Juan Pablo II: El Opus Dei difunde una propuesta de santificación

El Opus Dei es, para Juan Pablo II, una “nueva propuesta de santificación y de apostolado, mediante el ejercicio del ordinario trabajo profesional”. Recogemos breves párrafos de algunos discursos en los que el Papa describe el mensaje del Opus Dei.

En noviembre de 1978, carta a mons. Alvaro del Portillo, prelado del Opus Dei

Me es bien conocida la vasta difusión de la Obra creada y dirigida después durante largos años, con la ayuda de Dios, por Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, y quiero rendir honor al compromiso de santidad y de testimonio evangélico que irradia, tanto mediante el trato personal como por medio de múltiples iniciativas de promoción social entre los hombres de nuestro tiempo. Por todo esto, sean dadas incesantemente gracias al Señor, que no deja que falten a la Iglesia nuevas propuestas de santificación y de apostolado, también mediante el ejercicio del ordinario trabajo profesional.

En agosto de 1979, audiencia en Castelgandolfo a fieles del Opus Dei

Realmente es un gran ideal el vuestro, que desde los comienzos se ha anticipado a la teología del laicado, que caracterizó después a la Iglesia del Concilio y del posconcilio.

Tal es el mensaje y la espiritualidad del Opus Dei: vivir unidos a Dios en medio del mundo, en cualquier situación, cada uno luchando para ser mejor con la ayuda de la gracia, y dando a conocer a Jesucristo con el testimonio de la propia vida.

¿Hay algo más bello y más apasionante que este ideal? Vosotros, insertos y mezclados en esta humanidad alegre y dolorosa, queréis amarla, iluminarla, salvarla. ¡Benditos seáis y siempre animosos en este vuestro intento!

cfr. L'Osservatore Romano, Roma, 26.VIII.79 y 20 21.VIII.79. Homilía de Juan Pablo II en la Misa de la Beatificación de Josemaría Escrivá (Plaza de San Pedro, Roma, 17-V-1992)

Con sobrenatural intuición, el Beato Josemaría predicó incansablemente la llamada universal a la santidad y al apostolado. Cristo convoca a todos a santificarse en la realidad de la vida cotidiana; por ello, el trabajo es también medio de santificación personal y de apostolado cuando se vive en unión con Jesucristo, pues el Hijo de Dios, al encarnarse, se ha unido en cierto modo a toda la realidad del hombre y a toda la creación (cfr. Dominum et vivificantem, 50). En una sociedad en la que el afán desenfrenado de poseer cosas materiales las convierte en un ídolo y motivo de alejamiento de Dios, el nuevo Beato nos recuerda que estas mismas realidades, criaturas de Dios y del ingenio humano, si se usan rectamente para gloria del Creador y al servicio de los hermanos, pueden ser camino para el encuentro de los hombres con Cristo. «Todas las cosas de la tierra enseñaba , también las actividades terrenas y temporales de los hombres, han de ser llevadas a Dios» (Carta del 19 de marzo de 1954).

A los participantes en el congreso teológico sobre las enseñanzas del beato Josemaría Escrivá, Sala Clementina, 14-X-1993.

Manifestación evidente de esta Providencia divina es la constante presencia a lo largo de los siglos de hombres y mujeres, fieles a Cristo, que iluminan con su vida y con su mensaje las diversas épocas de la historia. Entre estas figuras insignes ocupa un puesto eminente el Beato Josemaría Escrivá, el cual, como tuve ocasión de subrayar en el solemne día de su beatificación, ha recordado al mundo contemporáneo la llamada universal a la santidad y el valor cristiano que puede asumir el trabajo profesional en las circunstancias ordinarias de cada uno.

Homilía durante la misa de dedicación de la iglesia parroquial del beato Josemaría Escrivá, Roma, 10-III-1996.

Hoy dedicamos vuestra parroquia al fundador del Opus Dei, que tanto hizo para difundir el ideal de la santidad.

Amadísimos hermanos y hermanas, sabed hacer vuestro su programa de vida y de trabajo pastoral: vivir buscando la santidad y hacer comprender a toda persona con quien os encontráis, hombre o mujer, que está llamada a la plena comunión con Dios.

L’Osservatore Romano, 15-III-1996 Audiencia del 17-III-2001

Os exhorto, queridos hermanos y hermanas, a no olvidar en vuestro trabajo el punto central de la experiencia jubilar: el encuentro con Cristo. El Jubileo ha sido una continua, inolvidable contemplación del rostro de Cristo, Hijo eterno, Dios y Hombre, crucificado y resucitado. Lo hemos buscado en la peregrinación hacia la Puerta que abre al hombre la vía del cielo. Hemos experimentado su dulzura en el acto humanísimo y divino de perdonar al pecador. Lo hemos descubierto hermano de todos los hombres, reconducidos a la unidad por medio del don del amor que salva. La sed de espiritualidad que se ha suscitado en nuestra sociedad sólo puede ser aplacada por Cristo.

«No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!» (Carta Apostólica Novo millennio ineunte, 29). Al mundo, a cada uno de nuestros hermanos los hombres, hemos de abrir el camino que conduce a Cristo. «Señor, busco tu rostro» (Sal 27 [26], 8). Esta aspiración acudía a menudo a los labios del Beato Josemaría, hombre sediento de Dios y por eso gran apóstol, que escribió: «En las intenciones, sea Jesús nuestro fin; en los afectos, nuestro Amor; en la palabra, nuestro asunto; en las acciones, nuestro modelo» (Camino, 271).

Misa de canonización de Josemaría Escrivá de Balaguer. Homilía del santo Padre

Domingo 6 de octubre de 2002

(...) Elevar el mundo hacia Dios y transformarlo desde dentro: he aquí el ideal que el santo fundador os indica, queridos hermanos y hermanas que hoy os alegráis por su elevación a la gloria de los altares. Él continúa recordándoos la necesidad de no dejaros atemorizar ante una cultura materialista, que amenaza con disolver la identidad más genuina de los discípulos de Cristo. Le gustaba reiterar con vigor que la fe cristiana se opone al conformismo y a la inercia interior.

Siguiendo sus huellas, difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad. Esforzaos por ser santos vosotros mismos en primer lugar, cultivando un estilo evangélico de humildad y servicio, de abandono en la Providencia y de escucha constante de la voz del Espíritu. De este modo, seréis "sal de la tierra" (cf. Mt 5, 13) y brillará "vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 16).