Criticas a 'El Código da Vinci' en medios de comunicación

Publicamos a continuación una selección de valoraciones que han publicado algunos de los principales periódicos de todo el mundo.

"El Código, una fantasía innoble"

El Mercurio. Domingo 14 de mayo de 2006

José Miguel Ibáñez Langlois

La novela de Dan Brown, "El Código da Vinci", fortalecida dentro de poco por la película correspondiente, es un relato del que nadie habla por su calidad narrativa -pues no la tiene en absoluto-, sino por el escándalo religioso y moral de su argumento, que discurre así: recientes hallazgos documentales nos hacen saber que la divinidad de Cristo fue un invento político del siglo IV; que Jesús, ese simple buen hombre, tuvo amores con la Magdalena, de cuyo fruto -Sarah- desciende el linaje de la verdadera iglesia cristiana; que la "Iglesia" católica oficial o partido de Pedro combatió contra ese linaje auténtico desde los orígenes; que, con el poder del emperador Constantino, urdió en aquel siglo tardío los cuatro Evangelios canónicos (Mateo, Marcos, Lucas, Juan), e intentó destruir los otros -los llamados apócrifos, que serían los verdaderos-; y que, en fin, esta lucha sorda del Papado contra la "diosa" Magdalena, lucha llena de asesinatos (entre otros, los de millones de mujeres) se ha prolongado por los siglos, y continúa hasta los días de Juan Pablo II, servido por el Opus Dei. Pero por fin hoy, una pareja de héroes investigadores empieza a develar la confabulación más grande de la historia. La Iglesia de siglos ha sido, pues, una mafia tenebrosa empapada de sangre, pero descubierta y denunciada ahora por un profesor de simbología religiosa y por una criptógrafa de la policía francesa (última descendiente de Cristo y la Magdalena), que se enamoran en plena actividad desmitificadora.

El "fenómeno Código", como se lo ha llamado, se inscribiría dentro de una ola de creciente interés del gran público por la religión. Esta interpretación me parece vaga y equívoca. Se trata, en mi opinión, de un interés menos puro y más asombroso, que puede graficarse así: tantas personas que nunca se dieron el trabajo de leer el Evangelio, ni menos aun de estudiar su base histórica, se deslumbran ante la versión de un pobre Jesús que se empareja con la Magdalena, reivindica la prostitución sagrada de las antiguas religiones paganas, y funda a partir de su seno una dinastía genealógico-mística. Tantas personas que no saben nada de la historia de la Iglesia se entretienen o deleitan con la idea de que es una banda de criminales romanos, carolingios y modernos; idea ornamentada con los convenientes adornos esotéricos y ocultistas, y adobada con el encanto de las hipótesis confabulatorias.

Me pregunto -con M. Introvigne- qué ocurriría con una novela y una película según las cuales, tras la muerte de Buda, su primitiva comunidad se hubiera dedicado a combatir a la descendencia de su amante, iniciando una historia de falsificaciones y asesinatos sin fin; y si en ese relato los monasterios budistas fueran guaridas de criminales, y el Dalai Lama, la cabeza visible de esta conjura de siglos. ¿Acaso no se levantaría todo el mundo contra esta innoble falsificación del budismo, incluidos los abanderados más políticamente correctos de la libertad de expresión? Parece que sólo con Cristo se puede trapear el suelo.

Pero tantos y tantos cristianos del mundo entero reaccionan; y ¿cómo no? ¿Acaso no hemos sido agraviados y heridos en las fibras más sensibles de nuestro corazón? En cuanto a quienes se asombran de la serena y sobria reacción de la Prelatura del Opus Dei, ésta se explica porque el Opus Dei es lo de menos frente al agravio de Cristo, de la Iglesia, de su historia, de su jerarquía, del pueblo entero de Dios. El Prelado del Opus Dei acaba de declarar: "Digan lo que quieran del Opus Dei, pero no blasfemen de la fe cristiana". Un breve paseo por Internet muestra la extensión e intensidad de la reacción de católicos, ortodoxos y aun musulmanes. Sin ir más lejos, hoy mismo se repartirá en todas las misas dominicales de la capital un número especial de la revista "Iglesia de Santiago", presentado por Monseñor Cristián Contreras, obispo auxiliar de la Arquidiócesis, que contiene textos bien fundados para la reflexión de los fieles sobre estas materias.

¿Por qué tanta bulla?

