"Álvaro del Portillo fue fiel al espíritu de Josemaría Escrivá"

El proceso de canonización de monseñor Álvaro del Portillo, madrileño y primer prelado del Opus Dei, se inició hace pocos días. Flavio Capucci, postulador de la Causa, glosa su personalidad en una entrevista publicada en el periódico 'Expansión'.

¿Quién y cómo era Álvaro del Portillo?

Los rasgos biográficos esenciales de don Álvaro, los que definen su personalidad, nos vienen dados por la misión que Dios le confió y en la que gastó toda su vida: desde 1939 -o sea, desde los 25 años- fue el colaborador más inmediato de san Josemaría en el gobierno del Opus Dei; y desde 1975 fue su sucesor.

Con respecto a cómo era, las respuestas pueden ser muchas, ya que tenía una personalidad muy rica. Los que le han conocido de cerca, en sus testimonios escritos destacan sobre todo los siguientes aspectos: en primer lugar, su humildad; luego, su mansedumbre, su perenne actitud de serenidad, de paz interior; su visión positiva de las personas y los acontecimientos; su capacidad de cariño, de compresión, de ponerse a la altura de su interlocutor y hacerse cargo de sus problemas; en una palabra: su paternidad espiritual. Todos destacan también su ejemplar fidelidad a la persona y al espíritu de san Josemaría.

¿Cuál fue su influencia en la 'nueva visión' del papel de los laicos en la Iglesia?

Todavía no se han hecho estudios específicos sobre su contribución a la formación de la doctrina del Concilio Vaticano II; por lo tanto, me parece que todavía no tenemos los elementos para contestar a esta pregunta. Las ideas de don Álvaro sobre el laicado se encuentran en un libro 'Fieles y laicos en la Iglesia', que se publicó en 1979 recogiendo ideas que había elaborado con anterioridad, en ensayos de los años alrededor del Concilio. Son ideas, todas ellas, que don Álvaro había sacado del mensaje de san Josemaría y de sus implicaciones teológicas -eclesiológicas en particular-, destinadas a dar una vitalidad nueva a la vida de la Iglesia. En este marco se inscribe la doctrina sobre los laicos, como miembros activos del pueblo de Dios, en primera fila, en la tarea de la santificación de las realidades seculares, en el esfuerzo por configurar cristianamente la sociedad.

¿Puede contar algún recuerdo personal de monseñor Del Portillo?

El primero es el 2 de febrero de 1978, el día en que don Álvaro me comunicó el deseo de que me ocupara, como postulador, de la futura Causa de Canonización del Fundador del Opus Dei. Recuerdo muy bien que insistió fundamentalmente en una idea: en esa causa no buscábamos la gloria humana del Opus Dei, sino sólo y exclusivamente el bien de la Iglesia. Muchas almas, al conocer la figura y el mensaje de san Josemaría con ocasión de la Causa -me dijo- se acercarán a Dios, volverían a descubrir su amor, su rostro amable de Padre, el poder de la oración. Había que trabajar -y sería un trabajo largo- pensando en ellas. Luego me gusta recordar que, a lo largo de los años que duró la causa, tuve múltiples ocasiones de estar con don Álvaro, que seguía muy de cerca cada paso y, con su consejo, orientaba todo el trabajo. No recuerdo ni una sola vez en que, al salir del cuarto de trabajo, no me despidiese cariñosísimamente con un: "Dios te bendiga, hijo mío". Lo que decía antes: era muy padre.

Fue el primer Prelado de la Prelatura Personal del Opus Dei, ¿qué significa en la historia de la Iglesia?

Fundamentalmente, es un ejemplo de fidelidad para todos los pastores. Nosotros, cuando Álvaro del Portillo sucedió al Fundador, no notamos ninguna interrupción, sino al revés, una continuidad muy clara. Puede decirse que su programa fue precisamente la continuidad, la fidelidad al espíritu que san Josemaría nos había dejado: no hubo en su gobierno ninguna pretensión de originalidad, ningún intento de "poner al día" el mensaje fundacional, de interpretarlo. Sin embargo, la fidelidad es una virtud creativa: no entendía don Álvaro la continuidad como aplicación mecánica, sino como esfuerzo dinámico. Los tiempos cambian, las circunstancias sociales y culturales varían, pero el mensaje evangélico es siempre perenne y vivo. Y tiene en sí mismo un dinamismo inagotable.

¿Cuáles fueron sus relaciones con el Papa Juan Pablo II?

Al fallecer don Álvaro del Portillo, el Santo Padre quiso ir a rezar ante su cuerpo, en la iglesia prelaticia del Opus Dei. Cuando llegó el Papa, yo estaba hablando con dos periodistas italianos, que me hicieron notar que era la primera vez que el Papa salía del Vaticano para rezar ante el cuerpo de un amigo difunto y no salieron de su asombro cuando el Papa, arrodillado ante el cadáver de don Álvaro, se levantó y, en lugar de rezar un Réquiem, rezó en voz alta un Gloria. Nadie pensó que se había tratado de un lapsus: a todos los presentes nos pareció como una manifestación indirecta de la opinión que el Papa tenía de don Álvaro...

Pilar Cambra / Expansión