no le pesa la sotana.

Cuando me voy de Braval todavía queda algún padre que espera, mientras los voluntarios meriendan. Braval es un bullicio de gente que sube y baja las estrechas escaleras y de un aula a otra, de la sala de juegos al oratorio o de preparar la comida a poner en orden el equipo de deportes. Un ambiente muy bonito. Y con mucha alegría.

Algunos datos de Braval

Braval es un proyecto de solidaridad que comienza en 1998 y se consolida en 2002 con motivo del centenario del nacimiento de San Josemaría. Es una de las iniciativas de solidaridad que se promueven en el barrio del Raval de Barcelona alrededor de la iglesia de Montalegre, que en 1967 fue confiada al Opus Dei. De manera semejante nació Terral en Barcelona.

Durante todo el año Braval promueve el voluntariado social; busca el éxito escolar, incrementando en los jóvenes la motivación para hacer los estudios obligatorios y el interés por acceder a los superiores, ya sean de bachillerato y universitarios, o bien de formación profesional. También impulsa actuaciones que llevan a la inserción laboral. Para los que lo deseen, Braval facilita, además, medios de formación cristiana.

Salvador Aragonés