1. FELIZ HASTA EL ULTIMO MOMENTO

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

"Poco después del fallecimiento -recuerda Fernanda Mallorga- su madre comentó que, como era Jueves Santo y los oficios eran por la tarde, a esa hora estaría ya con Jesús en el Cielo.

Permanecimos todo el tiempo de rodillas alrededor de su cama. Entre otras, estábamos: Lía Vila, Carmen Francés y algunas más.

Más tarde llegó el sacerdote del Opus Dei -don Emilio Navarro-, a darle la absolución. Le dijo en voz alta: 'Montse, ¿me oyes?, te voy a dar la absolución; se hizo más intenso el silencio, mientras recitaba la fórmula de la absolución. Después de breves momentos indicó que le cerraran los ojos, pues ya había fallecido: era la 1.20 p.m. La amortajamos entre Lía Vila, Carmen Francés y yo".

La pusieron en la cama, envuelta en una sábana blanca, sencilla, como ella, rodeada por una guirnalda de tulipanes blancos, flores alegres, también como ella. Parecía como si en vez de perder la vida, la vida le hubiera vuelto al rostro. Estaba con una expresión plácida y serena, aunque se advertían las huellas del sufrimiento. Y tenía una levísima sonrisa.

"En aquellos momentos -cuenta Rosa- pensé en lo feliz que había sido Montse en esta tierra y en lo feliz que sería en el Cielo; y me acordé de lo que decía el Fundador del Opus Dei: que la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra. Y ella fue feliz, feliz, hasta el último momento...

¿Verdad que parece increíble? Pues es verdad; hasta el último momento fue profundamente feliz; y nos hizo felices a los que tuvimos la suerte de tratarla y de conocerla, a pesar de lo mucho que sufrió... Yo, cuando me encuentro con un cliente en la farmacia que está muy grave, me entristezco, no lo puedo remediar. Sin embargo, con ella no me entristecí nunca ... porque el amor de Dios se apoderó de su alma y supo amar a Dios por encima del sufrimiento, por encima de su desgracia, por encima de la enfermedad y por encima de... de la muerte y de todo".

Allí, junto a la imagen de la Virgen de Montserrat, junto a la palma del domingo de Ramos que Rosa le había llevado, había una rosa. Y sobre la sábana, encima de su pierna enferma, había otra rosa roja, que había traído su tía Adela, y que se mantuvo fresca y lozana durante dos días enteros, desde el día 26 hasta la mañana del 28 de marzo, Sábado Santo, en que la enterraron.

Sus padres, sus hermanos, las de Llar, pasaron aquellas dos noches junto a ella, en vela. Y durante una de esas noches, ante el cuerpo de su hija, que parecía, más que muerta, dormida, su padre le decía a los que la velaban:

"No creáis que mi hija, porque era tan joven, no sabía lo que era el amor. Mi hija estaba enamorada. Se enamoró de Dios. Ese fue el sentido de su vida. Por eso rezaba, y hacía apostolado, y obedecía, y luchaba. Yo me di cuenta como se fue uniendo a Dios, con una lucha continua, día a día... Y todo lo hizo porque estaba enamorada..."

Le cambiaron el crucifijo que llevaba siempre por uno de madera, que le había hecho su hermano Jorge. Luego la amortajaron y le pusieron una rosa junto a los pies.

"Y yo pensé -recuerda Rosa-, después de que se la llevaran, en aquel villancico que tanto nos gustaba cantar cuando se acercaba las fiestas de Navidad:

No hay tal andar

como buscar a Cristo.

No hay tal andar

como a Cristo buscar.

Que no hay tal andar".

Llegó don Vicente Salvá, el párroco, a expresar su condolencia. "En un caso así -comentó- en lugar de estar tristes hay que entonar el aleluya".