Aquella Nochebuena sus padres querían llevarla a Llar, porque pensaban que a Montse le gustaría poder celebrar aquella fiesta allí. Sin embargo, a lo largo del día 24 los dolores arreciaron. La pierna se iba inflamando cada vez más. Montse se pasó todo el día disimulando su sufrimiento.
"Y precisamente el mismo día 24 -cuenta su padre- llegaron unas pastillas procedentes de Rusia que llevábamos esperando desde el mes de agosto, y que habíamos conseguido a través de nuestra embajada de Bélgica. Las traía la secretaria de la Embajada de Bélgica en Moscú, que venía a Barcelona a pasar las Navidades. Yo había leído en una revista médica que ofrecía ciertas garantías de curación y estaba muy esperanzado".
Le consultaron al doctor Cañadell. "Su padre -recuerda el doctor Cañadell- estaba dispuesto, como es natural, a hacer lo que fuese para salvar la vida de Montse, y en más de una ocasión me había planteado la posibilidad de amputarle la pierna; pero yo le había explicado que en este caso una amputación no resolvería nada; sólo contemplaba esa posibilidad si la pierna, al hincharse, se volviese tan voluminosa y tan pesada que las molestias fueran insufribles...
Entonces su padre leyó en una revista médica que los rusos habían experimentado con un medicamento que se llamaba sarcolisina y se consiguió, tras mil gestiones, un frasquito... El tenía mucha confianza en la sarcolisina; yo no. Era algo puramente experimental... Pero decidimos hacer por Montse todo lo que estaba en nuestra mano y comenzamos a administrarle aquellas pastillas..."
Con el visto bueno del doctor, ¿qué hacer? ¿Dárselas ya, en un día como aquel? ¿Por qué no esperar a mañana? Sin embargo -pensaban- cuanto antes empezara el tratamiento, mejor.
Prefirieron que lo decidiese ella. Sí; eso sería lo mejor.
-"Montse -le preguntó su madre- ¿Qué prefieres?: ¿tomarte las pastillas hoy o mejor esperamos a mañana?"
Contestó con su serenidad habitual: -"Haced como mejor os parezca..."
"Montse -comenta el Dr. Cañadell- aunque tenía gran ilusión por asistir a la Misa de Navidad y sabía que la medicina le podía ocasionar algunos trastornos, se la tomó. Se mostró, como siempre, discreta y juiciosa. Tenía lo que llamamos en Cataluña un 'gran seny'".
"Nosotros -explica su padre-, como veíamos que la enfermedad avanzaba, deseábamos comenzar cuanto antes (...). Jamás se negó a ningún tratamiento, por doloroso que fuese. Nunca preguntó: ¿por qué me hacéis esto? ¿Para qué es esta medicina? Por eso decidimos que se empezara a tomar aquellas pastillas enseguida, aunque le provocaran alguna reacción..."
"...¡Alguna reacción! -comenta su madre- ¡Aquellas pastillas eran terribles! Cada vez que tomaba una se pasaba de seis a ocho horas seguidas con vómitos y con un malestar tremendo...
No pudimos ir a Llar, a pesar de la ilusión que le hacía... y nos quedamos toda la noche con ella de esta manera tan penosa. Los tres más pequeños, Pili, María José y Crucina, ¡ah! y Rosario -en realidad Pili era algo mayor, pero también formó parte del conjunto- en los momentos en los que la veían más calmada, le cantaban algún villancico:
El vint-i-cinc de desembre,
fum, fum, fum
ha nascut un minyonet
ros i blanquet
Fill de la Verge Maria...
De pronto dejábamos de cantar porque volvía a sentirse mal y empezaba a vomitar. Cuando se reponía, seguíamos...
La Verge y el Fillet
n'estant tots morts de fred...
Pero a mitad del villancico se empezaba a poner de nuevo mal. Vómitos y más vómitos. Y cuando se sentía bien, seguíamos:
Josep, a poc a poc
encén allá un gran foc,
i els angels canten,
i els angels canten.
Era muy de madrugada cuando pudo descansar al fin... Y así pasó su última Nochebuena en casa".