Santa Misa y entrega de la Exhortación Apostólica Postsinodal para Oriente Medio en el Beirut City Center Waterfront

Intervenciones de Benedicto XVI durante el viaje apostólico a Líbano (14-16 de septiembre).

Queridos hermanos y hermanas:

«Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo» (Ef 1,3). Bendito sea en este día en el que tengo la alegría de estar aquí con vosotros, en el Líbano, para entregar a los obispos de la región la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Medio Oriente. Agradezco cordialmente a Su Beatitud Bechara Boutros Raï sus amables palabras de bienvenida. Saludo a los demás patriarcas y obispos de las iglesias orientales, a los obispos latinos de las regiones vecinas, así como a los cardenales y obispos procedentes de otros países. Os saludo a todos con gran afecto, queridos hermanos y hermanas del Líbano, así como a los de los países de toda esta querida región de Oriente Medio, que han venido para celebrar, con el Sucesor de Pedro, a Jesucristo crucificado, muerto y resucitado. Saludo con deferencia también al Presidente de la República y a las autoridades libanesas, a los responsables y miembros de otras tradiciones religiosas que han tenido a bien estar presentes aquí esta mañana.

En este domingo en el que Evangelio nos interroga sobre la verdadera identidad de Jesús, henos aquí con los discípulos por la senda que conduce a los pueblos de la región de Cesarea de Filipo. «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8,29), les preguntó Jesús. El momento elegido para plantear esta cuestión tiene un significado. Jesús se encuentra en un momento decisivo de su existencia. Sube hacia Jerusalén, hacia el lugar donde, por la cruz y la resurrección, se cumplirá el acontecimiento central de nuestra salvación. Jerusalén es también donde, al final de estos acontecimientos, nacerá la Iglesia. Y cuando, en ese momento decisivo, Jesús pregunta primero a sus seguidores: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Mc 8,27), las respuestas que le dan son muy diferentes: Juan el Bautista, Elías, un profeta. También hoy, como a lo largo de los siglos, aquellos, que de una u otra manera, han encontrado a Jesús en su camino, ofrecen sus respuestas. Éstas son aproximaciones que pueden permitir encontrar el camino de la verdad. Pero, aunque no sean necesariamente falsas, siguen siendo insuficientes, pues no llegan al corazón de la identidad de Jesús. Sólo quien se compromete a seguirlo en su camino, a vivir en comunión con él en la comunidad de los discípulos, puede tener un conocimiento verdadero. Entonces es cuando Pedro, que desde hacía algún tiempo había vivido con Jesús, dará su respuesta: «Tú eres el Mesías» (Mc8,29). Respuesta acertada sin duda alguna, pero aún insuficiente, puesto que Jesús advirtió la necesidad de precisarla. Se percataba de que la gente podría utilizar esta respuesta para propósitos que no eran los suyos, para suscitar falsas esperanzas terrenas sobre él. Y no se deja encerrar sólo en los atributos del libertador humano que muchos esperan.

Al anunciar a sus discípulos que él deberá sufrir y ser ajusticiado antes de resucitar, Jesús quiere hacerles comprender quién es de verdad. Un Mesías sufriente, un Mesías servidor, no un libertador político todopoderoso. Él es siervo obediente a la voluntad de su Padre hasta entregar su vida. Es lo que anunciaba ya el profeta Isaías en la primera lectura. Así, Jesús va contra lo que muchos esperaban de él. Su afirmación sorprende e inquieta. Y eso explica la réplica y los reproches de Pedro, rechazando el sufrimiento y la muerte de su maestro. Jesús se muestra severo con él, y le hace comprender que quien quiera ser discípulo suyo, debe aceptar ser un servidor, como él mismo se ha hecho siervo.

Decidirse a seguir a Jesús, es tomar su Cruz para acompañarle en su camino, un camino arduo, que no es el del poder o el de la gloria terrena, sino el que lleva necesariamente a la renuncia de sí mismo, a perder su vida por Cristo y el Evangelio, para ganarla. Pues se nos asegura que este camino conduce a la resurrección, a la vida verdadera y definitiva con Dios. Optar por acompañar a Jesucristo, que se ha hecho siervo de todos, requiere una intimidad cada vez mayor con él, poniéndose a la escucha atenta de su Palabra, para descubrir en ella la inspiración de nuestras acciones. Al promulgar el Año de la fe, que comenzará el próximo 11 de octubre, he querido que todo fiel se comprometa de forma renovada en este camino de conversión del corazón. A lo largo de todo este año, os animo vivamente, pues, a profundizar vuestra reflexión sobre la fe, para que sea más consciente, y para fortalecer vuestra adhesión a Jesucristo y su evangelio.

