Homilía pronunciada por el Abad Josep Maria Soler en Montserrat

Ofrecemos el texto completo de la homilía pronunciada por el Abad de Montserrat en la misa celebrada en honor de Josemaría Escrivá. “El Opus Dei –dijo- tiene raíces en Montserrat”.

El abad Josep Maria Soler

(Misa votiva de la Virgen de Montserrat: Lc 1, 39-56)

Sr. Vicario de la Prelatura del Opus Dei en Cataluña;

Presbíteros y diáconos concelebrantes;

Hermanos y hermanas en el Señor:

María se fue con prisa a la Montaña. Hace siglos, más de doce, que la Virgen, por disposición de la Providencia, tomó posesión espiritualmente de esta montaña de Montserrat, de este lugar en el que hoy nos hemos reunido gozosamente para venerarla y para celebrar la Eucaristía de Aquel que es el fruto bendito de sus entrañas y, al mismo tiempo, Hijo del Padre eterno. Fue varios años antes de ser venerada la Imagen entrañable de la Moreneta que preside esta basílica.

Y, en este lugar, la Madre de Dios continúa haciendo presente el misterio de su Visita a favor de todos los peregrinos que suben. Aquí le llamamos bienaventurada por las maravillas que el Todopoderoso ha obrado en ella. Aquí la proclamamos bendita entre todas las mujeres y proclamamos bendito el fruto de sus entrañas, Jesucristo Nuestro Señor.

Venimos a Montserrat a visitarla. Pero sobre todo es ella quien nos visita. Quien nos acoge con el rostro sereno de la paz mesiánica, con la sonrisa en los labios por la alegría de la Pascua de su Hijo y por la alegría de encontrarse con nosotros, que le hemos sido dados como hijos cuando estaba al pie de la Cruz. La serenidad del rostro y la sonrisa que refleja nuestra Sagrada Imagen son el reflejo de una realidad espiritual que captamos por la fe.

La Madre de Dios nos visita. Y, como en aquella primera visita a casa de Zacarías, nos trae la presencia de Jesucristo y la asistencia del Espíritu Santo que nos otorgan la salvación. Ella nos asiste en nuestras necesidades y en nuestras penas. Ella hace suyas nuestras alegrías. Nos sirve en nuestras necesidades como lo hizo con su prima, consolándonos en el fondo del corazón y haciéndose intercesora en favor nuestro. Y nos proclama el Magníficat –que resuena cada día en esta basílica–, como canto gozoso de los redimidos, como esperanza para la salvación que se abre paso a lo largo de la historia humana, como canto profético de la preferencia que Dios tiene por los pobres, por los pequeños y por los humildes de corazón.

Nª Sª de Montserrat, la 'Moreneta'.

Este sabernos visitados por la Madre de Dios y Madre nuestra nos ha de llevar a reproducir en nuestras vidas y en nuestros encuentros con los demás el Misterio de la Visitación. Portadores de la Santa Trinidad como somos, por el bautismo y por la vida de la gracia, hemos de comunicar la alegría de Jesucristo en nuestra vida ordinaria para suscitar que los que se encuentran con nosotros le quieran más si ya le conocen, o descubran el atractivo y la fuerza transformadora. Precisamente, el objetivo propuesto por este centenario del nacimiento del beato Josemaría es que muchas personas se acerquen a Dios, y Dios quiere servirse de nuestro testimonio.

Hemos venido a visitar a Santa María. Pero en el fondo es ella quien nos visita cada vez que entramos en esta basílica. Varias veces el beato Josemaría subió con devoción a esta montaña y veneró a la Virgen en esta Imagen Morena que concreta la presencia espiritual. También el beato se supo visitado por la Virgen María en este lugar, que recordó con afecto toda la vida. Sin embargo, en Montserrat no ha quedado sólo la memoria de su paso por este Santuario, sino una colección de 62 cartas intercambiadas entre el beato y el P. Abad Aureli M. Escarré, además de los telegramas y tarjetas de felicitación de Navidad, por Pascua, para la fiesta del 27 de abril y con ocasión de otros acontecimientos.

Aunque la relación del Opus Dei con Montserrat comenzó durante la Semana Santa de 1941, no fue hasta el primer trimestre del 1943 cuando el beato Josemaría y el P. Abat Aureli se conocieron personalmente. Quedaron cautivados mutuamente y ligados con una amistad espiritual que duró toda la vida. Era el encuentro de dos hombres que soñaban en un resurgimiento de la Iglesia y de la sociedad promoviendo un cristianismo ardiente, pero fuertemente fundamentado sobre las virtudes humanas.

