El pontificado del Papa Juan Pablo II ha cambiado la historia del mundo

Reproducimos un artículo de mons. Javier Echevarría, que escribió con ocasión del XX aniversario del pontificado de Juan Pablo II.

Entre otros recuerdos de Juan Pablo II, uno en particular acude con frecuencia a mi memoria. Me contaron que el Papa, al término de una larga jornada de trabajo, recibió un día en su apartamento privado a una persona. Era visible el cansancio de Juan Pablo II, que se acercaba con caminar lento. Esa persona, después de saludar y besar la mano al Santo Padre, le comentó filialmente: "Santidad, está usted muy cansado...". Juan Pablo II contestó: "A esta hora no tengo derecho a no estar cansado. Si no estuviera cansado, sería señal de que no he cumplido con mi deber".

Me gusta regresar a aquellas palabras, para profundizar en su significado. Pienso que muestran cómo se ve el Papa a sí mismo. Para él, la responsabilidad que Dios le ha encomendado está por encima de cualquier otra consideración. Su salud y su tiempo, su misión y su vida pertenecen a Dios y, por Dios, a los demás.

Con una curiosidad que nace del cariño y de la fe, algunas personas han preguntado al Papa: ¿Cómo es su oración personal? ¿Qué le dice a Dios, en la intimidad de su corazón? Juan Pablo II respondió en una ocasión del siguiente modo: "La oración del Papa tiene una dimensión especial. La solicitud por todas las Iglesias impone cada día al Pontífice peregrinar por el mundo entero rezando con el pensamiento y con el corazón. Queda perfilada así una especie de geografía de la oración del Papa. Es la geografía de las comunidades, de las Iglesias, de las sociedades y también de los problemas que angustian al mundo contemporáneo" (Cruzando el umbral de la esperanza, p. 44).

Peregrinar con la oración. Rezar por los hombres y por sus problemas. "Viajes" que Juan Pablo II realiza con el "pensamiento y con el corazón", para cumplir su misión de Pontífice, de puente entre Dios y los hombres. Así es la oración del Papa, y así se explica que quienes oyen su palabra adviertan que su voz no es la enésima de ese clamor público que a veces nos aturde. No resulta difícil percatarse de que el Santo Padre habla con autoridad: con una autoridad que procede precisamente de Jesús, de la Palabra con mayúscula, de ese Evangelio que no pasará aunque pasen el cielo y la tierra (cfr. Mt 5, 18). Porque la Iglesia entera anuncia a Jesucristo.

Junto al Papa, millones de hombres se sienten unidos por los vínculos de la fe, que están por encima de cualquier otro vínculo de historia y cultura. Junto al Papa, se toca el misterio de la Iglesia como familia de Dios y de cada hombre y mujer como hijos de Dios. No mienten esas imágenes de muchedumbres, a las que Juan Pablo II nos ha acostumbrado en estos veinte años: ningún líder ha reunido nunca semejantes multitudes. Y para explicar el fenómeno no bastan la sociología o la teoría de la comunicación. Detrás de las palabras y de los gestos del Papa, detrás del afecto unánime —espontáneo y a la vez profundo— que suscita en todo el mundo, detrás de la esperanza que transmite a los hombres de hoy, hay un designio de Dios valientemente asumido y una historia que remite a Jesucristo.

Juan Pablo II, el día del aniversario de su elección, recorrerá una vez más el mundo con su oración. Con toda seguridad rezará por nosotros y por nuestros problemas. En esa jornada, los católicos, y otros muchos hombres de buena voluntad, le recordarán también en su oración, pedirán a Dios para el Santo Padre la alegría y la paz. Y sentirán el deseo de agradecer la generosidad con la que ha ejercido en estos veinte años el sumo pontificado.

Mons. Javier Echevarría // Il Tempo(Roma)