Si se trata de una ficción narrativa o cinematográfica, dicen algunos, ¿por qué tanta bulla? Porque es necesario tomarse en serio el poder de la literatura -aun de la más pobre- y del cine: por eso. Y porque el autor de esta ficción no vacila en afirmar que "todas las descripciones de documentos y rituales secretos contenidos en esta novela se fundan en la realidad"; sobre todo en los explosivos documentos titulados "Dossiers Secrets", descubiertos en 1975 en la Biblioteca Nacional de París. ¡Qué ganas de conocer esa clave secreta de veinte siglos! Pero no: no será posible, porque... se trata de una novela. En cuanto a la historia real, las fantasías de Brown se apoyan en textos peregrinos y en hipótesis históricas descabelladas, por contraste con la solidez de los Evangelios canónicos y de la documentación de veras confiable.

¡Qué cosa más humana y natural -dicen todavía otros- que ese amor de Cristo con la Magdalena, y que ese fruto de su amor! ¿No se reivindican así el cuerpo, el sexo, la mujer y la procreación? No: ya están de sobra reivindicados en los Evangelios y en la fe de la Iglesia. Y ya la Magdalena es santa y digna de sobra para trapear el suelo también con ella. Yo más bien daría otro sentido a la negación del celibato de Cristo: para un mundo mundano secularizado, contaminado de promiscuidad sexual, la hermosísima y eminente castidad de Cristo y su altísima enseñanza sobre ella son una bofetada en el rostro del libertinaje: bofetada que el mundo mundano responde con otra de retorno y venganza, esta vez dirigida al rostro de Cristo: a éste, al paradigma de la pureza, al purísimo, mírenlo ahora "arrejuntándose" con su discípula preferida: ¡que la Iglesia cambie sus duras normas sobre la castidad! En Chile llamamos chaqueteo a este rebajamiento del que se eleva sobre nosotros. En ciertos sectores de la cultura moderna hay un prurito de profanar lo más sagrado, de rebajar lo más alto al nivel de la propia miseria.

¿Llamadas a boicotear novela o película? Algunas ha habido, y como derecho a la legítima defensa frente al agresor injusto, derecho cuyo ejercicio entra en la esfera de la libertad de cada cual. El Prelado del Opus Dei afirma que él no lo hace, ni llama a sus fieles a hacerlo, sino a multiplicar los esfuerzos por confirmar la verdad sobre los Evangelios y sobre la Iglesia. Leer o no leer, ir a ver o no ir a ver, cada uno sabrá lo que hace; yo sólo desearía que, de hacerlo, se aplicara un mínimo de espíritu crítico, ojalá sustentado en un mínimo conocimiento de la verdadera historia de la Iglesia.

"Para un mundo mundano secularizado, contaminado de promiscuidad sexual, la hermosísima y eminente castidad de Cristo y su altísima enseñanza sobre ella son una bofetada en el rostro del libertinaje".

CASTIDAD DE CRISTO: "Hoy mismo se repartirá en todas las misas dominicales de la capital un número especial de la revista 'Iglesia de Santiago', presentado por Monseñor Cristián Contreras, obispo auxiliar de la Arquidiócesis, que contiene textos bien fundados para la reflexión de los fieles sobre estas materias".

REFLEXIÓN MADE IN CHILE: "No: ya están de sobra reivindicados en los Evangelios y en la fe de la Iglesia. Y ya la Magdalena es santa y digna de sobra para trapear el suelo también con ella".

¿REIVINDICACIÓN DEL CUERPO, EL SEXO Y LA PROCREACIÓN?: "Las fantasías de Brown se apoyan en textos peregrinos y en hipótesis históricas descabelladas, por contraste con la solidez de los Evangelios canónicos y de la documentación de veras confiable".


El País (España) - 3 de marzo de 2006 EDUARDO MENDOZA

Ante un tribunal inglés se dirime una demanda por apropiación indebida contra Dan Brown, el autor de El código da Vinci, novela de éxito mundial y cima del esoterismo pueblerino. Los demandantes alegan que hace años ellos ya habían lanzado la especie de que Jesucristo y María Magdalena eran pareja de hecho y con prole, teoría que ahora constituye el meollo argumental de la obra en litigio.

Al parecer, los demandantes no acusan a Dan Brown de plagio, ya que plagio, en rigor, no existe. Y no creo que basen su reclamación en el aspecto teológico del asunto, porque a estas alturas Jesucristo y María Magdalena están libres de derechos. Sobre él se ha escrito una barbaridad; sobre María Magdalena no tanto, pero también mucho, porque en los evangelios hace una aparición breve, pero tan sugerente que ha provocado infinidad de especulaciones desde los mismos albores del cristianismo. El encuentro matutino y post mortem de los dos en un jardín solitario es un episodio de exacerbado romanticismo que, por añadidura, plantea insondables enigmas religiosos, en la medida en que sugiere una relación profunda que no tiene que ser forzosamente matrimonial, aunque está cargada de erotismo o, al menos, de emoción y afecto.