Hermanos y hermanas, el camino por el que Jesús nos quiere llevar es un camino de esperanza para todos. La gloria de Jesús se revela en el momento en que, en su humanidad, él se manifiesta el más frágil, especialmente después de la encarnación y sobre la cruz. Así es como Dios muestra su amor, haciéndose siervo, entregándose por nosotros. ¿Acaso no es esto un misterio extraordinario, a veces difícil de admitir? El mismo apóstol Pedro lo comprenderá sólo más tarde.

En la segunda lectura, Santiago nos ha recordado cómo este seguir a Jesús, para ser auténtico, exige actos concretos: «Yo con mis obras, te mostraré la fe» (2,18). Servir es una exigencia imperativa para la Iglesia y, para los cristianos, el ser verdaderos servidores, a imagen de Jesús. El servicio es un elemento fundacional de la identidad de los discípulos de Cristo (cf. Jn 13,15-17). La vocación de la Iglesia y del cristiano es servir, como el Señor mismo lo ha hecho, gratuitamente y a todos, sin distinción. Por tanto, en un mundo donde la violencia no cesa de extender su rastro de muerte y destrucción, servir a la justicia y la paz es una urgencia, para comprometerse en aras de una sociedad fraterna, para fomentar la comunión. Queridos hermanos y hermanas, imploro particularmente al Señor que conceda a esta región de Oriente Medio servidores de la paz y la reconciliación, para que todos puedan vivir pacíficamente y con dignidad. Es un testimonio esencial que los cristianos deben dar aquí, en colaboración con todas las personas de buena voluntad. Os hago un llamamiento a todos a trabajar por la paz. Cada uno como pueda y allí dónde se encuentre.

El servicio debe entrar también en el corazón de la vida misma de la comunidad cristiana. Todo ministerio, todo cargo en la Iglesia, es ante todo un servicio a Dios y a los hermanos. Éste es el espíritu que debe reinar entre todos los bautizados, en particular con un compromiso efectivo para con los pobres, los marginados y los que sufren, para salvaguardar la dignidad inalienable de cada persona.

Queridos hermanos y hermanas que sufrís en el cuerpo o en el corazón, vuestro dolor no es inútil. Cristo servidor está cercano a todos los que sufren. Él está a vuestro lado. Que os encontréis en vuestro camino con hermanos y hermanas que manifiesten concretamente su presencia amorosa, que no os abandonará. Que Cristo os colme de esperanza.

Y todos vosotros, hermanos y hermanas, que habéis venido para participar en esta celebración, tratad de configuraros siempre con el Señor Jesús, con él, que se ha hecho servidor de todos para la vida del mundo. Que Dios bendiga al Líbano, que bendiga a todos los pueblos de esta querida región del Medio Oriente y les conceda el don de su paz. Amén.

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Beatitudes, señores cardenales,

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

La celebración litúrgica que acabamos de vivir nos ha permitido agradecer al Señor el don de laAsamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos, celebrada en octubre del 2010 sobre el tema: La Iglesia católica en Oriente Medio, comunión y testimonio. «El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32). Quiero agradecer a todos los padres sinodales su aportación. Mi reconocimiento se dirige también al Secretario general del Sínodo de los Obispos, Mons. Eterović, por el trabajo realizado y las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.

Después de haber firmado la Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Medio Oriente,tengo la alegría de entregarla a todas las Iglesias particulares a través de vosotros, Beatitudes y obispos orientales y latinos de Oriente Medio. Con la entrega de este documento, comienza su estudio y asimilación por parte de todos los protagonistas eclesiales: pastores, personas consagradas y laicos, para que cada uno encuentre una alegría nueva en proseguir su misión, animados y fortalecidos para aplicar el mensaje de comunión y de testimonio desarrollado según los distintos aspectos humanos, doctrinales, eclesiológicos, espirituales y pastorales de esta Exhortación. Queridos hermanos y hermanas del Líbano y de Oriente Medio, deseo que esta Exhortación sea una guía para avanzar por los caminos multiformes y complejos en los que Cristo os precede. Que la comunión en la fe, la esperanza y la caridad se fortalezcan en vuestros países y en cada comunidad para hacer creíble vuestro testimonio del solo Santo, el Dios Uno y Trino, que se ha hecho cercano a cada persona.

Querida Iglesia en Oriente Medio, vivifica la savia original de la salvación que se ha realizado en esta Tierra única y amada entre todas. Avanza en el seguimiento de tus padres en la fe, que abrieron con su constancia y fidelidad el camino de la respuesta de la humanidad a la Revelación de Dios. Encuentra en la esplendida diversidad de los santos, que han florecido en ti, los ejemplos y los intercesores que inspiraron tu respuesta a la llamada del Señor a caminar hacia la Jerusalén celeste, donde Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos (cf. Ap 21,4). Que la comunión fraterna sea una ayuda en la vida cotidiana y signo de la fraternidad universal que Jesús, el primogénito entre muchos, vino a instaurar. Y así, en esta región, que vio sus obras y recogió sus palabras, continúe resonando el Evangelio como hace 2000 años y que sea vivido hoy y siempre. Gracias.

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