Eucaristía: Cristo escondido

“Conocía el Maestro que el camino de nuestra vida es largo; y se quedó a nuestro lado para ayudarnos a superar todos los obstáculos”. Con motivo del Año de la Eucaristía, recogemos un resumen del capítulo que Mons. Javier Echevarría dedica en el libro ‘Itinerarios de vida cristiana’ a este Sacramento.

"Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche en que iba a ser entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la Cruz, y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual en el que se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera".

Así sintetiza el Concilio Vaticano II, en la Constitución Sacrosanctum Concilium, la riqueza de la Eucaristía. La Eucaristía es tan sublime que, en cierto modo, recapitula todos los misterios de nuestra fe (...).

Para entrever un poco de la hondura de este misterio de nuestra fe, hay que considerar el amor insondable de Jesús. Cuando San Juan describe la noche en la que el Señor instituyó este sacramento, anota: "La víspera de la fiesta de la pascua, como Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin". (...) En la Sagrada Eucaristía queda presente en la historia, hasta el fin de los siglos, el amor de Jesús, y el de Dios Padre que nos lo entrega: un amor más fuerte que la muerte, como nos recuerda el Cantar de los Cantares.

Jesús se ha escondido en la Eucaristía porque sabía que le necesitamos. San Mateo cuenta que, antes de multiplicar los panes y los peces, mientras sus ojos miraban a la muchedumbre que le seguía y le escuchaba, exclamó: "Me da mucha pena la muchedumbre, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer; y no quiero despedirlos en ayunas, no vaya a ser que desfallezcan en el camino". Conocía el Maestro que el camino de nuestra vida es largo; que a la fatiga del cuerpo se unen otras dificultades y peligros; le constaba que nosotros, sus discípulos, abandonados a nuestros solos recursos, no podríamos llegar al término de esa senda. Y se quedó a nuestro lado para ayudarnos a superar todos los obstáculos, sosteniéndonos como alimento de nuestras almas.

Amor para entender al Amor

Si en el amor radica la razón de ser de este sacramento, sólo con amor podremos entender su grandeza. Cabe aplicar a la gran realidad eucarística lo que San Pablo afirmaba de la gloria futura: "Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por corazón de hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman". La Eucaristía (...) brota de un amor que no conoce límites y sólo desde ese amor puede comprenderse y compartirse. Si aspiramos a profundizar en el conocimiento de su verdad y a vivir de tan infinito tesoro, el único camino es pedir a Dios que nos aumente la capacidad de querer para que se abran nuestros ojos, ya que "amor oculus est et amare videre est", escribió Ricardo de San Victor: el amor es el ojo y amar es ver. (...)

Si meditamos en el amor de Jesús, que se ofrece inerme bajo las especies eucarísticas, aprenderemos a valorar los detalles de devoción, de adoración y de cariño que contribuyen -somos criaturas compuestas de espíritu y materia, de alma y cuerpo- a expresar la personal correspondencia a tanto divino afecto: las rúbricas que prescribe la liturgia; las genuflexiones ante el Sagrario; las miradas, aunque sea desde lejos, a los campanarios que nos advierten de la presencia de templos, en los que Jesús espera que le vayamos a visitar. Ese trato eucarístico, sencillo y constante, nos impulsará a crecer en la fe y a madurar en la correspondencia, nos empujará -amor con amor se paga- a esforzarnos por cumplir la Voluntad de Dios en todo, a procurar realizar en cada una de las circunstancias de la vida el ideal que Cristo nos trazó en el Evangelio.

Volcar el corazón en la Misa

La invitación a convertir la Misa en el centro y la raíz de cada día y de la vida entera, fue -desde los comienzos de su sacerdocio- un constante consejo en la predicación de san Josemaría. De su libro ‘Forja’ tomo el siguiente pensamiento: "Lucha para conseguir que el Santo Sacrificio del Altar sea el centro y la raíz de tu vida interior, de modo que toda la jornada se convierta en un acto de culto -prolongación de la Misa que has oído y preparación para la siguiente-, que se va desbordando en jaculatorias, en visitas al Santísimo, en ofrecimiento de tu trabajo profesional y de tu vida familiar...". (...)

El cristiano que vive su fe, experimenta no sólo la necesidad de prepararse bien para celebrar o participar en la Santa Misa, sino también la de cuidar la acción de gracias, la de dedicar unos minutos, después de la Comunión, en actitud de recogimiento y de intimidad, al trato con Jesucristo su Rey, su Maestro, su Médico, su Amigo, ¡su Dios! Será un tiempo de efusión de amor ardiente, en el que la propia pequeñez y las grandes ansias del corazón se exponen con sinceridad ante Aquél que es Señor y Salvador. Será un tiempo que se antojará corto al alma, y desde el que se desgranará después la jornada, renovando el recuerdo y el amor de ese encuentro con Jesús, aumentando el deseo de los sucesivos encuentros.

Itinerarios de vida cristiana. Ed. Planeta. Madrid, 2002