De modo que en estos dos terrenos los demandantes llevan las de perder. Ahora bien, en el terreno de las chorradas no hay duda de que les asiste la razón, y eso es, en definitiva, lo que el libro ofrece. Bien es verdad que corresponde al demandado el mérito de haber construido, con la presunta apropiación, un libro entero sobre la base de presuponer al lector un nivel de simpleza e ignorancia abismal, y un deseo genuino de asimilar tópicos y necedades sobre la Iglesia, el arte y la historia, explicados a bebés. Por supuesto, hacer accesibles a los tontos los misterios de la religión y la cultura es un insulto a la religión, a la cultura y a los tontos, pero por lo visto vende bien. Y ahí si que hay apropiación. Claro que a esto se puede responder citando otro best-seller: al principio de Ana Karénina, Tolstói dice que todas las familias felices son iguales y cada familia infeliz lo es a su modo; con las novelas ocurre lo contrario: todas las buenas son distintas entre sí, pero las malas se parecen muchísimo.

ABC - 4 de marzo de 2006 El código Dan Brown

Juan Manuel de Prada

Recuerdo la lectura de «El código Da Vinci» como una experiencia abracadabrante. Creo que se trata de uno de los libros más toscos que nunca hayan caído en mis manos, pero de una tosquedad que no es exactamente pedestre, sino más bien chapucera, casi me atrevería a decir que simpática de tan chapucera. El bueno de Dan Brown no disfrazaba la paparrucha de pedantería, no se preocupaba de maquillar el esquematismo de sus personajes con esos aderezos de pachulí introspectivo que suelen utilizar otros fabricantes más duchos de «best-sellers», no se molestaba en sazonar su peripecia con una mínima dosificación de la verosimilitud, ni siquiera se recataba de repetir hasta la machaconería los mismos trucos efectistas o de introducir con calzador aclaraciones que parecían postular un lector infinitamente lerdo. No, señor. Aquello era un bodrio mondo y lirondo, sin afeites ni disfraces; un bodrio candoroso, risueño, como encantado de haberse conocido. La impresión estupefaciente que me produjo su lectura nunca antes me le había deparado libro alguno; para describirla, tendría que compararla con esa hilaridad lisérgica, entreverada de pasmo y delicioso sonrojo, que me procuran las películas de Ed Wood, donde los ovnis siempre son platos de postre envueltos en papel de aluminio y los actores recitan sus parlamentos como si estuviesen en estado de trance hipnótico.

Recuerdo con especial delectación un pasaje de la novela en el que los protagonistas, inmersos en su delirio esotérico-patafísico, se topaban con un mensaje presuntamente críptico que el bueno de Dan Brown reproducía, para que el lector se estrujase las meninges en su dilucidación; el mensaje se veía a la legua que era la imagen invertida que devuelve el espejo de un texto escrito en castellano (o inglés en el original), pero los protagonistas se tiraban algo así como veinte páginas discutiendo si estaría redactado en arameo o sánscrito, ocasión que el bueno de Dan Brown aprovechaba para tirar de erudición Google y colarnos unos tostonazos desquiciados sobre tan venerables y vetustas lenguas, por supuesto regados por doquier de gazapos y disparates históricos. También deambulaba por allí un sicario albino que se nos presentaba como «monje» del Opus Dei (¡vaya calladita que se tenía la Prelatura esta sucursal monástica!); y, en fin, todo tenía en el libro el mismo aire chusco, como de borrachera de anisete espolvoreada de anfetas.

En fin, cada época tiene la literatura que se merece. Ahora acusan al bueno de Dan Brown de plagio; lo hacen unos tipos que, al parecer, perpetraron hace un par de décadas otro libraco donde se anticipaban las eyaculaciones mentales que nuestro héroe ensarta sin rubor en su exitosísimo bodriazo: que si Jesús tuvo un hijo con la Magdalena, que si la Iglesia se encargó de perseguir durante siglos a tan divina estirpe, que si patatín y patatán. De repente, el mito Dan Brown se nos derrumba, pues habíamos llegado a creer que semejantes desvaríos calenturientos habrían brotado de su cráneo privilegiado, que imaginábamos como una especie de cacerola donde hierve un sopicaldo de neuronas mutantes. La posibilidad de que el bueno de Dan Brown se nos convierta ahora en un discreto y aplicado amanuense nos deja sobrecogidos, casi mudos. ¿Cómo calificaremos ahora un bodriazo cuyo principal mérito cifrábamos en su desparpajo para ensartar patochadas a velocidad de ametralladora, si las patochadas resulta que no son originales, sino saqueadas a un precursor? ¿Y qué hacemos con los epígonos de Dan Brown, la caterva mugrienta de sus imitadores, que han infestado las librerías de templarios que beben a morro en un grial que les tocó en la tómbola y sábanas santas que no sirven ni para disfrazarnos de fantasma en la noche de Halloween? ¿Los gaseamos? ¿Los condenamos a la hoguera? A ver, ¿qué hacemos?