El beato Josemaría lo había intuido desde el comienzo de su vocación de fundador; el Abad Aureli sólo quería traducir en hechos reales la “humanitas benedictina”, que se encuentra en nuestra tradición monástica. El beato pensaba en el laicado y en una renovación integral de la Iglesia; el Abad Aureli, en sus monjes y en la irradiación espiritual del monasterio. Pero ambos coincidían tanto en sus ideales, que el Abad propuso al fundador no solamente sentirse hermanados, sino llamarse “hermanos” mutuamente.

El beato alude con mucha gracia a este pacto de fraternidad cuando encabeza su primera carta al Abad Aureli diciendo: “Muy venerado P. Abad y querido hermano: Se empeñó Vuestra Reverencia y el Señor ha de perdonarme si me atreví a llamar hermano a mi P. Escarré. Desde luego muy unido en sobrenatural hermandad con todos y todo lo de esa santa Casa de la Virgen, me encuentro”. Y, después, le agradece las gestiones que había hecho para que los monjes de Montserrat residentes en Roma –P. Albareda (entonces prefecto de la Biblioteca Vaticana y futuro cardenal) y P. Suñol (abad titular y Presidente del Pontificio Instituto de Música Sacra)– abrieran las puertas de la Curia Romana al joven ingeniero Álvaro –el futuro Mons. Álvaro del Portillo– que postulaba el Nihil Obstat para la nueva entidad del Opus Dei, que no encajaba en ningún estatuto jurídico existente (27.04.1943).

Los celebrantes, durante la ceremonia.

A lo largo de toda la correspondencia se ve cómo el Abad Aureli anima al beato en su Obra, cómo le asegura oraciones y cómo se hace garante ante los miembros del episcopado y ante otras instancias que mostraban una cierta reticencia. Y cómo el beato va siguiendo la vida de nuestro monasterio con mucho interés y con mucha estima, además de encomendarse insistentemente, él y su Obra, a las oraciones de los monjes y de decir muy a menudo que “encomiendo al Señor cada día al Abad, a los monjes y a toda esa Santa Casa de la Virgen” (26.03.1960).

Se habían encontrado dos personajes históricos, aunque a diferente nivel; el abad Aureli a nivel de la Iglesia de Cataluña y el beato Josemaría con un alcance universal. Dos personajes que, con sus intuiciones y, obviamente –como toda persona humana– con sus límites, se influyeron mutuamente. Dios, en su Providencia, les había hecho encontrarse y no de una manera casual, desde el momento que, tal como se desprende del epistolario, el Opus Dei, en su etapa fundacional, tiene raíces en Montserrat.

Después, la historia de la Iglesia ha evolucionado bajo el impulso del Concilio Vaticano II que recogió muchos de los ideales que se encuentran reflejados ya en la relación de nuestros dos personajes; fundamentalmente: la llamada universal a la santidad, el papel activo del laicado en la Iglesia, la reforma litúrgica y el humanismo cristiano con su apertura al mundo contemporáneo. Desde entonces, partiendo de vocaciones diferentes, y hasta con sensibilidades diversas, la Obra fundada por el beato y el monasterio de Montserrat han querido vivir el amor a la Iglesia, el celo por la difusión del Evangelio y la apertura al pensamiento contemporáneo.

Santa Maria, desde este “trono de gloria” (cf. Laudes del 27 de abril) que tiene en Montserrat, vela por aquella obra incipiente del beato Josemaría. Ahora, con la perspectiva histórica, vemos los frutos que ha dado y da, y el papel que en sus orígenes tuvo nuestro monasterio. Y pedimos a Dios, por intercesión de la Virgen María, que nos conceda muchos pastores santos y que cada vez sean más los laicos que tomen conciencia de su misión en la Iglesia y en la sociedad, sobre todo por medio de su santificación en la profesión, en la familia y en las realidades cotidianas. Viviéndola, esta misión, desde la humildad que nos enseña la Madre de Dios en su Visitación y desde el respeto por la opción personal de cada uno.

Hoy damos gracias a Dios por el carisma que suscitó en la Iglesia por medio del beato Josemaría; lo hacemos en el año centenario de su nacimiento y pocos meses antes de su canonización, a los pies de esta Santa Imagen que él veneró y alrededor de este altar, cuya construcción siguió con interés y alegría el beato (cf. Ab. A., 13.03.1958 y JM. E., 25.03.1958). Un altar que es como la ampliación de la falda de la Virgen para que recibamos a su Hijo en la celebración de la Eucaristía.

Montserrat, 1 junio 2002