El negocio más importante

Historia recogida en el libro "Los cerezos en flor", de José Miguel Cejas (Rialp, 2013)

Cuando te des cuenta durante el combate

de que has llegado a un punto muerto,

crea una nueva táctica,

cambia de ritmo y pelea con ánimo renovado

.

Miyamoto Musashi

Luces y sombras

Japón ha experimentado durante las últimas décadas un desarrollo material sin precedentes, hasta convertirse en una las grandes potencias del mundo.  Al mismo tiempo, el triunfo de un utilitarismo ciego y de un pragmatismo exagerado ha llevado a que muchos japoneses hayan asumido una concepción de la existencia materialista.

Desgraciadamente éste es un problema que se da en numerosas naciones del mundo: no somos una excepción, aunque haya voces aisladas que alerten de vez en cuando sobre las consecuencias de una sociedad vacía desde el punto de vista espiritual.

Esas voces aisladas –provenientes de pensadores, filósofos o escritores- no acaban de concienciar a la sociedad japonesa de la gravedad de nuestra situación, a consecuencia, quizás, de nuestros logros en otras esferas. Contamos con varios premios Nobel en Física y Química;  hemos dado pasos de gigante desde la Segunda Guerra mundial en el campo de la industria; y somos pioneros en el ámbito de la robótica y la nanotecnología. Además, hemos superado muchas desigualdades y tenemos una sociedad bastante igualitaria desde el punto de vista económico. En Japón cualquier persona, si trabaja duro, puede progresar y ascender socialmente, sea cual sea su origen; pero seguimos desorientados desde el punto de vista espiritual.

Yuji Hirota, Director de Seido Mikawadai School

Todo esto me preocupa especialmente como pedagogo –soy  director de Mikawadai, un colegio de Nagasaki- y también como cristiano y miembro del Opus Dei; e intento ayudar todo lo que puedo a mis alumnos y a sus padres en este sentido. En el Colegio sólo tenemos un diez por ciento de alumnos católicos. El resto, aunque se declaren budistas, no practican, de hecho, ninguna religión.

La vergüenza

Junto con ese utilitarismo ciego del que hablaba –y que se da en numerosos países del mundo- en Japón se da una importancia desmesurada al qué dirán; hasta el punto que la vergüenza por un determinado error acaba recayendo no sólo en quien lo ha cometido, sino en el responsable del grupo al que pertenece y en ocasiones, en el grupo entero. Esto es una consecuencia más de nuestro fuerte sentido grupal.

Por ejemplo, si un chico mantiene una conducta equivocada, se tiende a pensar que su conducta es fruto, exclusivamente, de la educación familiar que ha recibido; y se traslada toda la responsabilidad a sus padres y a su familia. Si un empleado de una determinada compañía  o corporación comete un fallo, se concluye que la compañía entera ha fallado y se espera  que el director de la institución se disculpe públicamente; y en ocasiones, que dimita.

Escudo de Seido Mikawadai School

Esto es algo que debe ir cambiando mediante una educación que ayude a cada persona a asumir la plena responsabilidad de sus actos, y a obrar en todo momento buscando la verdad, más que la buena o mala “imagen” personal o social.

Esa búsqueda de la verdad sorprende a los japoneses que descubren el cristianismo. Suelen pensar que la religión es un mero ritualismo sin exigencias personales, como cuando van a los templos para suplicar a las divinidades tener un hijo varón, o conseguir éxito en los negocios.

A otros les cuesta comprender la idea de Dios y de un hombre creado a imagen y semejanza suya. Se han educado en un ambiente materialista y se preguntan: “¿para qué necesitamos a Dios?”. Y si aceptan la idea de un Dios personal, al oír en las clases de catequesis que Dios ama más a los hombres que a los animales se sorprenden: “¿por qué? ¿No es el hombre un animal más?”.

Yo les hablo de un Dios Padre, que nos ama y nos perdona. Les explico, procurando adaptarme a su mentalidad, estas palabras de San Josemaría en el punto 331 de Forja: “Descansa en la filiación divina. Dios es un Padre —¡tu Padre!— lleno de ternura, de infinito amor.

—Llámale Padre muchas veces, y dile —a solas— que le quieres, ¡que le quieres muchísimo!: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo”.

Esto les produce asombro, y a veces, rechazo, porque intuyen que un Dios así debe comprometer de alguna manera, y prefieren no seguir pensando.

En el Colegio sólo tenemos un diez por ciento de alumnos católicos. El resto, aunque se declaren budistas, no practican, de hecho, ninguna religión.

No faltan los que se fabrican una fe a su medida, seleccionando las creencias que más les gustan, por incoherentes que sean entre sí. No es extraño  escuchar: “yo soy católico, budista y sintoísta”.

De todas formas, mi experiencia personal es que suelen tener un interés por lo sobrenatural mayor del que están dispuestos a reconocer. Hace unos días un alumno me comentó un problema, y le dije:

-Vamos a rezar por ese asunto.

-¿Para qué? –me dijo-. Rezar no sirve para nada. Hay que resolver el problema de forma práctica.

-Muy bien. Entonces rezaré para que no salga bien –le contesté.

Reaccionó con sorpresa, y me dijo:

-¡No, no! Por favor, no lo hagas.

-¿Por qué? Si has dicho que rezar no sirve para nada…

-He cambiado de idea –dijo, sonriendo-. Voy a rezar yo también…

Hay muchos jóvenes que esperan encontrar en el trabajo una razón para su vida, porque los japoneses somos trabajadores por naturaleza y nos educan desde pequeños en un acusado sentido del servicio. El problema es que el trabajo puede hacer que uno se sienta útil para los demás, pero no resuelve los interrogantes últimos de la existencia. Esto explica que para algunos, el suicidio sea la única salida ante un fracaso profesional, o una situación que les produzca humillación o vergüenza social.

Cuando hablo con mis alumnos, o sus padres, de las enseñanzas de San Josemaría sobre el trabajo descubren horizontes insospechados. El trabajo les digo, no es sólo un medio para servir los demás y contribuir a la prosperidad del país, por respetables que sean esos objetivos: puede convertirse, cuando se realiza cara a Dios, en camino de santidad personal, transformándolo en oración y ofrenda al Señor.

Yuji Hirota, Director de Seido Mikawadai School