EL CULTURAL DE EL MUNDO El Código Da Vinci: libro oportunista y pueril

Por Rafael Narbona

Ofrecemos la reseña literaria que el suplemento 'El cultural' del diario español EL MUNDO ha publicado sobre el libro 'El código Da Vinci'. La firma Rafael Narbona y fue publicada el 4 de diciembre de 2003.

Los libros que nacen con vocación de best-seller apenas logran ocultar su condición de productos manufacturados. 'El código Da Vinci' no es una obra de creación, sino un artefacto concebido para transformarse en un fenómeno comercial. Reúne todos los elementos que garantizan el éxito fácil: una trama policíaca, con conexiones políticas y religiosas, unos personajes estereotipados, ciertas dosis de trascendencia filosófica, un erotismo libre de estridencias y una escritura plana.

Robert Langdon, un experto en simbología con aires de Harrison Ford, descubrirá que el Santo Grial no es una copa sino el nombre oculto de María Magdalena. Descendiente de reyes, María Magdalena no fue una prostituta sino la esposa de Jesús y la madre de su hija, Sarah. Su vientre recibió la sangre de Cristo y su misión era perpetuar el linaje de un profeta mortal, que sólo se convirtió en Hijo de Dios por efecto de manipulaciones posteriores. Jesús escogió a Magdalena como cabeza de su Iglesia, pero Roma nunca aceptó ese legado, organizando las Cruzadas para destruir los documentos que revelaban la verdad.

El Priorato de Sión surgió como una orden secreta encargada de conservar las pruebas que acreditaban la existencia del linaje engendrado por Jesús y Magdalena. Leonardo da Vinci, Boticeli, Newton y Víctor Hugo pertenecieron a esa sociedad. Cumplieron con su compromiso, pero sembraron sus obras de símbolos que aludían a esa historia: el apóstol que ocupó la derecha de Cristo en 'La Última Cena' de Leonardo no es otro que María Magdalena.

Tal Vez Brown haya pretendido emular a Umberto Eco, mezclando misterio, erudición y filosofía, pero sólo ha conseguido elaborar un libro oportunista y pueril. La perplejidad de Langdon ante una inscripción que se atribuye a una lengua muerta se resuelve cuando un espejo revela que las letras están simplemente invertidas. La presunta implicación del Vaticano sólo evidencia una obscena complacencia con el escándalo. Ron Howard ya ha manifestado su intención de realizar una adaptación cinematográfica. Si es cierto que los malos libros inspiran excelentes películas, habrá que esperar una obra maestra.

The Times (Londres) Santa farsa

Por Peter Millar

21 de junio de 2003

“Este libro es, sin duda, el más tonto, inexacto, poco informado, estereotipado, desarreglado y populachero ejemplo de pulp fiction que he leído”.

“En ‘La Herencia Scarlatti’, ‘El Círculo Matarese’ o ‘El Engaño Prometheus’, Robert Ludlum entretejió una trama de complots extravagantes protagonizados por personajes de cartón piedra que entablan diálogos ridículos. Dan Brown, me temo, es su digno sucesor”.

“Ya es malo que Brown abrume al lector con referencias New Age (...) pero es que además lo hace mal”.

“Los editores de Brown han obtenido un puñado de elogios brillantes de escritores de película de suspense americanas, de esos de tercera fila. Sólo puedo deducir que la razón de su alabanza exagerada puede ser porque sus obras, cuando se las compara con este libro, quedan elevadas a la categoría de obra maestra”.


La Razón (España) ¿Esposa o pecadora?

Por José Mª Carrascal

"Se destaca la ensalada de hechos y fábulas que maneja, sin aclarar nada. El crítico del New York Times lo ha calificado de 'Insulto a la inteligencia'"


Catholic News Service Una historia disfrazada de Historia en “El código de Da Vinci”

Por Joseph R. Thomas

6 de junio de 2003

“‘El Código de Da Vinci’ es una novela sobrescrita y exagerada (...). Esta novela deforma la historia de la Iglesia bajo un disfraz moderno de la antigua herejía Arriana, entretejiendo retales históricos y pseudo-históricos”.

