Los calmantes

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

"Sin embargo, ella no protestaba -continúa Rosa- y se tomaba todo lo que le daban. Salvo con los calmantes, que no se los quería tomar..."

"Sí -corrobora su madre-. Recuerdo que le decíamos que tomase Cibalgina, que es un calmante muy leve, y se resistía a tomárselo". Lo mismo recordaba el doctor Cañadell.

"Eso yo nunca lo acabé de entender entonces -continúa Rosa-. Ahora veo que temía que los calmantes le quitaran capacidad para hacer apostolado, porque pensaría que la iban a adormecer. Y es verdad, un poco de sueño sí que dan los calmantes. Un día le dije: 'tómatelos, te relajarás, te dormirás...'. Quizá fue éste mi fallo... No sé, pero siempre he tenido la sospecha de que no los tomaba por eso: porque le impedirían hacer apostolado y hablar de Dios con sus amigas. Yo le insistía: 'tómatelos, Montse, que te aliviarán el dolor'. Y siempre me contestaba: 'no, no, no; porque me darán sueño'.

A Lía se lo dijo claramente: si los tomaba no podía ofrecer sus sufrimientos al Señor, por el Papa, por el Opus Dei y por el Padre".

"Además, no quería que sus padres se gastaran dinero en ella. 'Soy la mayor -decía- y fíjate cuántos gastos les ocasiono'. Pensaba que las medicinas valían mucho dinero, cosa que no era verdad.

Alguna de las tardes que estuve con ella su madre salía un momento para buscar los niños al Colegio y nos quedábamos las dos solas. Entonces me contaba muchas cosas... ¡nos sentíamos tan compenetradas!

En esas ocasiones, si empezaba a dolerle la pierna, soportaba el dolor como podía: 'no puedo, no puedo', decía, porque el carcinoma es dolorosísimo... Rosa, Rosa, por favor, vamos a hacer la oración...'.

Nos santiguábamos y yo decía la oración introductoria: 'Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía Inmaculada, San José, mi Padre y Señor, Angel de mi Guarda interceded por mí...'.

Comenzábamos la oración en silencio y Montse se quedaba quieta, quieta, rezando, conteniéndose el dolor...

Su madre sin embargo, en cuanto llegaba y la miraba, se daba cuenta enseguida de todo lo que había pasado...

He dicho que nos compenetrábamos muy bien. Pienso que por dos motivos. En primer lugar, porque como farmacéutica, yo comprendía muy bien el dolor. Y en segundo lugar, porque yo estaba en una situación algo parecida a la suya, y el que mejor entiende el sufrimiento de los demás es aquel que lo sufre en su propia carne... Sin embargo, al ver el estado en el que se encontraba, comparándolo con el mío, le decía:

-Montse, no compares...

-Sí, pero fíjate: tienes que andar así.

-Sí es verdad, no puedo moverme con facilidad, no puedo ir a esquiar, no puedo irme de excursión.... Pero ten en cuenta una cosa: a mí no me duele nada... ¡que si me doliera! Yo, en cuanto noto que me duele la cabeza, me tomo volando una aspirina (...).

Para que la gente se confesara, para que se acercaran a Dios sus amigas... hacía lo que fuera. Y además, lo hacía con mucha gracia, porque venían a verla y le preguntaban:

-Montse, ¿cómo estás?

Y ella contestaba, invariablemente:

-¡Bien!

-¿Puedo hacer algo por ti?

-No, mira, no... Bueno..., ¿quieres saber una cosa que me haría muy feliz, muy feliz, muy feliz...?

-Sí, sí, dime.

-Pues mira..., hay un Curso de Retiro..., si fueras..., me harías muy feliz, muy feliz, muy feliz..."

"Y luego, con aquella sonrisa que tenía, ¡tan alegre!, me contaba chistes y se reía y cantábamos las canciones que yo le estaba enseñando a tocar a la guitarra...

La verdad, no he comprendido nunca cómo se me ocurrió enseñarle, en aquellos momentos, cuando sabía perfectamente que se estaba muriendo, a tocar la guitarra... Luego he reflexionado sobre estas cosas y todavía no logro comprenderlas... aquella alegría con la que yo llegaba a aquella casa y aquella alegría con la que me marchaba... con lo horroroso que era todo, visto desde un prisma puramente humano... Entonces no le podía contar a nadie estas cosas porque nadie comprendía, nadie, que pudiera haber un ambiente de tanta alegría..."