“Brown mezcla hechos reales con especulación y fantasía de tal manera que el resultado final cobra fácilmente cierta verosimilitud. En un escritor, esto es una habilidad de gran valor. Pero, como cualquier habilidad, puede ser utilizada de forma deshonesta”.

“En "El Código Da Vinci" esta habilidad se utiliza para poner en duda la base de la fe cristiana y atacar a la Iglesia en un formato -la novela- en el cual una persona generalmente no espera encontrar argumentos enmascarados como verdades históricas”.


Chicago Sun Times Descargas contra los católicos, una vez más

Por Thomas Roeser

27 de septiembre de 2003

“En nuestra “correcta” sociedad, una declaración racista, antijudía, contraria a los homosexuales o las mujeres puede descalificar a un escritor durante mucho tiempo. Pero no ocurre así con los insultos a Jesucristo y a sus discípulos. Paradójicamente: escribir un libro extenso sobre una conspiración católica llena de chismes supone obtener abundantes beneficios y notoriedad”.

“La novela mezcla realidad y ficción en forma de docudrama y arroja conjeturas sin fundamento contra el catolicismo”.

“La supuesta ‘investigación’ de Brown bebe de las fuentes de un feminismo extremista”.

“Estas excéntricas conjeturas se mezclan con hechos e investigaciones chapuceras”.

“La novela forma parte de un género que presenta un odioso estereotipo del catolicismo como un villano. El odio al catolicismo impregna todo el libro, pero las peores invectivas las recibe el Opus Dei”.


New York Daily News Código caliente, crítica ardiente

Por Celia McGee

4 de septiembre de 2003

“La novela es fuertemente deudora de dos obras anteriores de investigadores aficionados: The Templar Revelation: Secret Guardians of the True Identity of Christ y Holy Blood, Holy Grail, una especulación sobre la pasión de Cristo. Los dos trabajos han sido desacreditados por la mayor parte de los investigadores serios”.

“Sus errores de bulto sólo pueden no llamar la atención del lector poco instruido”.


New York Times ¿Desenmascara “El Código Da Vinci” a Leonardo?

Por Bruce Boucher

3 de agosto de 2003

“Más que una película, lo que parece que Brow ha compuesto ha sido una ópera de espías. Aquí viene a propósito la frase de Voltaire: ‘Si algo es demasiado tonto para ser dicho, al menos siempre podrá ser cantado’”.


Our Sunday Visitor “El Código Da Vinci” un ataque al Catolicismo”

Por Amy Welborn

8 de junio de 2003

“El Código Da Vinci” no aporta nada, aunque quizá enriquezca la paciencia del lector. Además no se trata de un misterio real, y el estilo es espantosamente banal, incluso para el propio género de ficción. Es pretencioso, fanático”.

“Muy pocas cosas de este entramado son propiamente originales. La mayoría de ellas proceden del fantasioso trabajo “Holy Blood, Holy Grail”, presentado como histórico, y el resto son remiendos de ridículas y gastadas teorías esotéricas y gnósticas”.

“El tratamiento de Brown a la Iglesia Católica Romana también es poco original. Repite acríticamente, entre otras mentiras y distorsiones, como por ejemplo que la Iglesia fue responsable de matar a cinco millones de brujas condenadas durante la Edad Media”.

“Tampoco estamos ante una novela de suspense bien trabajada. Hay pocas acciones destacables”.


Pittsburgh Post-Gazette La exactitud del superventas Da Vinci Code, bajo sospecha

Por Frank Wilson (Philadelphia Inquirer)

31 Agosto 2003

“El Código Da Vinci es inexacto hasta cuando baja al detalle (...) los fieles del Opus Dei no son monjes ni visten hábito”.

“Se ha dicho que el libro “en sí mismo es un ataque al mismo Cristianismo”.


Weekly Standard Dioses nuevos: Un par de bestsellers sobre religión.

Por Cynthia Grenier

22 de septiembre de 2003

“Llámeme escéptica, pero no estoy dispuesta a comprar esta novela. Los rituales que él relata son fruto de una mezcolanza de varios cuentos imaginarios”.

“Si usted alguna vez ha considerado la posibilidad de que el Santo Grial buscado por los caballeros del Rey Arturo es realmente el vientre de la Magdalena, entonces " El Código de Da Vinci " es su libro”.

“Por favor, alguien debería dar a este hombre y a sus editores unas clases básicas sobre la historia del cristianismo y un mapa”.

“Es bastante atrevido por parte del autor y de sus editores intentar narrar historias reales simplemente limitándose a citar nombres reales e históricos y detalles de aquí y de allá”.